La fusión de las compañías Time Warner y Turner Broadcasting System, aprobada ayer por un estrecho margen en una votación en el seno de la Comisión Federal de Comunicaciones de Estados Unidos, constituye un claro ejemplo de la magnitud de los intereses económicos que se mueven hoy en día en los medios de información, el poder que éstos llegan a adquirir y los riesgos que ello entraña para la libertad de comunicación y de expresión en el conjunto de las sociedades modernas.
En efecto, este caso ilustra nítidamente la tendencia --que impera en casi todo el mundo-- a la concentración de los medios informativos en unas pocas manos, o en unos pocos consejos de administración. La revolución tecnológica en curso --de la que el crecimiento explosivo del World Wide Web es el más claro ejemplo--, la irrupción de grandes capitales en los medios electrónicos e impresos y las cada vez más intensas reglas de la competencia, están desembocando en la constitución de vastos conglomerados mediáticos que absorben por igual a periódicos, revistas, canales de televisión y estaciones de radio, a editoriales, productoras y comercializadoras.
La entidad que surge de la fusión comentada, por ejemplo, controlará el 40 por ciento ciento del mercado estadunidense de televisión por cable, además de decenas de revistas, productoras disqueras, empresas de video, estudios de cine y televisión, y otras compañías relacionadas con las industrias editorial, de los medios de información y del entretenimiento.
Semejantes concentraciones no pueden considerarse un mero asunto mediático o empresarial: no cabe duda de que representan, además, grandes polos de poder político y propagandístico, y que sus implicaciones son mucho más vastas que las que podía expresar el lugar común de hace unas décadas que veía a la prensa como un ``cuarto poder'', capaz de funcionar como contrapeso a los tres consagrados por Montesquieu. Se dan casos incluso en el que los medios, especialmente los electrónicos, en vez de actuar como contrapeso al poder público constituyen en cambio un trampolín para acceder a él, como lo entendieron en su momento Fernando Collor, en Brasil, y Silvio Berlusconi, en Italia.
Uno de los aspectos más preo-cupantes en esta perspectiva es que, a diferencia de las instituciones políticas propiamente dichas --poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, gobiernos estatales y municipales--, el poder fáctico que resulta de la acumulación y concentración de medios no tiene por qué sujetarse a ningún control por parte de la sociedad. De hecho, la lógica empresarial con la que operan tales conglomerados no se dirige a la sociedad --entendida como el conjunto de los ciudadanos lectores, radioescuchas, espectadores, televidentes-- sino al mercado --el universo de los consumidores-- y no sigue más reglas que las de éste.
Otro motivo de inquietud ante estos fenómenos es la creación de entornos comunicativos que propician la suplantación de las consideraciones y las obligaciones informativas por los intereses comerciales y empresariales, lo que puede llevar --y ha llevado en numerosas ocasiones-- a distorsiones periodísticas lesivas para el buen funcionamiento de las sociedades.
Cuando, en términos generales, el mundo parece encaminarse a un reforzamiento de la libertad de expresión merced a los procesos de democratización en curso y a los movimientos civiles y ciudadanos empeñados en acotar los atributos y las prerrogativas del poder público, resulta pertinente reflexionar sobre los riesgos que entraña el surgimiento de estos poderosos grupos empresariales.