Jordi Soler
Starsky, Hutch y la música de novela

Cada vez que persiguen a un criminal el detective Hutch va en el volante. ¿Por qué Starsky no maneja si se trata de su automóvil? La respuesta es sencilla: porque Hutch es incapaz de bajarse del coche a 60 kilómetros por hora, rodar por el piso, incorporarse, efectuar el salto del tigre, caer encima del delincuente y aplicarle las esposas, sin rebasar lo 40 segundos de récord que tiene el detective Starsky. Aaron Spelling, creador de un alevoso porcentaje de miniseries, propuso con estos dos detectives una nueva moral policiaca para televisión, que a grandes trazos consiste en: no leerle sus derechos al detenido, entrar a husmear en las casas sin orden de cateo, beber en horas de servicio, desobedecer sistemáticamente las órdenes de sus superiores y seducir a las mujeres que solicitan ayuda. El éxito del programa está cifrado en esas irregularidades que son, en realidad, las ``regularidades'' de cualquier policía que no sea personaje de televisión.

Aaron Spelling tuvo el tino de poner a dos policías reales dentro del contexto fantástico de la miniserie, con excepción, claro, de las bajadas del coche a 60 kilómetros por hora y los brincos de tigre a cargo del detective Starsky. Hutch, aprovechando el impulso de su programa, se convirtió en David Soul, cantante de un solo éxito y actor de películas de trascendencia limitada. El ciclo más reciente de esta serie vieja puede consultarse en Multivisión, con varios propósitos: a) constatar la decadencia de Aaron Spelling, cuyo más reciente éxito es aquel paseo por la miserie espléndida de una banda de niños yuppies titulada Beverly Hills 906020 (o algún otro número similar a las medidas de una señorita); b) mirar la moda de hace más de veinte años y dar gracias al cielo de que nos separan más de veinte años; c) descubrir en uno de los capítulos la figura del músico alemán Wolfgang Fink, alias Lobo, que aparece de mesero en un bar de bailarinas exóticas y que funciona de enlance para las líneas que siguen.

Los puentes de Madison, esa película estelarizada por Clint Eastwood y Meryl Streep que convirtió las salas de cine en auténticos lloraderos, fue primero una novela que escribió Robert James Waller. El éxito en la taquilla ocasionó que el libro, aprovechando el vuelo cinematográfico, cambiara su portada convencional por otra que incluyera las fotografías de los dos actores; los personajes de Waller perdieron en identidad lo que ganaron en popularidad, y además lograron para el libro unas ventas de película. A Meryl Streep ya le había tocado deformar un personaje literario cuando apareció en la portada de Out of Africa, la novela de Isak Dinesen; además, por si la deformación no hubiera sido suficiente, salía acompañada por el guapo de Robert Redford. Los dos casos son radicalmente opuestos: la obra de Dinesen no necesitaba la cooperación del cine, mientras que la de Waller valdría poco sin esa cooperación.

Durante algún día de 1992, según su propio recuento autobiográfico, Waller y su esposa Georgia Ann caminaban por las calles de Puerto Vallarta, tenían la intención de digerir los 350 gramos de peperoni que habían consumido en Joe's Pizza. Cuando pasaban frente al restaurante Mamma Mia, fueron flechados por el sonido de un violín y una guitarra que, a pesar de que las rebanadas del fiambre italiano seguían completas, los hizo entrar y elegir una mesa junto al pequeño escenario. Un dúo compuesto por el violinista texano Willie Royal y el guitarrista alemán Wolfgang Fink alias Lobo, ejecutaban canciones de un estilo que Waller define textualmente así: ``No era música gitana, pero sí algo parecido. No era flamenco pero a veces se movía en esa dirección. Un rato de línea melódica y después improvisación: jazz gitano o algo por el estilo''. Esa misma noche, debidamente armado con un casete del show que le vendieron los músicos, y con un espagueti al ajillo complicando los gramos de peperoni que todavía no digería, Robert James Waller se puso a trabajar en su laptop las primeras páginas de su nuevo éxito literario: Puerto Vallarta Squeeze, cuya tentativa de traducción podría ser, a juzgar por la portada en donde aparece un hombre estrujando a una mujer: Apretón en Puerto Vallarta. Willie y Lobo, los músicos de Mamma Mia, ya tenían algunos discos de éxito moderado y eso les bastaba para ejercer felizmente sus dos pasiones: la música y el surfing.

Esa novela que Waller comenzó en la cima de una indigestión, fue escrita con el fondo musical de Willy y Lobo; cuando la terminó, él y su esposa Georgia escogieron 15 probables hits y armaron un disco titulado Willie & Lobo, The Music of Puerto Vallarta Squeeze. Ni más ni menos que el soundtrack del libro. Robert James Waller, al margen de su calidad como escritor, acaba de inaugurar un tentáculo más de la industria discográfica: el disco que, sin perder sus propiedades, sirve de complemento para un libro (nada que ver, por ejemplo, con el compact disc del libro de Laura Esquivel que sin el libro no tiene ningún sentido, ¿y con el libro si?). Este disco de Willie y Lobo vale como curiosidad o como fondo para una comida tumultuosa, para hacernos la ilusión de que estamos en un restaurant de Puerto Vallarta. La actuación de Lobo como extra en la serie de Starsky y Hutch es tan difícil de verificar, que sería lo mismo si no hubiera existido.