¿Qué prevalecerá al final de cuentas? El inicial compromiso de Zedillo de mantenerse al margen de las decisiones del PRI para elegir a sus candidatos del 97, o el secular condicionamiento del priísmo para sujetar su designio a los dictados de la palabra presidencial. Los riesgos son mayúsculos. Tendrá que jugarse con variables tan inquietantes como la competencia, que esta vez será real; la ya mermada disciplina partidista debido a la inseguridad del triunfo, las nuevas reglas del juego electoral y los intereses encontrados de los mismos priístas que son sustanciales; la conciencia de los votantes sobre el manejo errado de la economía y de los aspectos torales del Estado como la seguridad, el bienestar y la justicia. En fin, un merequetengue abrumador que trabajará en contra las salidas ya transitadas y pruebas defectuosas.
Si el Presidente lleva a efecto sus dichos e inclinaciones y se abstiene de usar el dulce resorte de su dictamen, el mismísimo meollo que ata las pasiones e intereses de sus correligionarios, entonces los caminos quedarán abiertos para la emergencia de una gama reducida de grupos y personajes que han venido conspirando con tales propósitos. Los primeros son aquellos que controlan los botones de la burocracia federal con influencia directa en los medios políticos y ambiciones a futuro. Ciertos otros que comandan las fuerzas corporativizadas del régimen y que todavía subsisten a pesar de ataques, ineficiencias, defecciones y la presión de la sociedad. También entran al juego quienes se vienen preparando para tal asalto desde la cúpula de Comite Ejecutivo Nacional del PRI, en particular los que piensan manipular todas y cada una de las nominaciones que emanarán del inexistente Consejo Político diseñado como un emergente ad-hoc. Y los restantes son todos esos personajes con peso regional: los gobernadores y demás caciques locales.
Por meses, la burocracia partidaria ha laborado con diligente acuciosidad para llegar con la mochila repleta de argumentos y amenazas a su pospuesta asamblea. Todo debe caer en su lugar. No solamente las formas que habrán de ser observadas o los bien orquestados debates, sino las mismas como unánimes conclusiones deben firmarse con debida anticipación. Que nada se les escape y pueda quedar a la incipiente merced de los militantes de base. Ya se dan los finales toques a las normas y condicionantes para elegir funcionarios y candidatos a pesar de los disgustos, desacuerdos y presiones ciertas pero que, sin embargo, se han tratado de ocultar.
De materializarse el escenario de ausencia del ``jefe nato'', las luchas intestinas se darán sin cuartel. Nada le augura al PRI un periodo estable, más bien será el destape de las pasiones y las rivalidades ya bien trastocadas por el tiempo y la corrupción. Los principios y métodos que aseguren, en lo posible, un juego abierto y equilibrado, nunca han sido probados por los priístas. Las desavenencias, los triunfos de unos y las derrotas de los demás fueron paliadas mediante la tiranía del poder. Sobre todo el temor al destierro o la cárcel, pero las esperanzas y los premios de consolación también se emplearon como el pegamento para sellar lealtades. Liberados de la magnanimidad o la ira presidenciales, la confluencia de actores como los arriba descritos haría del priísmo tierra de nadie.
Quedarían sujetos al rejuego de presiones solapadas sin votaciones de base o al través de primarias, que son los caminos empleados por el PRD o el PAN. En cambio, si Zedillo, como es casi lógico esperar, decide contrariar su ofrecimiento por el reflujo de presiones crecientes de las demás fuerzas activas del sistema imperante y entra al proceso decisorio, entonces se vivirán otros desaguisados. El peor es el que conjugaría un poco de ambos mundos, es decir, la confluencia de acciones tan dispares como las que ya están en movimiento. Por un lado los adelantados que no darán marcha atrás y un oficio político presidencial que no ha dado muestras de eficacia. Este escenario hace referencia al conjunto de premisas y rituales de la cultura priísta clásica: la represión de las ideas y posturas discordantes que es una cruda realidad de estos días, el sometimiento inmisericorde a los mandatos macroeconómicos, el dispendio de recursos y el empleo de la mermada fuerza del Estado para apabullar a la frágil oposición. Un feo panorama para el país, aunque prometedor para la alternancia.