Algunos médicos han tenido la suerte y la virtud de reflexionar sobre la condición humana a partir de sus experiencias con pacientes. La enfermedad puede ser una ventana y un espejo: se mira a través de ella, o bien, puede verse uno mismo. No se requiere ser enfermo ni médico para comprender lo anterior: basta contar con la sensibilidad suficiente para saber que la patología del individuo no sólo es de él, sino que se comparte con la familia, la sociedad. No en balde hay quienes piensan que la enfermedad es una especie de termómetro, en donde las conductas en torno al sufrir y a la angustia del vivir apresado por algún mal sirven para sopesar la solidaridad, el temple, la tolerancia. Para males ``pequeños'' basta la pareja, la familia. Cuando se trata de padecimientos ``mayores'', entran en concurso ``todos'': desde la pareja hasta los sistemas de salud de la nación. En medio quedan grupos fundamentales que no puedo dejar de mencionar: la escuela y los religiosos. El sida es uno de esos grandes males.
Hace 15 años, en forma paralela a la descripción de los primeros casos, cuando poco se sabía acerca del origen del sida, emergieron los primeros señalamientos medievales. Homosexuales haitianos y africanos que tenían relación con animales eran los culpables de la epidemia. Estos grupos fueron denostados, estigmatizados y satanizados. Los verdaderamente religiosos estaban ante un festín: ``lo que Dios no había conseguido lo haría el sida'', y, ``esta enfermedad es un castigo divino''. Los no tan religiosos, pero homófobos y racistas, también encontraron material para juzgar: negros y homosexuales pagarían. Cuarenta años atrás, Hitler había asignado a homosexuales y negros escalafones inferiores dentro de la especie humana. Acorde con su ideología, deberían ser también exterminados. Así, al desestimar y menospreciar a los grupos de marras, el sida confirma y continúa las ideas del nazismo: en nuestra especie hay quienes valen más, y hay quienes, aun cuando humanos, están debajo del promedio. No cabe duda que en el homo sapiens todo es posible. Religiosos y racistas, en un mismo saco, unidos por el sida. Todo en nombre de su razón.
El embrión de la intolerancia siguió creciendo y otras comunidades fueron acechadas. En Estados Unidos, cuando se descubrió que algunos niños hemofílicos padecían sida, se discutió ácremente. ¿Podrían ocupar un pupitre al lado de los ``niños normales''? El acné del rechazo se suscitó cuando a algunos niños se les invitó a abandonar la escuela y cuando la casa --no estoy seguro si fueron casas-- de hermanos hemofílicos fue quemada. A la par, en buena parte de los hospitales, el maltrato y el rechazo a los enfermos se hizo manifiesto. Patéticamente manifiesto. Como ejemplo, basta decir que en algunos nosocomios ``de alta especialidad'' de la ciudad de México, los pacientes pueden esperar hasta dos o tres semanas para que se les coloque un catéter. Del trato inadecuado en no pocos hospitales, son mudos testigos la mayoría de los periódicos, en donde las secciones para el lector acumulan dolorosos testimonios.
Aún no sabemos qué sucederá en nuestro medio con aquellos campesinos que, al ser expulsados por su tierra, emigraron al vecino país del Norte en busca de sustento, para ellos, su familia y para México. Por diversas causas, no son pocos los que regresan infectados. Ocioso sería comentar que ni aun cuando sigan empeñando el futuro de hijos y nietos, no tendrán los medios para recibir tratamiento. El telón está abierto: ¿qué les ofreceremos? Temo que el demonio de la intolerancia mutará su rostro y será más devastador.
Hemos escuchado que el sida es un problema muy grave en México. Junto con esa sentencia leemos, con frecuencia, que clínicas para tratamiento de este padecimiento cierran por diversos motivos. Es tan imposible reconciliar ambas realidades como obligado señalar el error que implica el no ofrecer todo el apoyo a los portadores del virus o a los enfermos: la diseminación encontrará los caminos abiertos. El juicio moral reclama opiniones. Siendo la ética atributo de nuestra especie, cada quien debe concluir.
Yo ofrezco mi opinión. Se calcula que en el mundo, cada día hay 7 mil 500 casos nuevos de sida. La mayoría son en heterosexuales y drogadictos. La intolerancia y la estigmatización seguirán otras vías: no hay grupo que escape al sida. Las políticas de salud inteligentes deben prevalecer sobre la moral ramplona.