Pablo Gómez
La ropa sucia se lava en la calle

Está claro que una parte de la táctica electoral del PRI consiste en difundir los defectos de sus adversarios. El partido oficial ya no puede decir que es mejor que los demás, sino que todos los políticos son iguales.

Felipe Calderón ha protestado airadamente --hasta el grado de concurrir a Los Pinos-- contra una campaña priísta de desprestigio de los panistas. Pero el PAN ha hecho más y mayores campañas contra el PRI por causas semejantes a la denuncia contra Diego Fernández de Cevallos, quien recibió una indemnización de José Francisco Ruiz Massieu sin haber sido afectado en sus bienes por el gobierno: magia de los tiempos viejos que no terminan de irse.

La campaña del PRI es contra varios gobernantes panistas, es decir, aquellos que ejercen el nepotismo o que son arbitrarios. No está nada mal, sobre todo cuando el Comité Ejecutivo del partido oficial declara que seguirá denunciando a los malos gobernantes de Acción Nacional. Lo que es penoso es que la dirección priísta no haga lo mismo --quizá por falta de tiempo-- con los miembros del PRI que se encuentran en cargos públicos.

Los dimes y diretes, las acusaciones mutuas, los descontones imprevistos son la pauta de comportamiento de dos partidos que no tienen algo verdaderamente diferente que ofrecer al país. Lo más relevante aparece como lo que se denunció o lo que se insinuó, pero nunca lo que se propuso. Ese vínculo de mutua necesidad entre los líderes priístas y panistas se deriva de la falta de un verdadero debate político.

En una esquina --en la que lo arrinconó Salinas y todos los salinistas, incluyendo a Fernández de Cevallos y Zedillo-- el PRD trata de reorganizarse y puntualizar su propuesta política. Lástima que esa ausencia de discusión política pública, ese intercambio de lisuras entre panistas y priístas, domine el horizonte preelectoral.

El problema de fondo es que la lucha política empieza a girar sólo en torno a ciertas figuras públicas y a que los electores reciben un impacto informativo superficial, con todo lo grave que pueda ser el hecho de que Fernández de Cevallos sea un abogado trinquetero, lo cual sólo algunos sabían antes con entera precisión y detalle.

Pero los fulleros también gobiernan; es más, esos son quienes más poder tienen en México.

De lo dicho hasta aquí se deriva una tarea de medios de comunicación, políticos democráticos y líderes de opinión: tratar de crear las condiciones de un debate político de fondo. Si lo que estamos viendo es la tónica que tendrá la próxima campaña electoral, de seguro que los electores serán víctimas de una manipulación monstruosa.

Además, el país requiere un debate de fondo sobre sus problemas, pues las vías del crecimiento económico y la superación del sistema de partido-Estado no parecen tan abiertas como algunos lo suponen. Toda la fuerza del Estado, sea contra guerrilleros o contra quienes no lo son, implica demasiada violencia organizada e institucionalizada, pues tal fuerza no se anunció para contrarrestar la opresión política y social, así como la falta de esperanza, que son los factores decisivos en ese estado de conciencia que se requiere para tomar las armas.

Comprometer al Estado en su conjunto --con el apoyo resuelto del PRI y el PAN-- en una nueva cruzada contra la violencia que proviene de fuera de las esferas del poder, no se altera por los dimes y diretes entre priístas y panistas, quienes lavan la ropa sucia en la calle, pero tratan los asuntos fundamentales del país --como siempre-- en las sombras de acuerdos truculentos.

Si uno de los grandes problemas del PAN es que, a la hora buena, no es tan diferente del PRI, entonces lo que está ocurriendo es que el país se encuentra, en cierta forma, atrapado en las redes del cambio imposible, de la simulación política, del fraude a la democracia. Y eso sí que es verdaderamente grave. Veremos qué es lo que puede hacer el PRD al respecto.