MAR DE HISTORIAS Cristina Pacheco
El hombre en llamas
Con sumo cuidado Marcial abre la puerta de la recámara. Antes de entrar; se deleita mirando a Olga. Dormida, con la sábana cubriéndola, le parece una montaña nevada. En la quietud de su esposa hay algo tan increíble como su silencio. Marcial le ha dicho que su nombre, ovalado y hermético, no armoniza con su carácter parlanchín: ``Hasta dormida hablas''.
Cuánto le gustaría a Marcial que en estos momentos Olga se levantara y le dijera algo capaz de liberarlo de su agobio. Necesita vencerlo, quitárselo de encima para no pasarse la noche en vela. Busca algo en qué pensar, algo tan definido que pueda destruir las imágenes que le dan vueltas en la cabeza.
Como siempre que está preocupado, se lleva la mano a la bolsa y saca la cajetilla de cigarros. Falta el encendedor. ``Ojalá no lo haya perdido.'' Sus dudas se desvanecen cuando recuerda que estuvo fumando mientras veía la tele: ``De seguro lo dejé en el sofá.'' Lo horroriza la idea de volver a la sala y abandonar, aunque sólo sea unos minutos, la habitación que huele a cosméticos y a tabaco.
En la penumbra se dirige al tocador. Junto al florero están los cerillos que Olga tiene a mano para encender las veladoras que iluminan el altarcito. El no está de acuerdo con esa muestra de religiosidad: ``Es peligroso, puede provocar un incendio''. El temor de que su casa sea consumida por las llamas inquieta a Olga y la ha llevado a tomar ciertas precauciones: asentó las veladoras en platitos con agua. Está segura de que este recurso y la buena disposición de San Judas y Santa Rosa desterrarán todo peligro.
Marcial toma la caja de cerillos y enciende uno. Ver la flama lo horroriza y la apaga de inmediato, justo cuando escucha la voz asueñada de Olga:
--Si quieres fumar, fuma; ya sabes que me encanta el olor del tabaco.
Dichoso de que la voz de su mujer lo haya rescatado de los malos recuerdos, Marcial sonríe y se disculpa:
--Perdóname, chaparra, te desperté.
--No importa. ¿Qué hora es?
--Van a dar las doce.
--Ay, no me digas. Llevo mucho tiempo dormida, desde las ocho. Me hubieras despertado.
--Pero cómo, si se veía que estabas cansadísima.
--No: ¡estaba muerta! Caminamos toda la tarde. Hubieras visto a mi hermana y a mi cuñado. Tardaron horas en decidirse por una cámara de video, pero al fin la compraron. Quieren filmar el bautizo de Jimenita. Es el domingo, a las ocho.
--Híjole, vamos a tener que levantarnos temprano.
--Sí, y el sábado no voy a permitir que te desveles, como hoy. ¿Por qué tardaste tanto en subir?
--Me quedé viendo la tele.
--A mí ya no me gusta verla, sólo pasan películas horribles de pura violencia. ¿Qué viste?
El acento de Olga le indica a Marcial que su mujer va saliendo del sueño y acercándose a él para rescatarlo de las imágenes que lo envuelven y lo consumen, como si fueran llamas verdaderas.
--Vi la forma en que mataron a un tipo. Fue algo tremendo. Creo que por eso no voy a poder dormir.
Olga suspira y se coloca la almohada sobre la cabeza:
--¿Y para qué lo viste?
--No sabía, no pude...
--Leí en una revista que a los hombres los fascinan los espectáculos violentos. Ahorita no me acuerdo bien, pero me pareció muy interesante. Mañana te platico.
--Sí, ahorita necesitas descansar.
--Tú también.
Olga se vuelve hacia la pared. Marcial se sienta en la orilla de la cama y tapa el hombro desnudo de su mujer, que le agradece el gesto arrebujándose con placidez.
--Ay, qué rico. Deberías acostarte tú también.
--Ya te dije que no tengo sueño. Si me acuesto voy a pasármela dando vueltas y no te dejaré dormir.
--¿Ya ves por andar viendo programas violentos? ¿Fue muy terrible?
--Mucho.
--A ver, cuéntamelo.
--No, ¿cómo te lo voy a contar? Es muy tarde. Mejor mañana.
--¡Cómo eres! Primero me picas la curiosidad y luego no me dices nada. Andale: ¿de qué se trató?
--Primero aparece un grupo de personas: hombres, mujeres, niños. Están todos en un lugar muy bonito. Hay muchas plantas y enmedio un árbol muy grande.
--Y allí ¿qué pasa?
--De repente se ven las piernas de un hombre. Está vestido sólo con unos calzoncillos rojos.
--Como los que te iba a comprar el
otro día y no los quisiste... Perdón, ya no te interrumpo.
--Ese hombre tiene los brazos atados a la espalda con una soga y alguien, a quien no se ve nunca, la jala como si quisiera desprenderle los miembros del cuerpo. El prisionero no se mueve, no grita, no parece sentir el dolor: sigue cabizbajo, todo guango, como un muñeco de trapo, como un títere.
--Vestido con calzones rojos.
El tono juguetón de Olga impacienta a Marcial. Intenta ponerse de pie. Olga se lo impide tomándolo de la mano:
--No te vayas. Ahora sí juro que no vuelvo a interrumpirte. Siéntate aquí, más cerca: me gusta tu calorcito. Yo no sé cómo le haces, siempre estás ardiendo. Bueno ¿y luego qué más pasa?
--Alguien sigue jalando la cuerda hasta que el hombre queda atado al tronco del árbol. La gente a su alrededor lo mira sin sorprenderse, sin decir nada. El único que habla es un tipo delgado, con cara de pájaro, que viste camisa blanca. Es enérgico cuando se dirige al pueblo para pedirle su opinión. Dice que la respetará y se hará lo que la gente diga.
--¿Se hará, con quién?
--Con el prisionero. Su destino va a decidirse allí: pueden mandarlo a la cárcel o matarlo.
Olga se vuelve violentamente hacia su marido y le pregunta horrorizada:
--Pues ¿qué hizo?
--Se supone que violó y mató a una mujer.
--Ah, pues entonces sí merece que lo fundan en la cárcel. Eso es lo que yo hubiera dicho.
--Pero la gente no dijo nada, ni siquiera se movió cuando otro hombre comenzó a rociarle el cuerpo con gasolina.
--¿Estuvieron de acuerdo en quemarlo?
--No lo dicen, pero tampoco se oponen a la acción. Sólo se quedan allí, viendo. Fue una escena terrible. Sentí algo espantoso cuando lo rociaron con el último chorro de gasolina...
--¿Y luego?
--Alguien tira un cerillo y el prisionero lanza un grito, uno solo, espantoso... Ahorita que te lo estoy contando se me enchina el cuerpo. Fue algo espantoso. La verdad no me explico que la gente no haya dicho nada. Uno de los que están presenciando el ajusticiamiento hasta se vuelve a la cámara y sonríe.
--El director debió quitar esa escena. Es demasiado violenta para que la vean los niños.
--¿El director? ¿Cuál?
--El de la película.
--No es película. El ajusticiamiento es real. Ahora todo el mundo lo sabe porque un tipo filmó la escena con una de esas camaritas de video como la que compró tu hermana para filmar el bautizo de su hija. Todo cabe en esos aparatos: la vida y la muerte.