Rodolfo F. Peña
El modelo intocable

En este país puede ser libremente criticado el modelo económico que nos mantiene en la crisis, y de hecho se le critica en todos los tonos y en los foros más diversos. Lo que nadie puede hacer con siquiera un grano de esperanza, es aspirar a que le hagan caso. Más aún, desde el poder parece sugerirse que la crítica de la crisis es también la crisis de la crítica: sustancialmente, el modelo es incriticable, es como algo que procede de la causa primera y que por tanto sólo puede ser impugnado para certificar el ejercicio lúdico de la libertad de expresión.

Ayer, según la principal información de este diario, los representantes de los empresarios privados nacionales, grandes y pequeños, aludieron a la crisis y sus efectos, efectos que, por cierto, van siendo lo único que queda de aquélla, cosa que no deja de ser un consuelo. Próximamente tendremos una nueva alianza para la recuperación, que se abreviará Apre. Y los empresarios, después de un diagnóstico sumario de la economía, demandaron que la Apre contenga medidas para una rápida reactivación económica y la generación de empleo. Pero reconocieron los signos de recuperación y de salida de la emergencia (en el sentido de apuro) y, sobre todo, elogiaron el programa económico porque ayuda a controlar las variables macroeconómicas y porque es positivo en el largo plazo, esto es, en ese punto indeterminado del tiempo en el que todos estaremos muertos, de acuerdo con la gastada pero sugerente expresión keynesiana.

Hace unos 20 años, nuestra economía empezó a sacudirse furiosamente, y el modelo anterior no consiguió estabilizarla. Y hace unos tres lustros se inició el cambio estructural que ciertamente traería sacrificios temporales pero, al cabo de un periodo de ajustes compartidos, debía traer también nuevas formas de producción y distribución, muy en la conciencia de la globalización y de la necesidad de un Estado moderno. Se instaló así el modelo económico del que estamos hablando y que era tan entrañablemente nuestro como las hamburguesas. Los costos no se compartieron, la producción se desplomó, el empleo y el salario real se comprimieron como algodones de azúcar y la modernización tomó el rostro opulento de las escalas de Forbes. Entonces la crisis se volvió social y política y abrió paso a una violencia multiforme en la que el canto general es el de sálvese quien pueda, censurado con razón por la maestra Sylvia Schmelkes pero harto explicable.

Se puede hacer una reforma electoral que desaliente a los defraudadores burdos y obligue a un despojo de votos más imaginativo y acorde con las nuevas tecnologías. Se pueden investigar los crímenes políticos hasta su total esclarecimiento, empleando tantos fiscales especiales como sea necesario, porque la sociedad no debe ser burlada. Se puede combatir al narcotráfico con toda la energía que demanden los controles internacionales de calidad. Se puede perseguir la violencia de enfrente, lo mismo la ideológica que la del crimen organizado, redefiniendo las funciones del Ejército, reequipándolo y modernizándolo, y se pueden militarizar los mandos policiacos para que sean más confiables. Se pueden diseñar programas asistenciales para los pobres, de modo que al menos una porción de los sobrevivientes del año 2000 tengan algo que llevarse a la boca. Como garantía de la seguridad pública, se puede incluso establecer la pena de muerte. Se pueden hacer muchas cosas por el estilo.

Lo que no puede hacerse es renegociar la deuda externa de modo que una buena parte del ahorro se consagre al crecimiento, a la creación de empleos, a la recuperación del salario, al incremento del gasto social en renglones como la salud, la educación y la vivienda, a la restauración del campo. Lo que no puede hacerse es abandonar la atención prioritaria al sector financiero. Lo que no puede hacerse, en resumidas cuentas, es cambiar el modelo económico, y no por empecinamiento, sino porque ese modelo deriva de la causa primera, y la prueba de su infalibilidad es que años van y años vienen y nadie ha conseguido demostrar, por ejemplo, que es posible estar al mismo tiempo en Forbes y en un mitin de despedidos.