Se llama Denny Méndez, es de origen dominicano y es negra. ¿Quieren algo más? Confieso, permítaseme una nota personal, que nunca he seguido los concursos de Miss Italia y nunca imaginé que desde ahí pudiera surgir algo que mereciera alguna atención. Hoy me retracto. Un hecho de cultura acaba de ocurrir en Salsomaggiore. Pero sí, digámosla toda la verdad, un hecho de gran cultura. Para algunos el asunto parecerá trivial y otros pensarán que la decadencia de La Jornada acaba de comenzar si hospeda en sus páginas notas tan frívolas. Pues, ni modo.
En los días anteriores a la elección los infaltables tartufos reclamaban que Denny no tiene ninguno de los dos padres de origen italiano. Otros se preguntaban qué tiene que ver una negra con la ``belleza italiana''. Y de pronto nueve millones de italianos votaron frente al televisor por Denny. Es posible que yo exagere este acontecimiento, pero el hecho es que si, en uno de los típicos episodios de cretinismo popular-televisivo, una negra dominicana se convierte en Miss Italia, entonces la apuesta a favor de una Italia multiétnica, multirreligiosa y multicultural no está perdida.
Y la otra cara de la medalla. Dentro de cinco días Umberto Bossi, gran jefe de la Liga Norte, declarará el nacimiento de la Padania (para entendernos de Turín a Venecia), desincorporando esta parte del territorio del resto de la república italiana. Uno de los sainetes más veleidosos y palurdos de la historia contemporánea de Italia. Bodegueros racistas, pequeños empresarios emborrachados de retórica antifiscal y empleados públicos con afanes de redención épica, declararán el 15 de este mes, su autonomía de Roma. Un triste sainete que probablemente no tendrá consecuencia alguna aparte el incremento de la dosis de ridiculo sobre las espaldas de ese frenético novel ``capitano di ventura'' que es el honorable diputado Umberto Bossi.
Los pueblos producen siempre a lo largo de su historia episodios de imbecilidad y lucidez. Y, a menudo, lo hacen al mismo tiempo. Este es el caso de Italia hoy. Denny Méndez --junto con nueve millones de italianos-- de un lado, Umberto Bossi del otro. De un lado la cara hermosa y abierta de esta niña de origen dominicano, del otro los gritos destemplados de una (por suerte pequeña) parte de Italia que busca el futuro en fantásticos retornos hacia el autogobierno de los iguales en raza, cultura, color de piel, etcétera.
A Bossi y a su ejército de bodegueros (dicho sin agravios a la profesión) se les olvidó sólo un detalle: la historia. Desde el siglo XI Italia fue la patria del renacimiento urbano de Europa. El renacimiento de las ciudades arrastró consigo el del comercio, la cultura, las artes. Y sin embargo las luchas fratricidas entre Venecia, Florencia, Milán y Genova crearon el ambiente propicio para que el país frustrara sus ambiciones de unidad nacional. El localismo produjo maravillas y, al mismo tiempo, impotencia colectiva. Y desde comienzos del siglo XVI, las aspiraciones de Dante, Machiavelli y muchos otros quedarían borradas por casi cuatro siglos debajo de la dominación extranjera. Un comunalismo cerrado produjo por siglos un país separado de sí mismo; alimentó rivalidades y miopías con efectos desastrosos en la formación de una sociedad abierta y al mismo tiempo unitaria. No hubo mucho de qué estar alegres teniendo Hasburgos o Borbones sobre las espaldas por siglos.
Bossi no alcanza a entender que Italia no es Rusia. No tuvo en su pasado ni Pedro ni Catalina sino ejércitos de Visconti, Medici, Sforza, Este, Savoia, della Rovere, Ezzelino y sepa Dios cuántos más. Italia necesita avanzar en el federalismo y romper el centralismo corrupto e ineficiente que la estrangula desde hace tiempo. Pero pasar de ahí a la secesión es, como diría Fouché, peor que un crimen, es una estupidez.
Así qué viva Denny Méndez, anuncio de una Italia posible. Integrada en la diferencia, diferente en la unidad.