Napoleón Rodríguez
La desordenada codicia de los bienes ajenos

Este libro es un encuentro con aquellos personajes que formaron el submundo bandoleril de la España medieval, que navegó en las olas de la corrupción y cuyo germen se trasmitió a América. Los gobernantes débiles, con toda la debilidad que trasmitió Juan de Castilla a sus descendientes Enrique IV e Isabel, generaron un imperio crapuloso e indolente cuyos gobiernos se desenvolvieron en una época de decaimiento moral, político y social sin par en la historia. El derecho y la ley permanecían inermes, en el suelo. Los fondos públicos fueron a parar a los bolsillos de la nobleza, el tesoro público se arruinó por la depreciación de la moneda. Los comestibles se traficaban, el soborno y el fraude eran cosa común en las áreas administrativas; la usura y el latrocinio eran lugares cotidianos de visita, lo mismo la rebelión y el crimen que invadían los caminos.

La desordenada codicia de los bienes ajenos es un retrato fiel de esta época, que el autor traslada a otra, en su destierro en Francia. En la portadilla se lee: ``Obra apacible y curiosa en la que se descubren los enredos y marañas de los que no se contentan con su parte''. Firmada por Luis García se antoja de autor anónimo y fue publicada hasta 1619. El libro fue dedicado a Luis de Rohan, conde de Rochefor. Este documento es un curioso tratado de la ladronería. En su cuerpo interior consta de trece capítulos en donde se habla de la miseria de la prisión sólo comparable a las penas del infierno. También se narra un gracioso coloquio que --en la prisión-- el autor sostuvo con famosísimo ladrón.

Otros capítulos son más amables, como cuando nos relata una historia pormenorizada del primer ladrón. La narrativa toma la forma de una crónica puntual de los bajos mundos bandidescos cuya similitud es pavorosa con los tiempos que corren. El autor llega a la bonita conclusión de que ``todos de cualquier calidad que sean, son ladrones''; frase que se actualiza con otra no menos cínica pero sí igualmente lapidaria: ``La corrupción somos todos''.

En el forzado exilio de su autor, que cumplió en Francia, se pinta además a los diversos personajes de la monarquía de los luises, especialmente los bandoleros que trasgredían los bandos de buen gobierno.

Al paso del tiempo, la obra que se comenta tuvo varias reediciones. Un volúmen fue a parar a la biblioteca de Proudhon, escritor francés a quien se atribuye también la frase de que ``la propiedad privada es un robo''.

Pedro José Proudhon, economista francés (Besancon, 1809-París 1865), desesperado ante el cuadro de pobreza en el que se desenvolvía escribió: ``Yo bien quisiera hacerme rico; creo que la riqueza es buena de sí, y que sienta bien a todo el mundo, hasta al filósofo; pero soy bastante escrupuloso tocante a los medios, y los que yo desearía emplear se hallan fuera de mi alcance. Además, para mí no es bueno hacer fortuna, mientras existan tantos pobres''.

En efecto, Proudhon fue pobre, en el París victorhuguesco invadido de miseria y esplendor en dos clases eternamente antagónicas. Sin embargo sobresalían aquellos que no reparaban en la forma de hacerse ricos a costa de los bienes ajenos y que sólo encontraban placer en el ejercicio del hurto. Francia generó un sistema de desigualdades --el liberalismo-- cuya doctrina se sintetizaba en la frase: ``el fin justifica los medios''. El dejar hacer, dejar pasar concentró la riqueza en unas cuantas manos. La justicia distributiva y equitativa fue una utopía. La ley se desenvolvía entre los laberintos de los juzgados, entre papeles y marañas burocráticas que desesperaban a los humanos derechos.

En fin, la obra cuya lectura es recomendable por más de un concepto llega a otras conclusiones puesto que en ella se sostiene que la pobreza no fue la inventora del hurto, sino que su causa primordial es la riqueza y prosperidad de unos cuantos los que a su vez engendran el deseo del hurto, porque la ambición es un fuego insaciable. Aquéllos que mucho tienen, su ambición los compele a tener más. ``Y así en estos ladrones la grande prosperidad y riqueza que tenían, fue causa de su desordenado apetito e insaciable ambición. Porque habiendo de apetecer lo que no tenían no podían intentar otro hurto, que la igualdad y sabiduría de Dios''.

Esta opinión que huele a blasfemia llevaría a considerar al autor como hereje si no es por el tinte irónico que imprime a su texto, en realidad lleva al lector a deducir que aquéllos que acumulan enormes riquezas logran imponerse por encima de la ley, como amos absolutos y dueños de vidas y haciendas. El libro consigna hasta proverbios como aquel que reza: ``Unos tienen la fama y otros lavan la lana''.

El texto es el antecedente del libelo de nota roja, que es un periplo hacia las profundidades de un sistema generador de corrupción. En sus páginas se ponen al descubierto el crimen y la cárcel, esta última se convierte en una institución de enseñanza superior tan común en época de crisis en donde se destapan las pasiones humanas. Por algo el libro fue calificado por espíritus traviesos como ``el destapacloacas'' de los tiempos del buen tomar... lo ajeno.