La Jornada Semanal, 15 de septiembre de 1996


Contra la historia oficial

Rafael Barajas, El Fisgón

Curador de exposiciones, editor de la revista El Chamuco, Rafael Barajas recorre las aguas de la caricatura con el nombre de batalla de El Fisgón. Actualmente, este versátil ilustrador que parece responder a muchas agudas personalidades, prepara una dilatada historia de la caricatura. Coleccionista contumaz, El Fisgón ha reunido la crónica oculta de los grandes del cartón político. En esta ocasión, comparte con nosotros un pasaje de esta historia que aún aguarda numerosos rescates.



De todas las instituciones que se consolidaron en el México independiente, la prensa fue la más marcada por los debates que sacudieron al país, pues era a la vez objeto y protagonista principal de la polémica que los grupos conservadores y liberales libraron a todo lo largo del siglo. Esa primera centuria de vida independiente fue apasionada y apasionante, como los hombres de pensamiento y acción que le dieron forma. Si bien no faltaron políticos que, como Antonio López de Santa Anna, veían en la joven nación un rico botín, un satisfactor de sus propias ambiciones, en contrapartida estaban aquellos que, persiguiendo una utopía, construyeron un país.

Aunque en el México independiente el poder económico estaba aún en manos de los representantes del antiguo régimen colonial (Iglesia, latifundistas, etcétera), desde los primeros años comenzó a abrirse paso una incipiente y débil burguesía nacionalista. Para esta burguesía, acceder al poder y conservarlo representó un proceso largo, duro y complicado, pues tenía que combatir la inercia y los vicios de 300 años de régimen colonial. Para poder lograr esto, la nueva clase social tenía que contrarrestar el peso del aparato ideológico del antiguo régimen, sustentado básicamente en la Iglesia.

Para eso, había que construir un aparato cultural propio, capaz de llegar tanto a los altos niveles del pensamiento como a las clases bajas. Un proceso muy similar ocurría en España. Valeriano Bozal lo explica en La ilustración gráfica del Siglo XIX en España: "Llegar a todos suponía poner en pie un sistema de medios de comunicación que permitiese el debate y la información, que se convirtiera en el entramado capaz de sostener una superestructura ideológica compleja. Me parece posible decir que el primero de todos esos medios fue el periódico."

En México, como en España, el periodismo y la lucha contra el viejo régimen, cuyos representantes eran llamados "conservadores", siempre fueron de la mano. Una de las principales preocupaciones de Hidalgo fue hacer su propio periódico: El Despertador Americano. El triunfo de los liberales se corresponde con el progreso del periodismo en México: cuando ellos asumen el poder, se establece finalmente la libertad de prensa. Lo mismo sucede en España: "La llegada al poder de los absolutistas se traduce en la desaparición de todas las publicaciones. El advenimiento de los liberales supone todo lo contrario: la proliferación de periódicos y publicaciones de todo tipo."

En México, este proceso asumió una característica propia al gestarse lo que se ha dado en llamar la "prensa de combate".

Los periódicos de los imprudentes

A fines del siglo XX, mesura e imparcialidad son dos valores centrales, por lo general aceptados para la prensa, incluida la de México. No siempre fue así: los grandes periodistas liberales mexicanos del siglo XIX, entre ellos los caricaturistas, tomaban partido en todos los asuntos y eran desmesurados en sus ataques. En un país en lucha constante, no podía darse más que un periodismo de combate.

No es de extrañar que en un periodismo así, los géneros más gustados, más populares y que mayor desarrollo alcanzaron fueran los más belicosos: la polémica, la sátira y la caricatura. Este último socorrido recurso gráfico dotó a los liberales de un arma extraordinaria para combatir a los conservadores, que gustaban de guardar y hacer guardar las formas.

Enfrascados en la polémica de primera plana, los "revoltosos" estuvieron tan influidos por el romanticismo europeo que muchos de ellos escribían y hablaban como románticos, e incluso pretendían comportarse como Jean Valjean, el héroe de Los miserables de Victor Hugo. Fue en los periódicos liberales donde, junto a prohombres como Guillermo Prieto, Francisco Zarco, Ignacio Ramírez y Vicente Riva Palacio, florecieron los grandes caricaturistas de la época, como Constantino Escalante, Santiago Hernández y Daniel Cabrera.

Estos tres artistas fueron personajes románticos en el sentido más amplio de la palabra. Escalante muere de gangrena al perder la pierna en un accidente en el que intentó salvar a su esposa de ser atropellada por un tranvía de mulitas. Santiago Hernández peleó de joven junto a los niños héroes, y ya anciano combatió desde El Hijo del Ahuizote a don Porfirio Díaz. Daniel Cabrera estuvo tantas veces encarcelado por defender sus ideales y la libertad de expresión, que su vida podría ser el tema de un conmovedor folletín por entregas.

Además, estos extraordinarios dibujantes eran maestros de la técnica litográfica, que en México se convirtió en la forma de reproducción ideal para los revolucionarios liberales, pues permitía elevar tirajes y reproducir imágenes a gran escala, lo que puso a las publicaciones al alcance del pueblo. La litografía daba a miles de lectores la posibilidad de acceder a una cultura artística, y los litógrafos de la época, los caricaturistas entre ellos, se esmeraron en producir obras de calidad que reflejaban el espíritu y la sensibilidad del momento.

En Mexico on Stone, Michel Mathes sostiene que la litografía fue, y es, la primera técnica de impresión que permitió la reproducción fiel de matices tenues, tan propios del romanticismo; a sus valores multirreproductivos, esta técnica sumó la riqueza de sus posibilidades plásticas. Al ser un medio revolucionario de impresión, la litografía alcanzó el nivel protagónico de un símbolo de progreso. Los liberales románticos y progresistas del siglo XIX, tuvieron en la litografía un instrumento hecho a la medida de los cánones artísticos de la época y de su proyecto cultural.

Nunca faltaron valientes que publicaran un periódico, ya sea para apoyar a una facción política, ya para defender los principios en que creían. En 1850, Francisco Zarco publicó en El Demócrata: "Dichoso siglo en que abundan los periódicos y en que todo el mundo es periodista!"

Como es de suponerse, el periodismo de combate fue también un periodismo combatido. Hasta los propietarios y editores de los periódicos más respetados y estables del siglo pasado (como El Siglo XIX, "El periódico de los prudentes", editado por Ignacio Cumplido, y El Monitor Republicano de Vicente García Torres) sufrieron cárcel y destierro a causa de sus ideas. Pero los más perseguidos y aborrecidos fueron los periódicos que echaron mano de la sátira y la caricatura.

Verás tu imprenta hecha pedazos

En 1845, Juan Bautista Morales escribió en El Gallo Pitagórico: "Tú piensas sin duda que estás en un país en que la libertad de prensa es respetada y protegida como uno de los principales derechos del ciudadano. Aquí van las cosas de otro modo." Así alertaba el escritor sobre uno de los conflictos originales de la prensa en México: La batalla que los periodistas tenían que librar contra la censura. "Verás tu imprenta hecha pedazos a sablazos, palos y pedradas; irás entre cuatro soldados y un cabo a hospedarte en los calabozos de la Acordada, y por fin de fiesta te mandarán a echar un paseo por cuatro o seis años a Acapulco o California." Al propio Morales, Santa Anna lo mandó encarcelar por un artículo en el que condenaba la actitud del dictador frente a la anexión de Texas a los Estados Unidos.

A pesar de los palos, las pedradas y los destierros, los periodistas liberales lograron en esta batalla ganar un amplio terreno a favor de la libertad de expresión. En la segunda mitad del siglo XIX, México contaba con una libertad de prensa bastante considerable. Incluso cabe afirmar que los periodistas podían expresarse más libremente en 1872 que un siglo después, en 1972. Más de cien años después, los herederos de Morales seguían batallando en el mismo terreno.

Cuando Juárez cantaba ópera en La Orquesta

El 24 de mayo de 1871, Santiago Hernández, bajó al Benemérito de las Américas de su pedestal, y sin su levita de bronce el prócer quedó irreconocible. Don Benito Juárez se transvistió en una prima donna de opereta y disfrazado como La Gran Duquesa le cantó sus amores a la silla presidencial:

Observaba la escena otra gloria nacional, Don Sebastián Lerdo de Tejada, vestido como una coquetísima bailarina.

A Don Porfirio Díaz no le iba mejor cuando no estaba en el retrato oficial. Con motivo de una medalla que le otorgó el Congreso en diciembre de 1905 por sus méritos militares, el caricaturista Jesús Martínez Carrión le hizo un muy peculiar homenaje en El Colmillo Público: retrató al Caudillo de Tuxtepec como un viejo doblado por el peso de los años y las medallas, recibiendo una presea enorme de manos de un congresista (Alfredo Chavero), ataviado con un enorme peine y una colosal navaja de afeitar, "los aditamentos de un barbero". Mientras tanto, en el cielo se podía ver la estampa del héroe oaxaqueño huyendo de la tropa en la Bufa e Icamole. Al pie de la imagen se podía leer:

En la cumbre de su prestigio, Juárez fue retratado como una vieja ridícula, enamorada de la silla presidencial; en la cima del poder y la gloria de Don Porfirio, un periodista se atrevía a recordarle que el populacho le decía El Coyón de Icamole.

Crueles e irreverentes, estas caricaturas ofrecen una visión de la historia que está muy lejos de la iconografía oficial de los cuadros heroicos. Son estampas que no buscan retratar el destino glorioso de los caudillos (y de sus pueblos), sino reflejar las pequeñas miserias de la vida cotidiana.

A pesar de que su segundo destino inmediato es el cesto de la basura, estos viejos impresos son documentos valiosos para la historia. En su naturaleza fugaz y local está su carácter universal.

La caricatura ha sido siempre un arma ofensiva en todos los sentidos de la palabra: ataca y busca ofender. Es el género de los excesos. Su método esencial es el aislamiento y la exageración de los defectos. Para ser eficaz, la caricatura debe ser burlona, irónica, irreverente, iconoclasta, ácida, satírica, subversiva, y cuando el sujeto lo amerita tiene que ser incluso despiadada, cruel, violenta, intolerante y grosera. No mata, pero hace escarnio de su presa.

La caricatura es un género doblemente irracional: es irracional como obra gráfica y es irracional como acto humorístico. En México, la caricatura ha sido un género triplemente irracional, pues además de todo ha tenido como sujeto histórico a los políticos mexicanos.

Puesto que lindan con lo absurdo, estas imágenes distorsionadas no admiten discusiones. Son tan incontestables como un acto de locura.

La caricatura, en resumen, es un acto refinado de civilización. Mientras más libre y cultivada es una sociedad, más salvajes son los monos que se publican en sus diarios.

Carlos Monsiváis señala: "Desde el punto de vista del prestigio cultural no se toma en serio a la caricatura por su inclusión en el campo del humor, género útil pero 'ínfimo'." Nadie puede sentir respeto por el arte de la falta de respeto, y menos que nadie, los agraviados, los burlados, que son con frecuencia quienes escriben la historia. Este desprecio ha impedido que se pueda ver en su real magnitud el tesoro artístico, histórico y cultural que está contenido en la caricatura mexicana del siglo XIX.

Muchos movimientos del arte de este país, muchos de sus grandes logros, no pueden explicarse sin la estampa política del México independiente. Diego Rivera afirmó que la obra de José Guadalupe Posada es la obra de arte por excelencia: "Ninguno imitará a Posada; ninguno definirá a Posada." Es tal vez por esta afirmación del muralista que nadie se atrevió, durante mucho tiempo, a definir al grabador como uno de los grandes moneros del siglo XIX. Se puede demostrar de manera definitiva que Posada fue un discípulo e imitador del dibujante José Ma. Villasana. En La Patria Ilustrada hay un momento en el que no se puede diferenciar el trabajo del discípulo del trabajo del maestro.

En la caricatura de combate están las raíces firmes del arte políticamente comprometido (los muralistas, primero, y los grabadores del Taller de la Gráfica Popular, después), y de caricaturistas de hoy como Helioflores y Naranjo. A pesar de que no hay un sólo estudio medianamente serio sobre la materia, esta tradición artística ha sobrevivido por más de 100 años.