MISILES CON CARGA ELECTORAL

Para justificar sus más recientes ataques bélicos contra Irak, el gobierno de Washington ha esgrimido el pretexto de preservar las ``zonas de exclusión aérea'' establecidas por las fuerzas estadunidenses en el norte y el sur de la nación árabe con el supuesto fin de proteger a los kurdos (en el norte) y los chiítas (en el sur) de las tropas de Bagdad. Pero los motivos verdaderos de esa medida contraria a la soberanía iraquí y al derecho internacional tienen muy poco que ver con afanes filantrópicos o la preocupación por la seguridad de kurdos y chiítas. Las ``zonas de exclusión aérea'' tenían como verdaderos propósitos impedir que lo que quedaba de la fuerza aérea de Sadam Hussein pudiera amenazar nuevamente a Kuwait, en el sur, y --en pago por el uso de su territorio para atacar a Irak durante la guerra-- dar mano libre a Turquía para que pudiera lanzar incursiones masivas contra las fuerzas kurdas que combaten al gobierno de Ankara y que han tenido su más importante santuario en el norte del país derrotado.

A más de un lustro de finalizadas las hostilidades en el Golfo Pérsico, las injerencias e imposiciones militares estadunidenses en Irak son, en términos estratégicos, innecesarias, inoperantes y contraproducentes. Innecesarias, porque el régimen iraquí no está en condiciones de volver a intentar una nueva agresión expansionista en contra de ninguno de sus vecinos. Inoperantes, porque la prohibición a Bagdad de que opere sus aviones de guerra al norte del paralelo 36 y al sur del 32 no ha impedido que el gobierno iraquí reconstruya su despótico dominio del Kurdistán y el área chiíta. Contraproducentes, porque la continuada hostilidad estadunidense otorga al acosado gobernante iraquí un argumento de peso para cohesionar a los iraquíes en torno a su autoridad.

En este contexto, difícilmente podrían encontrarse razones militares de peso que explicaran el empecinamiento estadunidense en preservar las ``zonas de exclusión'' ni los recientes bombardeos ordenados por el presidente Clinton contra posiciones iraquíes para garantizar la seguridad de los aviones estadunidenses en tales regiones. Todo hace suponer, en cambio, que los motivos verdaderos de estas agresiones inopinadas y contrarias a derecho no deben buscarse en el panorama estratégico del Golfo Pérsico sino en el entorno político interno de Estados Unidos.

En efecto, las acciones militares contra Irak --que, por cierto, cuestan decenas o centenas de millones de dólares a los contribuyentes estadunidenses-- tienen como propósito real el consolidar la imagen de Clinton como un dirigente enérgico y resuelto y disputar a los republicanos el electorado de centroderecha y derecha.

No hace mucho, el aspirante presidencial republicano, Robert Dole, se manifestó por devolver al predominio militar, político y económico en el mundo los niveles que tuvo en tiempos de la guerra fría. Al margen de lo quimérico y hasta grotesco de este planteamiento, su impacto electoral puede ser considerable en importantes sectores sociales del país vecino.

Por ello, las andanadas de misiles y bombarderos estadunidenses contra Irak parecen, más que una respuesta a las operaciones militares de Sadam Hussein en el Kurdistán iraquí, una réplica a los electoralmente eficaces despropósitos de Dole en materia de política exterior. Difícilmente podría concebirse una utilización de recursos militares más desapegada a la ética.