La Jornada Semanal, 15 de septiembre de 1996
En el mes de junio de 1921 se publicó por primera vez "La
suave patria" en la revista El Maestro, cuyo tiraje para
la ocasión fue de cien mil ejemplares. Han pasado de eso y de
la muerte del poeta 75 años, y varios aspectos sobre el poema
se me vienen a la mente.
El primero es su condición de poema sin linaje. En efecto: "La suave patria" fue un alba espléndida, un punto eléctrico de inicio, pero no ha tenido descendencia a la altura del arte. No ha habido ni mañana, ni mediodía, ni tarde, ni crepúsculo. Sus imitadores nos han castigado con una imaginería de aldea o una mexicanidad de aparador, como si exaltar el sarape de Saltillo y la loza de Tonalá, los rebozos de Santa María y los bordados de Aguascalientes les dieran carta de poetas nacionales. La suave patria" es un poema que sabían de memoria Borges y Bioy, y Neruda hallaba en él "el purísimo patriotismo" del joven jerezano. Voy más lejos. Ni "La suave patria" ni en general la poesía de López Velarde han tenido continuadores de relieve. Si ya en 1936 Xavier Villaurrutia se admiraba de no hallarle descendencia visible, qué hubiera pensado el autor de Nocturnos al saber que 60 años más tarde no ha surgido un discípulo de punta? López Velarde ha sido una isla única en la poesía mexicana del siglo XX.
"La suave patria" fue escrita en vísperas del centenario de la Independencia. Habían pasado el porfiriato y los años de la contienda bélica. Era necesario en aquel 1921 pensar en otra patria: ni falsa ni estentórea, ni bárbara ni convencional. Él lo dijo en líneas de dolorosa reflexión de esta manera: "El descanso material del país, en treinta años de paz, coadyuvó a la idea de una patria pomposa, multimillonaria, honorable en el presente y epopéyica en el pasado. Han sido precisos los años del sufrimiento para concebir una patria menos externa, más modesta y probablemente más preciosa."
Era pensar no en una patria de oratoria gubernamental o de alaridos ciudadanos de 15 de septiembre, en una patria externa, sino en una patria íntima, leve, hacia dentro. Era integrar lo que parecía en ese momento inconciliable: una verdadera patria mestiza, o como él la llamaba, criolla: "castellana y morisca, rayada de azteca". En esa patria de espíritu tripartito afirma se encierran todos los sabores. En la poesía y en la prosa de López Velarde, quién lo ignora, se bebe a cada instante el venero femenino. Esta nueva y novedosa patria no es la excepción. Es necesario dice oír la voz femenina, la voz de la nacionalidad, esa voz de asombro que enmudece hasta el avasallamiento a los miembros del jurado. "La suave patria" es el contraste de la llamada narrativa de la Revolución, que en ese momento ya tenía libros relevantes, siendo lo más significativo las varias novelas de Mariano Azuela (Andrés Pérez maderista, Los de abajo, Las tribulaciones de una familia decente, Las moscas). Tardarían algunos años en salir El águila y la serpiente (1928) y La sombra del caudillo (1930), dos monumentos clásicos de Martín Luis Guzmán, y Vámonos con Pancho Villa! (1931), de Rafael F. Muñoz, una rápida novela de una violencia brutal.
El orbe vernáculo que nos reveló López Velarde sonaba a plata en nuestras manos. Era el orbe de las pequeñas cosas, de los pequeños hechos, de los personajes que en su sencillez y simpleza son veta pródiga. Todo lo volvía él, con imágenes y rimas inusitadas, con un lenguaje hecho de las materias del cuerpo y de la tierra, más vívido que la misma realidad. Ese mundo de las muchachas de provincia que van a misa mientras la brasa les quema el cuerpo, de la orquesta dominical en el kiosco de la plaza tocando valses criollos, del dueño de la tienda de telas con apetencias o aspiraciones de cacique, de los pianos tocados por una solterona triste al atardecer, del picador en los cosos taurinos del municipio, de los gestos y ademanes de una mujer en el tranvía, de los viejos verdes paseando sus armas melladas en sitios céntricos de la capital, del sastre gordo que toca su música de morralla en la rústica alameda durante las fiestas para que los enamorados se sientan acompañados. Era, para decirlo con una definición suya, darle "majestad a lo mínimo".
Se ha hablado de "La suave patria" como un segundo himno nacional. No me disgusta la idea. El Himno nacional del potosino Francisco González Bocanegra y el poema del joven jerezano se complementan en su fértil contraste. El primero, como se sabe, es la justificación, apoyada por Dios, del uso de las armas ante la amenaza extranjera. Escrito en 1853 el Himno... sólo se volvería oficial hasta el porfiriato, con la sensata omisión, por supuesto, de los desproporcionados elogios a Iturbide y Santa Anna. De las tantas paradojas e incongruencias que hay en nuestra historia no está exento el Himno... El texto es un grito contrael invasor pero reverencia a Santa Anna, el presidente que vendió más de la mitad del territorio mexicano. No sólo eso: al aparecer publicado, en enero de 1854, tenía una dedicatoria encomiástica al dictador, y en junio y septiembre de ese año se cantó en el Teatro Santa Anna. Más tarde, Bocanegra aún compondría un Himno a Miramón. Y cerremos: Bocanegra, autor de la letra, era hijo de un oficial realista, y Jaime Nunó, autor de la música, era catalán.
La otra patria, la propuesta por Ramón López Velarde, nace contra la lucha fratricida, contra el dominio homicida de Caín, y esa patria es leve, subjetiva, colorida, y se quiere, para bien o para mal, en algunos instantes folclórica. No hay en esta patria "el bélico acento" sino "la épica sordina". Es la patria de mirada mestiza que une la provincia y la capital, el establo y el petróleo, el México antiguo y el México moderno, lo católico y lo pagano... Una patria de estaciones de ferrocarriles que ponen la inmensidad en los corazones, de ferias y festividades en pequeños pueblos con su cohetería destellante, de calles límpidas como espejos con "el santo olor de la panadería", de la mexicana que al estrenar su ropa hace que el país se llene del aroma del estreno, de las cantadoras de feria con el bravío pecho empitonando la camisa. Es la patria dibujada en epítetos inolvidables: "impecable y diamantina", "alacena y pajarera". Es una patria fiel a su espejo diario pero alejada de la violencia de las horas. Reproduzcamos un dístico donde está en sustancia el pacifismo y la filosofía cristiana del zacatecano:
un higo San Felipe de Jesús.
Es decir, frente a la pobreza y la miseria, frente a la turbulencia armada, el único santo mexicano, ése que, según la leyenda, haría reverdecer al ser canonizado una higuera desde siempre seca, nos dará un higo de ese árbol para mitigar el hambre y alentar la paz.
Pero quién no ha sentido no ha vivido momentos del poema como si fueran suyos? Quién no ha repetido o no se ha repetido interiormente en los días de tormenta eléctrica las líneas: "Trueno de nuestras nubes, que nos baña/ de locura, enloquece a la montaña,/ requiebra a la mujer, sana al lunático,/ incorpora a los muertos, pide el Viático/ y al fin derrumba las madererías/ de Dios, sobre las tierras labrantías"? Quién, al ver el Palacio Nacional (era entonces de un piso), no relaciona que tenía "la estatura de niño y de dedal"? Quién sintetizó mejor que él en el "Intermedio" toda la tragedia del último Tlatoani y el derrumbe del Imperio mexica?
Este poema, es cierto, ha conocido a menudo el elogio fácil pero también la mala lectura o la incomprensión. Aun en este 1996 encontramos juicios como el de José Luis Martínez en Literatura mexicana del siglo XX estructurada y escrita en su totalidad con una ligereza que asombra, donde afirma que "La suave patria" es un poema de transición "entre su manera íntima y su manera 'nacional' que no llegó a realizarse" y "un impuro canto lírico y un canto épico subjetivo y caprichoso". Es una opinión casi increíble. Cómo puede ser un poema de transición un gran poema? Cómo puede ser el más bello poema civil escrito entre nosotros algo "que no llegó a realizarse"? Qué significa el "impuro canto lírico" y el "canto épico subjetivo y caprichoso"? Cuál canto? Con qué oído llamar canto a "La suave patria", si no lo hay ni tampoco lo buscó López Velarde, como no lo buscó en toda su poesía anterior? Lo que él buscó en su poesía fue el tono conversacional y en "La suave patria" la "épica sordina". Cuál canto lírico y cuál canto épico?
Por raras e incompletas lecturas han dicho que a López Velarde no le interesaba la política o era un reaccionario. Qué se puede decir? Basta ver que la tercera parte de su obra son artículos políticos. Basta ver o entrever poemas en verso, poemas en prosa o crónicas, donde la crítica a la barbarie revolucionaria está expresada o aludida ("Las mártires", "Las desterradas", "A las provincianas mártires", "El retorno maléfico", "Novedad de la patria", "La suave patria", "La sala", "El comedor", "Los mártires"). Por supuesto, no fue un teórico, ni un ideólogo, ni un intelectual activista a la manera de José Vasconcelos o Martín Luis Guzmán, pero el abogado y poeta Ramón López Velarde nunca dejó de interesarse por los hechos políticos. Era un liberal católico y un pacifista. De vivir ahora, me digo, habría simpatizado con las organizaciones de Derechos Humanos y muy probablemente con las de protección ecológica. Aborreció las dictaduras y caricaturizó al socialismo. No creyó ni en las maneras de la aristocracia ni en la "turbamulta famélica". Fue un entusiasta maderista y un fiel carrancista. Son durísimas sus expresiones contra Porfirio Díaz y Victoriano Huerta. Para enaltecer a Madero, oponiéndolo a don Porfirio, escribió en una carta a Eduardo J. Correa (18 de noviembre de 1911): "No estaremos viviendo en una república de ángeles pero estamos viviendo como hombres, y ésta es la deuda que nunca le pagaremos a Madero." No era, como creía Correa, sólo una cuestión de cambio de amos. Por otra parte, en una nota de 1915 donde exalta a Antonio Caso, dibuja atrozmente a Huerta: "Por 1913, cuando el insuperable monstruo convertía al país en el charco de lodo y sangre, amasados por las botas alcohólicas del Barrabás, al proyectarse y realizarse, parcialmente, la militarización de las aulas, el licenciado Caso estuvo censurando tal medida."
La convulsión revolucionaria significó para López Velarde la destrucción de su pueblo, arrasado por federales y villistas (sobre todo éstos). El edén de la infancia y del amor adolescente se volvió, desde 1913, el "edén subvertido", y acabó siendo el edén que se perdió. La supremacía de la barbarie, que pulverizaba o enlodaba todo, lo dijo él, se la disputaban ambas partes. En esa contienda de desdicha se violaba y mataba a las jóvenes provincianas, y otras, como asustadas palomas, se desbandaban a las grandes urbes. Ante el desastre jerezano, tres palabras de desesperación fueron como ceniza en la boca: Peste, Hambre y Guerra. Por eso era mejor no regresar al pueblo y desolarse ante el estrago de calles y casas, de plazas y jardines, de imágenes de sitios que eran como metales preciosos en el recuerdo y que fueron su escenario de encanto en los días de la niñez. No, mejor sería no regresar. Mejor no regresó.
Seis décadas más tarde de su muerte, hacia 1982, la pax priísta, que era más o menos el correspondiente a la pax porfiriana, empezó a resquebrajarse. La miseria empezó a desplazar a la pobreza. Las caravanas del hambre levantaron sus casas en las ciudades perdidas que han ido ciñendo estrangulando a las grandes ciudades mexicanas hasta volverse el principal paisaje. La delincuencia azarosa u ocasional se volvió penosamente cotidiana. Desde 1994 se añadieron la revuelta chiapaneca, los crímenes políticos, el secuestro como vasta organización y el crecimiento a niveles insoportables de la deuda y del desempleo. Viendo todo esto, no puede uno de dejar de sentir añoranza por la patria lopezvelardeana. No puede dejar de pensarse en su ardiente actualidad. Al leer este poema, este gran poema, uno piensa en la vuelta a esa patria leve, modesta, la de los pequeños hechos y las cosas sencillas, la de la vida diaria sencilla en sus costumbres que une la capital y la provincia, el México antiguo y el México moderno, lo católico y lo pagano, en esa voz de la nacionalidad que desde hace mucho ha olvidado llamarnos, esa patria, en fin, como el íntimo y mejor refugio ante tanto terror y desamparo.