En nuestro país es tan infrecuente como urgente tratar con mayor amplitud y en diversos medios el tema del aborto. Infrecuente y urgente son las palabras precisas. Poco se escribe, poco se habla y nimios son los espacios o los foros abiertos para el debate; al margen queda la obligación y la premura de investigar las vías, la magnitud, los sitios, las causas y, sobre todo, el número de madres que mueren o enferman al realizar abortos ``clandestinamente''. Incompleta sería esta primera reflexión si omitiese que cuando la mujer muere o enferma gravemente por abortos mal practicados, los gastos económicos pueden ser incosteables, mientras que toda explicación a los huérfanos o al deudo es absolutamente inútil. La reciente aseveración de Juan Ramón de la Fuente, en el sentido de que el aborto es la cuarta causa de muerte materna en México, abre, una vez más, las puertas de la reflexión.
Sé bien que el aborto toca fibras muy sensibles; de ahí lo escabroso de cualquier discusión. Sucintamente, todo religioso lo considera un crimen, pues interrumpe una vida. A partir del pensamiento teológico, la mayoría de las religiones define la vida desde el momento en que el espermatozoide y el óvulo se unen, por lo que otro tipo de argumentos como conciencia o voluntad no interesan. Ergo: si todo embrión es vida, abortar equivale a matar. Y como matar es un acto condenado por unanimidad, todo diálogo entre religiosos y quienes apoyan la interrupción del embarazo, suele rebasar, incluso, el ámbito de lo imposible. Los argumentos que se exponen del otro lado de la mesa también deben escucharse.
Quienes favorecen el aborto esgrimen argumentos diversos. Se alega, por ejemplo, que la madre es dueña de su cuerpo y por ende de sus decisiones, que muchas fenecen por no recibir atención médica, que algunas enferman gravemente por las condiciones en que suele realizarse este procedimiento. Otros insoslayables son que muchos ``niños de la calle'' y buen número de infantes maltratados son producto de embarazos no deseados, que la violencia intrafamiliar se incrementa en las sociedades pobres en forma paralela al número de infantes y a la imposibilidad de mantenerlos, y que, quienes finalmente sufren cuando se engendra involuntariamente, son la madre y el (o la) bebé, pues los padres con frecuencia abandonan a su pareja.
Hay otras cuestiones que también deben abrirse. Como sucede en comunidades en donde las polarizaciones económicas son tan grandes como en la nuestra, quienes más fallecen o enferman al abortar son las madres pobres. No es lo mismo ser sometida a un aborto por succión en un hospital, que por medio de las indicaciones de la amiga o comadrona, que van desde la ingesta de algunas hierbas, hasta el masaje abdominal o la introducción de ``herramientas'' al útero, muchas veces impregnadas en productos químicos como arsénico o fósforo. Es obvio que las diferencias entre mortalidad y complicaciones graves en ambos grupos son de gran magnitud, pero, ¿qué tan amplia puede ser la brecha? Los datos siguientes son ajenos a la moral: son reales.
Se sabe, por ejemplo, que en Estados Unidos sólo 0.7 por ciento de los abortos practicados legalmente tienen complicaciones; se calcula que de cada cinco mujeres que mueren cada año, entre una y dos fenecen por abortos ``clandestinos''; cuando se legalizó en Estados Unidos, la mortalidad disminuyó de 30 a 5 por cada mil procedimientos, mientras que en Rumania se incrementó de 21 a 128 cuando el aborto se tornó ilegal; se dice que en América Latina la tercera parte de las camas de los servicios de Ginecología es ocupada por mujeres que sufren complicaciones de abortos inadecuados, y que la mitad de la sangre de estos nosocomios es consumida por estas pacientes. Ultimo dato: cada año mueren 200 mil mujeres por lo ya expuesto. La opinión de Lesley Doyal no puede ser omitida: ``el derecho a abortar puede ser el derecho a la vida''.
De la Fuente tiene razón cuando dice que ``es verdaderamente escandaloso seguir pensando que en México el aborto no existe... (y que) contribuye de manera importante a la mortalidad materna... (y que) tenemos un subregistro precisamente porque la legislación vigente, en cierta medida, propicia el clandestinaje''. Agrego que los abortos clandestinos son otra forma de matar a mujeres jóvenes, que indirectamente son avalados por la sociedad y que el fallecimiento de una madre conlleva, igualmente, implicaciones éticas alarmantes. Conocer el número de mujeres que mueren por abortos voluntarios podría allanar el camino para entablar pláticas entre religiosos, grupos pro-aborto y autoridades de salud.