``El chiste del Grito no es gritar mucho'', dice Zedillo a quienes se sorprendieron por la brevedad
Roberto Garduño E. ``¿Por qué duró tan poco el grito?'', le preguntaron al presidente Ernesto Zedillo. Frente a los reporteros, en el salón de recepciones de Palacio Nacional, respondió: ``El chiste del Grito no es gritar mucho''.
Eran las 23:25 del domingo 15 de septiembre. Había transcurrido el acto principal de la ocasión. El mandatario, de buen talante, rompió la fila de personas que esparaban para saludarlo y se colocó frente a un grupo de reporteros:
-¿Cómo están? -los saludó.
-Bien, señor.
-Se ve muy bonita la plaza. Este es un buen lugar para ver la explosión de los cohetes -comentó el mandatario.
Zedillo fijó su mirada en un reportero que sonreía: ``Pero no se ría así -dijo, y le dio dos palmadas en el pecho-. Tache, represión contra usted por reírse así.'' Todos los presentes soltaron una carcajada.
Fue el colofón de un domingo de trabajo que comenzó para el Presidente de la República en el despacho Vicente Guerrero de Los Pinos, y que por la tarde continuó en su escritorio de la residencia Lázaro Cardenas, donde revisó la agenda de la próxima visita a México del jefe de gobierno alemán, el canciller Helmuth Khol, y el calendario de sus actividades programadas para octubre.
El Grito
21:00. Desde los balcones del salón Azul de Palacio Nacional se observaba la gran plancha del Zócalo ocupada en su totalidad. Cien mil mexicanos con banderas, sombreros, caras pintadas de tres colores. ``Ahí sí está pesado el ambiente'', comentaban los reporteros frente al gran escenario montado por las estaciones Kebuena y Box-FM. En el lado sur de la plaza se presentaba Ramón Ortega y su banda Arre. Abajo los apretujones, la bronca, los huevos de harina...
A 50 metros, en el salón Verde, el cuerpo diplómatico. Ahí James Jones robó camara. Recinto de estilo neoclásico que fue marco propicio para que las mujeres de embajadores y agregados militares sacaran a luz sus conocimientos de las historias de Roma y de México, con paralelismos sorprendentes. ``Las hazañas de Aníbal se comparan con las del cura de Dolores, Miguel Hidalgo, pero con una diferencia de cientos de años. Es increíble que su recuerdo atraiga a tanta gente pobre...'', comentaban.
Ataviados con sus mejores galas, mujeres y hombres esperaban. Jones era un imán. Desde el salón contiguo, donde se ubica el balcón presidencial, caminaban altos funcionarios para encontrarse con el diplomático estadunidense. Lo saludaron Luis Téllez y Oscar Espinosa, entre otros.
22:40. Sobre el pasillo que comunica a los salones y a la biblioteca de Palacio Nacional comenzó el movimiento. Integrantes de la escolta del Presidente revisaban el trayecto que minutos después realizarían el mandatario y su esposa. Primero llegaron los cinco hijos de la pareja presidencial. Comenzó la expectación.
22:50. La escolta con la bandera nacional se ubicó a un costado del balcón presidencial.
22:57. Ernesto Zedillo con traje negro, corbata roja y la banda presidencial sobre el pecho, y su esposa Nilda Patricia Velasco, con vestido rojo, atravesaron los salones, mientras que en el de recepciones sus colaboradores les tributaron el mayor aplauso de bienvenida.
23:00. El Presidente recibió la bandera nacional. Habló con tono elevado y ritmo pausado: ``¡Viva nuestra Independencia!, ¡viva Hidalgo!, ¡viva Morelos!, ¡vivan los héroes que nos dieron patria!, ¡viva nuestra libertad!, ¡viva México!, ¡viva México!, ¡viva México...!'' Y de inmediato, el repique de la campana de Dolores en ocho ocasiones. Por último, el ondear de la bandera tricolor.
Cinco minutos después el acto terminó. La escolta de la bandera se retiró. El Ejecutivo Federal salió con su familia al balcón central para observar los fuegos pirotécnicos. A ellos se sumaron Vicente Aguinaco, presidente de la Suprema Corte de Justicia; Fernando Ortiz Arana y Humberto Roque Villanueva, coordinadores de las cámaras de Senadores y de Diputados, y el legislador José Murat.
23:25. El mandatario y su familia se retiraron del balcón. En el salón de recepciones, los intergantes de los gabinetes legal y ampliado, junto con esposas e hijos, formaron una fila para saludar a Zedillo.
Liébano Sáenz, secretario particular del Presidente, ordenó a los guardias del Estado Mayor Presidencial: ``Dejen pasar al salón de recepciones a los cronistas''.
Oscar Terroba, director de Banrural, miró con desdén a los informadores y se dio media vuelta. En contraste, Herminio Blanco los saludó con cortesía.
Ernesto Zedillo seguía charlando con sus invitados. Con Genaro Borrego Estrada y su esposa fue especialmente cordial. Y con los reporteros también. Bromeó por aquello de los balcones y de los cohetes.
El Ejecutivo Federal presentó a sus cinco hijos a cada uno de los asistentes al salón de recepciones. Uno de los invitados le insinuó sobre la planificación familiar. El mandatario, de buen talante y acariciando a su hijo Carlos, respondió: ``No hable de eso porque ahí anda Juan Ramón de la Fuente (titular de Salud)''.
La familia presidencial terminó de saludar y despedirse. Antes, el mandatario recibió la pregunta de por qué ahora es más corto el grito: ``El chiste del Grito no es gritar mucho''.
Absoluta tranquilidad: Chuayffet
Minutos más tarde, el secretario de Gobernación, Emilio Chuayffet, aceptó platicar con los representantes de los medios de comunicación.
El asedio fue tal que José Angel Gurría, titular de Relaciones Exteriores, salió en su defensa entre risas: ``Déjenlo descansar al pobre hoy, cuando menos hoy''.
-Señor secretario, ¿corremos riesgo al venirlo a saludar?
-¡Cómo creen!
-Aún existen versiones que lo señalan a usted como el centro de presuntos ataques contra Juan Francisco Ealy Ortiz.
-Mire, se trata de un caso estrictamente fiscal.
-¿Cuál es el reporte de la situación en el país?
-Hasta estos momentos -miró su reloj- es de tranquilidad absoluta