Olga Harmony
La vida empieza mañana

Los ciclos de Teatro Clandestino han tenido, entre otras, la virtud de mostrar la pluralidad de enfoques con que los dramaturgos mexicanos ven la realidad inmediata de nuestro país. Teatro un tanto de emergencia, que reta a los dramaturgos para elaborar un teatro crítico y social, cuando no decididamente político, sin que se pierda de vista el objetivo mayor, es decir, el teatro. Sin embargo, la propuesta general amenazaba con dar muestras de fatiga y los ciclos --por alguna razón que se me escapa-- parecían ir de más a menos, incluso con un autor que repite obras, mejor la primera que la segunda. Y hete aquí que dentro del ciclo tercero, aunque un poco descompasado en los tiempos, se presenta este texto de Ignacio Solares que resulta, a mi parecer y salvo mejor opinión, uno de los más interesantes que se hayan escenificado en Casa del Teatro.

Solares elabora una exacta metáfora del peligro de la militarización en nuestro país so pretexto del combate a la violencia. Lo hace a partir de dos muy viejos amigos con posturas decididamente antagónicas, el militar retirado y el sacerdote que participa de alguna manera en la opción preferencial por los pobres pese a las dudas acerca de muchas posturas de la Iglesia y que carga como su pesadumbre, su cruz muy especial. Así, el enfrentamiento en tre Lucas, el viejo militar y Juan, el viejo sacerdote, parece que se va apartando del tema inicial para dar cabida a agudas y dolorosas reflexiones acerca de la vejez, la muerte, las incertidumbres y certezas de cada uno frente a la religión, y alía todas ellas en una vuelta al tema central en ese durísimo final en que confluyen.

La vida empieza mañana es el irónico título de esta obra tan redonda, casi un exorcismo al posible regreso de los militares en nuestras calles. No omite las señas de la violencia cotidiana a través de un supuesto programa de televisión que también puede llegar a existir y que muestra los mejores asaltos en vivo, para remontarse a muy otros niveles (algunos de verdadera altura, como la reflexión del paso de la infancia que sólo nos alcanza al término de nuestras vidas) y nos permite otear la vida pasada de ambos viejos, muy nítido en su brutalidad el del militar, muy lleno de callados tormentos el del sacerdote. De la franca ironía que pinta con gran desmesura nuestro presente, y que invita a la franca carcajada, el texto se encamina hacia la grave emoción y remata con la inesperada y feroz esperanza de Lucas, que está muy lejos de ser solución de autor, antes bien representa la culminación de todo el recorrido por el que se nos hizo caminar.

El montaje de la obra es de Ignacio Retes, quien también interpreta a Lucas, el militar. Toda la sabiduría escénica del maestro Retes, como director, está al servicio de un trazo escénico eficaz en esta primera escenografía que diseñó Tatiana Maganda (ya que por retraso en el estreno Carlos Trejo, a quien se da crédito, no pudo participar en él; el escenario propuesto por Tatiana resulta de gran solvencia). Todo el encanto personal del viejo actor que es Retes presta gracia y realidad a un personaje que encarna todo lo que de negativo pueden tener quienes claman por orden y mano dura, y que sin este encanto del actor sería un fascistón a quien Juan no le podría tener el recóndito cariño que de verdad le tiene: un matiz de mayor dureza y el personaje se viene abajo.

Jorge Galván actúa el papel de Juan, el sacerdote que es mucho más que un contraste o apoyatura de los exabruptos belicistas de Lucas, ya que los matices --rechazo, piedad, afecto-- en su relación con el otro y los propios de su intimidad, así como los parlamentos más lúcidos y en momentos de gran hondura le corresponden. Muy fuera de la edad de Juan, y mayor contraste por compartir escena con un actor que sí tiene la edad que el autor adjudica a ambos personajes, Galván logra con gran dignidad su cometido. Algo más. Por momentos se sienten algunos titubeos en la memoria del viejo maestro y Galván aquí sí apoya, solventa cualquier escollo y endereza la nave, con la entereza del avezado marinero, con todo el respeto que teatro y Retes se merecen.