Horacio Labastida Ochoa
El Grito de Independencia

Ser libre es poder ser lo que uno es, y no ser libre es ser lo que uno no es; y esta gran hipótesis de la libertad, cuyas raíces son constantes en las rebeliones contra la opresión --recuérdense, por iguales en su esencia, la insubordinación de Espartaco y el encarcelamiento de Gramsci--, animaron también la insurgencia de 1810. Dos factores explican el tremendo estallido. Uno fue el económico: en la brutal explotación a que España sujetó a la Nueva España desde la conquista hasta la caída del virreinato, se gestaron y reprodujeron las condiciones desesperadas que inducen el acto revolucionario. El otro factor conjugado con el primero fue el mexicano, que afloró en los años postreros de la dominación hispana, muy especialmente destacado por Francisco Javier Clavijero al redactar las célebres Disertaciones que acompañan a su no menos célebre Historia Antigua de México (1780-81).

En esta crucial época veríase con claridad que el mexicano formado y madurado en las entrañas de la colonialidad imperial, con sustancias indias y peninsulares, era incompatible con el régimen establecido en los años de la sujeción austro-borbona. En un medio de aguda miseria material se cultivó una cultura, la mexicana, en la que, sin excluir los componentes primos, emergió el nuevo ser colectivo que lanzó el Grito de Independencia de 1810, aún escuchado porque esa es la lógica nacional, la de nuestros valores, que desde entonces impulsa la realización de un ser diferente al que en el pasado pretendió imponernos la corona castellana, el segundo imperio francés y en el presente, el capitalismo trasnacional asentado en la Casa Blanca. Se trata de un denominador común. Las masas famélicas y negadas, dueñas de una innovada conciencia de sí mismas, apercíbense en todo caso movilizadas de manera irrenunciable a su propia liberación. Las magníficas lecciones de aquellos caudillos heroicos son por igual pretéritas y actuales.

¿Cuáles son, en resumen, las enseñanzas de aquella admirable revolución de independencia?

Primera. Para el mexicano esculpido en los tiempos coloniales, el ser imperial no era su propio ser, y consecuentemente, tuvo que purgarlo con el fin de abrir las puertas al florecimiento de su originalidad histórica. Por tanto, ninguna nación consciente de su cultura puede ser moldeada en valores extraños de dominio sin que se generen reacciones enfocadas a la expulsión de los núcleos de poder que pretendan tal moldeamiento artificial para favorecer que sea lo que no es --ténganse presentes las torturantes tragedias de Puerto Rico y Panamá.

Segunda. Las condiciones de indigencia y humillación del hombre son los disparadores potenciales de la rebelión de los pueblos, nacidas, tales condiciones, de una larga expoliación a cargo de élites locales asociadas a élites no locales. Unas y otras, para imponerse, utilizan el aparato gubernamental y sus organismos satélites de tipo represivo con objeto de acallar, ocultar y aniquilar sistemáticamente las denuncias y protestas de los sufrimientos y sus causas --la Guatemala de Arévalo y Arbenz, vejada por Castillo Armas, jamás debe olvidarse.

Tercera. Una vez asumida la conciencia de la cultura que integra al hombre --el mexicano que nació en la colonialidad novohispana, por ejemplo--, se manifiesta de modo ingente la libertad como la instancia sin la cual es imposible llevar adelante el proyecto incluido en la cultura propia; así, la libertad y los procesos de liberación aparecen como puentes indispensables a los pueblos que buscan realizar en la historia los ideales contenidos en su cultura, pues esta, la cultura, es la que da perfil y aliento vital a una nación frente a otras naciones. Tratar de destruir ese perfil es, en verdad, buscar el fin de la cultura agredida.

Los asesinatos de Hidalgo y de Morelos no impidieron a México ingresar en la historia para hacer cristalizar en ella las ideas que animan su ser nacional. En consecuencia, la batalla de los mexicanos que vivimos ahora es la de mantener y perfeccionar a nuestra Patria. Igual hoy que en 1810, los peligros son enormes, están a la vista, y por esto en el septiembre de nuestros días y en los meses y años venideros, como en el antiguo pueblo de Dolores, debemos firmemente continuar dando el Grito de Independencia que guía al país a la eminente grandeza que le señalan sus héroes.