En 1844, el viajero inglés Brantz Mayer escribía a un amigo ``lo extremadamente peligroso que era salir fuera de las puertas de la ciudad solo o sin armas... rara vez irá un extranjero a caballo hasta Tacubaya sin ponerse las pistolas al cinto y llevar trás si un sirviente de confianza''. Aunque la inseguridad, efectivamente, parece no haber variado en 152 años, según lo confirman los recorridos del secretario de Seguridad Pública, Enrique Salgado Cordero, sí ha adquirido una mayor dimensión al extenderse hoy a toda la ciudad, ¿qué miembro de alguna familia no ha sido asaltado y qué calle de la ciudad no ha sido visitada por la delincuencia? ¿qué pequeño, mediano o gran negocio y qué carretera en los alrededores de la ciudad no ha sido presa de asaltos violentos? casi ninguna familia, colonia, calle, negocio o rincón de esta ciudad se ha librado. Por eso irritan tanto los informes y estadísticas oficiales sobre la supuesta reducción de la delincuencia y hasta los tonos triunfalistas de que la ciudad de México es menos violenta que Madrid, Nueva York o Tokio. Son discursos que nadie cree.
La ciudad está convertida en un espacio de miedos, inseguridades, temores y angustias. La inseguridad es parte ya de las estructuras y las relaciones sociales de nuestra vida. Transitar por la ciudad de día o de noche es acompañarse de un constante temor de ser agredido. Los autos, antiguas burbujas errantes de la seguridad, han sido vulneradas. Nuestros hijos han dejado de usar las calles y los parques libremente, ante la desconfianza permanente de ser robados o secuestrados. El miedo ha invadido el uso público de la ciudad.
Surge una nueva feudalización urbana. Miles de calles son cerradas por rejas resguardadas por miles de policías privados; alambradas y alarmas en las fachadas forman parte del enclaustramiento; casetas y perros empiezan a dominar el paisaje de la ciudad.
Colonias y barrios enteros, antiguos espacios de encuentros y convivencias colectivas, se convierten al anochecer en espacios desiertos.Cualquier ciudadano que camina por las calles se ha vuelto un sospechoso.
Frente a la inseguridad generalizada, la opción no es todavía, como podría esperarse, una respuesta socialmente organizada. Predomina la resignación de perder lo material por conservar la vida; o la impotencia de verse desprotegidos por la ausencia no de la policía, sino de sus funciones como tal.
Brindar seguridad ala ciudadanía no es un problema de más policías sino de tener policías. Bicicletas y más patrullas no resolverán el fondo del problema, pues sólo desplazaran la delincuencia de un lugar a otro, sin que necesariamente se erradique.
Es cierto, la crisis económica ha agravado la inseguridad al incorporar un sector social a la delincuencia; se trata de una población inexperta y por ello más peligrosa. Pero lo que resulta preocupante es la incorporación de la misma policía a la delincuencia, no tanto por las armas que posee, sino por la protección con que cuenta.
La inseguridad pública es un pendiente social que hay que enfrentar con estrategias profundas, más allá de los inmediatos y efímeros intereses electorales.
Sería irresponsable dejar crecer la irritación social que han provocado los actos de justicia por propia mano; más linchamientos e incenciados serían tan lamentable como ver a nuestro Ejército Mexicano en las calles.
¿Cuál será, señor regente, en su próxima comparecencia ante la Asamblea de Representantes la estrategia, los programas y las acciones de un plan más completo y eficáz contra la delincuencia y la inseguridad en nuestra ciudad? ¿cuál será la propuesta de su gobierno para pasar de una ciudad de miedos a una ciudad de confianzas? Restablecer la seguridad ciudadana y el bienestar familiar fueron principios y promesas de la actual administración. Habrá entonces, que cumplirlas en la ciudad.