La intensidad de los conflictos sociales en el país está creciendo día con día. Ya dejaron de ser únicamente los hechos de fuerza y gran tensión en las remotas zonas de la Selva y de las Cañadas de Chiapas, o los choques violentos --ancenstrales, a decir de algunos, como si eso los justificara-- de la lejana Sierra de Guerrero. Los enfrentamientos armados se han extendido sobre todo en varios estados del sureste del país, pero ya no sólo en zonas alejadas, sino en lugares visibles e importantes para la vida económica como es el caso de Huatulco. Incluso hubo detenciones de sospechosos tan cerca de la ciudad de México como el municipio de Huixquilucan. Estos son tan sólo algunos de los episodios conocidos y debe haber muchos otros de los que no sabemos nada. Mientras tanto, el Ejército mexicano se despliega cada vez más por el territorio del país y se provocan las declaraciones de funcionarios del gobierno de Estados Unidos que parecían reservadas para otras partes del mundo.
La violencia se extiende también a la vida comunitaria. Los casos de ``hacer justicia por mano propia'' crecen, y el reciente linchamiento en un poblado de Veracruz es, sin duda, el más impactante. El Zócalo capitalino es un escenario permanente de todo tipo de protestas, la confrontación entre diversos grupos es cada día más visible, como el reciente encuentro entre ambulantes en la zona de San Cosme.
La situación económica no ayuda mucho, cuando menos no en el corto plazo, a paliar las causas y las manifestaciones de la confrontación social. La recuperación no es apreciable para la mayoría de los trabajadores que ha sido muy golpeada por tantos años de lento crecimiento y crisis recurrentes. La exasperación crecen antes los constantes actos de corrupción del gobierno y algunos de los grandes grupos económicos privados. El retraso en la capacidad de incorporar a la población a una economía que pueda crecer y distribuir la riqueza generada será, sin duda, un factor de mayor tensión. Ahora la política económica tendrá que buscar aliviar las condiciones del deterioro mediante la fórmula más clásica, más gasto público y en el sector también más tradicional para empujar una recuperación, la construcción. Desde este año empiezan los procesos electorales que pueden ser decisivos para la conformación política del país. Esta es una cuestión que nadie pierde de vista.
El ambiente de enfrentamiento social es cada vez más visible y en ocasiones parece que estamos entrando en una situación de conflicto civil de baja intensidad. Este conflicto se está enraizando y será cada vez más difícil para las demandas que se expresan de manera violenta. Ante estos hechos es palpable la necesidad de establecer una serie de grandes acuerdos nacionales que sienten las bases para reordenar de forma pacífica la vida de la nación. La definición misma de esos acuerdos es hoy bastante complicada en medio de una crisis económica y un deterioro social y político tan grande. Las resistencias políticas de las instituciones y los partidos puede provocar el desborde de fuerzas sociales, y con ello aumentar la magnitud de los enfrentamientos. Las aguas están revueltas, el periodo actual exige ya salir de un ajuste severo de la economía y avanzar decisivamente en la reforma política y la reforma del Estado.