Guillermo Almeyra
Las bases del separatismo en Europa

Lo que la Revolución Francesa pensó unir como Europa de los Pueblos y el Imperio napoleónico intentó reunir como Europa de las Naciones está unido hoy sólo como Europa del capital financiero y es un edificio construido pieza por pieza, pragmáticamente, por necesidades coyunturales, pero de muy difícil terminación, por razones que a la vez son históricas, culturales, políticas y económicas.

Las políticas de la Unión Europea tienden irreversiblemente a unificar pero hasta cierto punto y con infinitas mediaciones. La sinfónica continental toca un andante ma non troppo, para nada un allegro con brio en la partitura de la unificación.

Pero la mundialización del mercado presupone la regionalización, al menos, en la dominación del capital financiero. La unidad europea, por lo tanto, avanza aunque sea a tropezones. Sin embargo, con ella avanza el regionalismo y el separatismo, que no son su opuesto sino su corolario. En efecto, la mundialización ha rediseñado los mapas económicos y políticos y, al debilitarse el Estado nacional que contenía y oprimía los regionalismos (o, peor aún, las minorías) aquéllos buscan ``puentear'' a su ex dominador para sacar provecho de la mundialización y de los gérmenes de supraEstado. La Lombardía, de este modo, junto con las zonas que Umberto Bossi llama la Padania, no amenaza con su separación para el día 15 como simple pantomima ni recuerda simplemente con nostalgia la dominación habsbúrgica que la unía a la Europa central. Como depende, en sus exportaciones e importaciones, más de Alemania y los Países Bajos que de Roma, intenta extraer las consecuencias políticas de este hecho, en parte para chantajear al Estado italiano debilitado y obtener ventajas, sobre todo electorales e impositivas, y en parte para recomponer una unidad económica que se fragmentó dentro de fronteras políticas que hoy estallan o se borran. Bossi, sin saberlo, reproduce la política de los eslovenos y Milán es una Lubiana grande mientras aspira a ser una Praga integrada en un futuro IV Reich ampliado (y fundado, no por la Wehrmacht sino por el capital financiero alemán).

Es lógico que los pequeños industriales, los tenderos, los empleaduchos que tienen jefes meridionales, los obreros locales más atrasados aspiren a ese nacionalismo localista y bonapartista (como lo hicieron siempre sus congéneres en todos los países europeos, dando base a los Napoleones III, a los Hitler y a todos los movimientos semifascistas a la Poujade, Le Pen, Uomo Qualunque, Bossi). Es que ya no tienen contrapesos políticos ni culturales. En efecto, el problema hoy es que no hay una izquierda que ofrezca una alternativa a nivel europeo y, sobre todo, que sea capaz de defender de modo creíble los valores de universalidad y de solidaridad. El regionalismo prorrumpe en la escena con ropajes semifascistas y racistas, anulando los esfuerzos de la Revolución Francesa pero también los del Resurgimiento nacional italiano, no sólo por razones económicas sino también porque el capital financiero ha impuesto su hegemonía cultural, la fe religiosa en el mercado, la idea del primero yo y del sálvese quien pueda, la certidumbre de que quien no tiene dinero es un ``perdedor'', genéticamente incapaz de progresar y, por lo tanto, inferior y explotable. A Bossi no se le puede vencer por lo tanto con los Códigos ni con la fuerza pública: para minar sus bases se necesita una política que rompa con los valores del llamado neoliberalismo, amplíe el mercado interno, unifique realmente Italia promoviendo el desarrollo meridional, utilice la escuela como instrumento formador. O sea, todo lo contrario de lo que hace un gobierno neoliberal en cuyo seno la llamada ``izquierda'' (el Partido Democrático de Izquierda, nacido del ex Partido Comunista) negocia con Bossi sobre la base de concesiones, sin querer ver el carácter semifascista del movimiento por la Padania y del individuo que lo dirige. Para derrotar ese regionalismo basado en los cálculos hechos con la cartera también hay que reconquistar parte de su base obrera y popular con una política alternativa a la del capital, a escala nacional y europea. Es más fácil decirlo que hacerlo, pero no hay otra solución. Para ser realistas hay que apostar a la utopía.