Un fantasma recorre a México: el fantasma de la violencia. Todas las fuerzas del viejo sistema se han unido en la santa cruzada para acosar a ese fantasma: el gobierno, el Papa, la Iglesia, los empresarios, casi todos los analistas y los partidos. Pero el fantasma sigue extendiéndose como una serpiente y no es una simple apariencia, es una realidad. Sus víctimas son desde indígenas caídos en el polvo, hasta jerarcas cuyos asesinatos han quedado impunes.
Los que denuncian la violencia tienen razón. Y también los que afirman que las revoluciones violentas no han traído nada bueno a México. Pero no basta con denunciar a la violencia, hay que descubrir sus causas e intentar modificarlas si es que todavía hay tiempo.
En mayo de 1911, Porfirio Díaz renunció a la Presidencia de la República. No lo venció el ejército maderista que tomó Ciudad Juárez. Lo venció la insurrección de ``bandas milenarias'' que pronto inundaron a la nación. Porfirio sabía lo que era eso, porque él mismo había utilizado la violencia para luchar en favor de la independencia de su patria y después para combatir a los gobiernos legítimos.
El gran peligro que corre la nación no lo representan las guerrillas de las selvas de Chiapas y las sierras áridas de Guerrero, Oaxaca y Michoacán. Si esos focos fueran aislados y destruidos, de todas maneras el peligro no sería conjurado. Si las guerrillas siguen vivas y actuantes funcionarán como ejes de ``bandas milenarias'', de gavillas, grupos armados, ex policías, pobres amotinados, etcétera. Como en la Revolución, podría generarse un verdadero remolino de violencia que destruyera las instituciones y la riqueza.
En el fondo toda violencia es política porque es una forma del ejercicio de un poder. En México se ha convertido en respuesta salvaje a la salvaje injusticia institucionalizada. Cuando los grupos de interés han impuesto al país un gravamen intolerable de sacrificios, desigualdad y corrupción, ¿cómo puede sorprendernos que en las aldeas, las rancherías y en los pueblos de México la gente empiece a hacerse justicia por su propia mano? Gran parte de los cuerpos de seguridad del Estado están infiltrados por el narcotráfico. Importantes personalidades de la vida política y económica del país han sido vinculadas con él. La inseguridad ha crecido y los delitos violentos han aumentado en un 20 por ciento tan sólo en 1996. Hay indicios de la existencia de bandas bien organizadas que actúan en extensas redes de alcance nacional y hasta internacional. ¿Cómo podemos maldecir a la fiebre sin atacar la enfermedad que la produce?
Una vez más parece que nos enfrentamos al cumplimiento de un ciclo fatídico. Como lo señaló Enrique Krauze en un ensayo importante que escribió en los años finales del salinismo, los proyectos de modernización, desde arriba, excluyentes, inflexibles, aislados de los cambios políticos, no sólo concentran la riqueza y ocasionan graves costos sociales, sino impulsan a la violencia. A fines del siglo XVIII la monarquía española impulsó uno de ellos, copia fiel del modelo francés de la época. A poco se convirtió en un instrumento para aumentar los privilegios y los abusos de la élite española y criolla sobre el resto de la población mestiza e indígena. A fines del siglo XIX, Porfirio Díaz impuso un proceso similar, también inspirado en modelos extranjeros. Los dos ensayos terminaron en revoluciones. Cada uno de ellos costó diez años de violencia continua y cientos de miles de vidas. La destrucción de la riqueza material y de la paz social que, en ambos casos, había sido timbre de orgullo.
A fines del siglo XX, México puso en marcha otro proyecto modernizador sustancialmente igual a los anteriores, desligado de los cambios políticos, orientado a aumentar la concentración de la riqueza y del ingreso. ¿Cómo sorprendernos de que los resultados empiecen a ser dramáticamente parecidos a los de los dos ensayos anteriores?
Las élites parecen atrapadas en su propia incapacidad sin entender lo que pasa. No sólo vivimos una crisis de la capacidad visionaria, también es una crisis moral. El valor supremo es la conservación del poder ``a cómo dé lugar''. La incapacidad de prever el futuro parece estar en relación directa con la incapacidad de aprender del pasado. No se puede gobernar a México desconociendo su historia.