Vi, como millones de mexicanos, el desfile militar del 16 de septiembre. ¿Qué nuevo significado ha tomado hoy, tras el nuevo papel del Ejército, como protagonista político de la vida nacional?
Sustituida la expectativa de una reforma del Estado, por el autoritarismo presidencialista, el desfile militar se convirtió en una demostración de ``toda la fuerza del Estado'', en un momento en que la política neoliberal nada tiene que ver con la defensa de la soberanía, a la cual consideran un valor arcaico y obsoleto. ¿Contra quién era la disuasión de este desfile? Los cronistas militares por televisión, pese a tomar como adversario principal al narcotráfico, enviaban un mensaje a toda la sociedad mexicana, convirtiendo esta exposición de poder militar en una demostración en contra de las aspiraciones mayoritarias del país a cambiar su forma de gobierno; derecho inalienable consagrado en el artículo 39 constitucional.
El punto de partida para esta reflexión es el hecho de que la concepción del Ejército Mexicano, como institución esencial para la defensa de la soberanía, ha cambiado con base en la nueva doctrina de seguridad nacional, orientada en buscar un enemigo interno. Es por eso que las demostraciones militares, hoy por hoy, son de manera natural, más que un acto para disuadir a los que amenazan la soberanía desde el exterior, un acto contra la soberanía popular de los mexicanos.
Los restos del presidencialismo no sólo han profundizado su carácter autoritario, sino que lo han convertido en un poder destructor del Estado nacional y han hecho de la alianza presidencialismo-fuerzas armadas, la base del militarismo moderno que hoy sustituye el viejo pacto social. Pervertido por el neoliberalismo, el presidencialismo ha tomado la decisión de abandonar las formas consensuales, ante la evidente resistencia nacional, y adoptar medidas de fuerza (neoliberalismo por la buena o por la mala); para ello, la oscura alianza de intereses transnacionales que representa hoy el presidencialismo ha logrado arrastrar al Ejército, ofreciendo los privilegios políticos y económicos que resultan necesariamente de la militarización. Como en el caso de El Salvador, Guatemala, Chile, Argentina, la militarización es no sólo poder político, sino también económico, y esta alianza se ha establecido hoy en México más allá del termino constitucional.
Integrado el Ejército Mexicano a la guerra neoliberal intergaláctica ``contra el terrorismo'', las declaraciones de Jesse Helms en relación a la venta de helicópteros y del embajador James Jones ofreciendo ayuda militar contra el EPR, significaría que ya no sólo somos extensión de la estructura financiero-industrial-comercial estadunidense, sino también parte importante de su economía de guerra, y de que los conflictos de México son vistos como buenos y fecundos negocios. El proceso de militarización surge también coincidentemente con la decisión estadunidense de levantar el embargo de armas de alta tecnología a los países latinoamericanos, siendo México un potencial mercado.
Incapaz para conducir las transformaciones democráticas y sociales, el presidencialismo se ha refugiado nuevamente en el PRI, cancelando las expectativas de transformación democráticas. ¿Quién las recuerda ya, a dos meses la reforma electoral ``definitiva'', tras los yerros del presidencialismo y su abierta opción por la fuerza para reducir las contradicciones de la sociedad mexicana?
El militarismo, el PRI, el continuismo con la política económica entreguista y salinista, el clero, la minoría enriquecida y favorecida por la economía de mercado y la especulación financiera, son ya el nuevo esquema corporativo del Estado autoritario ultraconservador, que ha llevado al país a la situación de caos y retroceso en que se encuentra México en el umbral del nuevo siglo. En ellos se ha refugiado el presidencialismo y, desde ese reducto, le declara la guerra a la oposición política, la prensa crítica, los partidos y movimientos que no convergen en ese espantajo de intereses que quieren presentar como la nueva ``unidad nacional''.
La nación mexicana es mucho más que este gobierno que no conduce a la transición; gobierno que vive una descomposición profunda, sin olvidar que lo eligió Salinas como sucesor y, más que ruptura, ha sido un continuador fiel de su proyecto.
PD. Todos a la marcha del 19 de septiembre.