17 Asamblea del PRI: ¿cambios imposibles?
Después de un retraso de casi dos años, finalmente, el próximo día 20 se llevará a cabo la 17 Asamblea del Partido Revolucionario Institucional. Pocas veces, quizá nunca, el PRI llega a una asamblea en condiciones similares: con la necesidad de generar un cambio interno de tal magnitud que logre capacitarlo para ponerse a tiempo con los reclamos y necesidades de la sociedad y del país que quiere seguir gobernando.
No es fácil moverse hacia una nueva institucionalidad de tipo democrático con una historia tan pesada en sentido contrario. Las huellas de los años marcan y no se pueden borrar de la noche a la mañana. Cuando surge el PNR, antecesor del PRI, la lógica era crear mecanismos e instituciones para pacificar al país, lo cual significaba tener a la mano procedimientos para que los grupos no se disputaran el poder de forma violenta, sino mediante acuerdos políticos; en 1938 con la transformación hacia el PRM se logró la estructura masiva de tipo corporativo que soportó y organizó la coalición de intereses y grupos gobernantes; a partir de 1946, ya como PRI, se logró el establecimiento de los controles y rutinas de un partido de Estado, sin ninguna frontera, distancia o autonomía respecto al gobierno y al presidencialismo. Todo este peso histórico aparece hoy como un reto complicado de modificar en la próxima asamblea priísta.
Lo primero que se tiene que aceptar por parte de los priístas es que la equivalencia del partido con la nación, el Estado, el gobierno y la totalidad de la clase política ya no es la realidad del país; ya no se trata de hacer un acuerdo entre los diferentes grupos e intereses de priístas para ver cómo siguen controlando el país; tampoco se trata de ver cómo se puede mantener la ambigüedad de tener una pista de sectores corporativos y otra de organizaciones ciudadanas con implante territorial; y por supuesto, no es el caso de crear instituciones para controlar al partido desde la Presidencia. De lo que se trata es de todo lo contrario: cómo aceptar que el poder se tiene que disputar en las urnas en condiciones de alta competencia y de equidad respecto a los otros partidos; de generar una propuesta que logre la adhesión de una ciudadanía cada vez más fuerte, crítica e influyente; de tener una estructura con autonomía que pueda vivir de sus propios recursos y no sangre al gobierno con el dinero que es de todos; de ganar el debate político en medios de comunicación libres y cada vez con menos protección de censura, a pesar de los golpes fiscales; de dejar de negociar los programas de política social como si fueran prenda del partido, para conseguir fines electoreros, y dejar de lucrar con la pobreza para seguir en el poder; cómo lograr que entre el gobierno y el partido exista autonomía y que entre el Presidente y el partido se rompa ese cordón umbilical de recursos y protección ilegales; en fin, se trata de cómo volverse un partido político real y competitivo que acepte la posibilidad de la alternancia y deje de ser un aparato electoral del Estado.
En el fondo de todos estos retos se encuentran, sin duda, los cambios sociales y políticos de los últimos años. A la sociedad le interesan poco las formas técnicas y las mecánicas internas de los partidos políticos. En ciertos momentos puede resultar muy vistoso tener mecanismos internos democráticos para elegir candidatos, pero hacia afuera lo que es de interés general son otras cosas: la estabilidad; la paz social; que no exista derroche de recursos y menos cuando se trata del dinero de todos; que los votos se cuenten con transparencia y no haya fraude. Por estas razones hay una serie de problemas internos que se tendrán que resolver adentro, como el tipo de afiliación; la estructura dual de ciudadanos y sectores; el organigrama o la desaparición del dedazo. La diferencia con otras épocas y otros cambios es que ahora el partido ha dejado de ser una vanguardia que organizaba a una parte considerable de la sociedad, y ha pasado a ser un partido que requiere urgentemente de transformaciones de fondo para seguir flotando y disputar el poder.
Es falso que la sociedad o la oposición consideren, como lo señaló el presidente Zedillo en el desayuno de la ``Unidad Revolucionaria'' del PRI (La Jornada, 15/IX/96), que la debilidad del PRI es igual a la inestabilidad, a la desintegración social o al vacío ideológico. Lo que necesita el país es un PRI que deje de pensarse como el todo, como el estabilizador o el integrador del país. Lo que realmente puede darle al país estabilidad e integración es la democracia, y la mejor contribución del PRI es ayudar a construirla y dejar de ser un obstáculo en la transición, es decir, efectivamente ver hacia Madero y dejar de ver hacia Calles; ¿será posible?