La Comisión Episcopal ha llamado oscurantista a la educación oficial, debido a que los libros de texto gratuitos no contienen el enfoque dogmático confesional que oscurece, ese sí, el conocimiento. El mundo del revés.
Las sociedades desarrolladas están transitado hacia la sociedad de conocimiento, en la que el capital, el trabajo, la tierra pasan a un segundo plano, y el principal ``medio de producción'' de la vida material de las sociedad del futuro será la capacidad de generar conocimiento. No bastará a la sociedad del futuro desarrollado que los profesionales de cualesquiera disciplinas hayan adquirido las destrezas para repetir determinadas operaciones (formular una demanda, u obturar una pieza dental, o extirpar la vesícula biliar, o erigir los muros de una casa). Lo fundamental --ha comenzado a ocurrir ya en las sociedades desarrolladas-- será la capacidad para generar permanentemente conocimiento nuevo por el mayor número posible de los individuos de esa sociedad; competencia efectiva para resolver los intrincados nuevos problemas que está planteando el presente y el futuro previsible, para los que no hay recetas.
Una alta calidad y rigor en el conocimiento sólo pueden ser alcanzados por una educación donde exista una pluralidad real en enfoques y concepciones, y siempre que se trate de un conocimiento y una educación rigurosamente laicos. Mucha voces del mundo de la ciencia, o de la política, o de la Iglesia, literalmente a través de cientos de años, han debido repetir sin cesar que ciencia, educación, conocimiento, política, o arte, no pueden ser sino laicos, vale decir, atenerse a las reglas que son propias a cada una de estas esferas; siempre que se incumplió esta condición elemental y básica, tuvimos sofisma, mistificación, oscurantismo, o totalitarismo.
En una sociedad democrática cualquier ciudadano está en pleno derecho --si así lo desea-- de que sus hijos accedan a la revelación de una doctrina religiosa --cualquiera que ella sea-- en la escuela privada. Pero el Estado está en la obligación de vigilar, mediante la ley, que la transmisión del conocimiento del mundo sensible de la experiencia social y natural, pudiendo y debiendo ser plural en métodos y enfoques, sea también rigurosamente laica, en escuelas privadas y públicas.
Gelasio I, Papa de fines del siglo V --dijimos alguna vez en este espacio--, propuso la tesis de las ``dos espadas'', es decir, de los dos poderes distintos, el del Papa y el del emperador, para reivindicar la autonomía de la esfera religiosa en relación a la política. Autonomía propia: de esto se trata al hablar de laicismo. Durante siglos esta postura fue doctrina oficial de la Iglesia. Esta tesis fue después, inversamente, invocada para defender la autonomía del poder político frente a la Iglesia. En épocas tempranas, fue el caso de Juan de París en su tratado Sobre la potestad regia y papal, o de Dante en De Monarchia, o de Marsilio de Padua en el Defensor Pacis , o de Guillermo de Occam, en sus escritos políticos; este monje franciscano hacia la primera mitad del siglo XIV reivindicó también la autonomía de la investigación filosófica.
En el siglo XVII, Galileo, recordémoslo, afirmó el mismo principio con relación a la ciencia, polemizando con la Iglesia. El principio del laicismo, como ha sido reconocido por tirios y troyanos, ha sido el fundamento de la cultura moderna, y es imprescindible para la preservación de la vida humana y para el desarrollo de todos los aspectos de esta cultura. Por cuanto el sentido fundamental del laicismo es la autonomía de las reglas de cualquier actividad humana, no posee carácter alguno de antagonismo frente a ninguna forma de religiosidad.
El mundo de la experiencia de lo natural y de lo social es un mundo humano. La religión trata de lo que está más allá de la experiencia. El Humanismo, que nace del Renacimiento y de la Ilustración, es precisamente el proceso de autonomización del saber, la fundación de las ciencias y sus propias reglas, la creación del Estado laico. Intentar manejar la religión, o examinar sus contenidos, con el método científico, es charlatanería inútil; regir la academia con las reglas de la política es fraude; el Estado político subordinado a la divinidad es impostura y oscurantismo.
La confusión autoritaria de la Comisión Episcopal se relaciona con la moral. Tendremos ocasión de ocuparnos del tema.