La Jornada Semanal, 8 de septiembre de 1996
Copilco, la colonia en la que vivo, jamás se ha caracterizado
por una agitada vida sexual. Las pocas proezas que sus habitantes
dicen haber realizado se pierden en la noche de las unidades
habitacionales. Ahí, de la Unidad Latinoamericana Insurgentes,
la liberación sexual no obtuvo mayor despliegue que unos
cuantos presurosos escarceos en las jardineras y arriba de los autos
estacionados, cuyas alarmas se encendían con los cascabeleos de
las subidas. Desde hace quince años, toda la liberación
sexual en Copilco se reduce al diálogo que le escuché a
dos vecinas en una fiesta:
Una copa más y quedaré debajo de la mesa dijo la menos achispada.
No, maestra, yo me tomo una copa más y quedaré debajo del anfitrión respondió la otra, y tres minutos después procedió a vaciar su copa de un solo y desesperado trago.
Ahora me vienen a la memoria tres leyendas de la liberación sexual en mi colonia. La primera fue protagonizada por alguien cuyo nombre omitiré por obvias razones. La leyenda dice que este hombre, en su adolescencia, frecuentaba a la hija de la tortera de la calle de Arquitectura y que, ahí, en la bodega repleta con costales de teleras, practicó sus primeras compuestas, cubanas y niños pobres. Más adelante, este mismo héroe llegó a ofrecerle pagar alquiler a alguna sirvienta para que le prestara, por unas breves pero ardorosas horas, el cuarto de servicio en la azotea de algunade las unidades habitacionales de la zona. La leyenda cuenta que, dadas las temblorosas condiciones del catre de la sirvienta, nuestro héroe y su amante tuvieron que hacerlo de pie, recargados contra una imagen de la Virgen de Guadalupe que, de tanto ser tallada, acabó por gemir. A eso se le llama el Milagro de Copilco.
La segunda historia de la liberación sexual en donde vivo no fue milagrosa: un estudiante de la Facultad de Filosofía caminaba sobre Insurgentes para alcanzar un camión. Era de noche y lo acompañaba su novia. De pronto, el deseo los fulminó a ambos y terminaron tumbados en el escaso islote de pasto detrás de la parada del camión. Sin protección alguna y con la fertilidad a tope, tuvieron que ponerle a su hijo Mazurca, en honor al restorán por cuyas ventanas una muchedumbre de comensales miró, con las bocas abiertas y llenas de papas, el acto de la concepción.
Mi tercera historia es también de mirones. Los espectadores estábamos en el tercer piso de la Facultad de Filosofía y Letras, dormitando en una asamblea estudiantil cuyas demandas y debates no quiero recordar. Bostezando, alguien miró por la ventana en dirección a Las Islas y ahí estaban: un enorme gordo de la Prepa 7 sobre una pequeñísima y escuálida estudiante del CCH Sur. Era, evidentemente, una lucha desigual y, como siempre, nosotros nos pusimos del lado de la más débil.
Voltéate, no ves que la vas a aplastar? gritaba Julián Andrade.
Déjenlos sugería un líder moral de los estudiantes de Ciencias, para agregar: Oye, Marentes, baja y diles a esos dos que suban porque ya se va a votar.
Cuento estas tres historias de mi colonia no por mera gratuidad sino por un hecho insólito que sucedió hace apenas unas semanas. En la esquina de Cerro del Agua y Copilco, es decir, por donde se accede al circuito de Ciudad Universitaria, apareció un mensaje de Pro-Vida en una barda. Decía: "La vasectomía y la ligadura producen cáncer y disminución del apetito sexual." El shock que provocó en los vecinos este mensaje no fue, como es obvio, por la repentina evidencia de que Pro-Vida también pintaba bardas, sino por el hecho de que las huestes de Serrano Limón estuvieran preocupadas por nuestro apetito sexual. Nomás eso nos faltaba. La curiosidad de saber por qué este comité religioso se preocupaba ahora en la disminución o no de nuestros deseos sexuales, me empujó a ir a consultarlos. Pro-Vida está en una casa amarilla de la colonia Anzures y, aunque usted no lo crea, sobre la calle de Bahía de la Concepción. Toqué el timbre dos veces esa mañana y me abrió un hombre que se sonrojó cuando le confesé mis intereses:
Vengo a saber por qué la vasectomía hace que uno se enfríe le dije en la sala de espera.
Un momento fue todo lo que me respondió.
En la espera, miré a mi alrededor: un periódico mural que ponía "Di no al aborto" y "La democracia no es un fin, sino un medio para la moralización de México". Además, fotos de Juan Pablo II besando infantes, y mucho crucifijo. Por las escaleras subían y bajaban mujeres jóvenes de adivinable buena pierna. Una de ellas sí me hizo suspirar: "Qué desperdicio." Finalmente, bajó de las misteriosas oficinas del segundo piso un gordito que correspondía exactamente a mi imagen de Pro-Vida: parecía un cura de Zamora, Michoacán.
El hombrecito se presentó como "el Doctor Miguel". Tenía algunos barros apunto de estallarle en las mejillas y una sonrisa abnegada.
Usted es el de la vasectomía? me preguntó con la vista baja.
Sí le dije ya sin tanta seguridad, quiero saber por qué disminuye el apetito sexual.
Me tomó del brazo y fui arrojado a una enorme sala de juntas en cuyas paredes había fotos de fetos y un gran crucifijo al frente. No es que sea un insensible pero los fetos, si no son de uno, nunca causan nada parecido a la ternura sino, por el contrario, algo bastante más cercano a la repugnancia. Son sustancias viscosas y blanquecinas que laten. A continuación, el Doctor Miguel me abrió los ojos cuando espetó:
La vasectomía, joven, hace que el semen se acumule y tapone las células de los testículos, y eso provoca granulosis, que es como un hematoma pero de granitos, muy doloroso, joven, y eso hace que se pierda el apetito sexual.
Ah, vaya le dije. Y sin vasectomía, el semen no se acumula? pregunté. Por la oreja del gordito corrió una gota casi imperceptible de sudor.
No, se elimina por la "polución nocturna" juro que dijo "polución" o por la orina.
Y hay otros métodos manuales también agregué.
Sí aceptó como si la Virgen le hablara. Pero deje que le traiga unos folletos para evitar la vasectomía y la ligadura de trompas.
Y, a continuación, el Doctor Miguel me mostró el libro Paternidad Responsable y Método Billings, un texto prologado por el vocero del Episcopado, Norberto Carrera, y avalado por "Comisión Episcopal para la Familia".
Abrí el libro y me saltó un pie de foto terrorífico, que decía: "Erik Odelblad, Padre del Moco Cervical". Y ahí estaba la foto en blanco y negro de un sueco sonriente, mientras los autores del libro le llamaban algo tan espantoso como "Padre del Moco Cervical". Cerré el libro y a toda prisa me despedí del Doctor de Pro-Vida, quien quizá sueña con que algún día alguien lo reconozca como "El Padre del Gargajo Pancreático".
De vuelta a Copilco, me paré frente a la barda de Pro-Vida. Miré la muchedumbre que llegaba a comer a los departamentos de las unidades habitacionales. Eran miles de profesores universitarios, con suéteres raídos y estómagos mal alimentados, después de una jornada de clases por asignatura. "Somos tantos en Copilco pensé que alguien debiera preocuparse, no por nuestros apetitos sexuales, sino por nuestros ímpetus procreadores." Pero, de inmediato, supe toda la verdad sobre la política económica del régimen: los bajos salarios de la UNAM serán el mejor método para controlar la natalidad.