La de hoy, 19 de septiembre, es una fecha luminosa y trágica para esta empresa cotidiana de información, reflexión y debate que se llama La Jornada y que, en su función sustancial, abarca a centenas de miles de mexicanos: a los trabajadores periodísticos y administrativos del diario, a sus directivos, colaboradores y corresponsales, así como también a sus lectores. Luminosa, porque nuestro periódico cumple doce años de circulación, en lo que ha sido un tramo complejo y difícil, pero también esperanzador, en el acontecer nacional e internacional de la segunda mitad de este siglo. Trágica, porque, un año exacto después de que los primeros ejemplares de La Jornada salieran a la luz pública, el sismo de 1985 asoló la capital mexicana y otras poblaciones y unió en forma indeleble a nuestro festejo una conmemoración dolorosa. Desde entonces, cada 19 de septiembre, celebramos la vida y recordamos, al mismo tiempo, la muerte, la destrucción y el dolor.
La aparición de La Jornada y el terremoto de hace once años tienen más en común que la coincidencia de la fecha. Ambos hechos, uno promisorio y otro trágico, tienen una significación germinal para la cultura cívica de México. De la destrucción dejada por los sismos se derivó un vasto impulso organizativo de la ciudadanía capitalina que exhibió las insuficiencias y la caducidad de un modelo político monocolor, piramidal, corporativo y opuesto a la participación de la gente en los asuntos públicos.
La Jornada, por su parte, ha acompañado las gestas y los esfuerzos de esta sociedad que se quiere plural, que aspira a la plena democratización del país y que demanda a su clase gobernante soberanía, justicia social, pluralismo, participación, transparencia, eficiencia y probidad.
No es presuntuoso ni excesivo afirmar que desde estas páginas, que han querido funcionar como un espejo para los sectores políticos, sociales, económicos y culturales que carecían de voz y espacio en el México de principios de los años ochenta, se ha gestado la conversión de diversos temas, hasta entonces ignorados, en partes que actualmente resultan medulares en la agenda nacional: el clamor de los indígenas que piden condiciones de vida dignas y respeto a su cultura, la condición de las mujeres, las tribulaciones del sindicalismo y los movimientos laborales, las luchas de estados y municipios contra el excesivo centralismo, la necesidad de establecer reglas electorales equitativas, la necesidad de enfrentar la epidemia del sida, la presencia de antiguas y recientes heterodoxias en diversos ámbitos de la actividad humana, en suma, los viejos y los nuevos malestares de la sociedad ante las obsolescencias del sistema político y ante los cuantiosos costos sociales de una modernización económica cuyos propósitos tal vez sean razonables, pero que se ha venido aplicando, desde 1982, sin sensibilidad política y --acaso más grave-- sin piedad alguna para con los estratos más pobres y desfavorecidos del país.
En este marco, nuestro periódico ha buscado presentar, día tras día, un producto informativo en el que tuvieran cabida todas las voces de los asuntos nacionales, en el que los lectores pudieran contrastar y sopesar, con su propio criterio, la verdad oficial y las versiones disidentes y discordantes, en el que, junto con la noticia, se presentaran los contextos, la reflexión y el debate. Se ha ido conformando así, a lo largo de estos doce años, un medio cuyo más importante capital es la credibilidad, que es punto obligado de referencia en los acontecimientos nacionales e internacionales y que, en los momentos críticos, se constituye en un foro consultado incluso por quienes no son lectores habituales de periódicos.
En el terreno de la solidez institucional, en junio de este año La Jornada superó con éxito una prueba crucial: el relevo, en cumplimiento de sus estatutos, en la Dirección General del diario, cargo que desde los tiempos de la convocatoria original hasta entonces, ocupó Carlos Payán Velver, a quien debemos buena parte del impulso fundacional y de la consolidación de nuestro proyecto.
A doce años de su aparición, La Jornada sigue fiel a sus principios: informar para ensanchar las libertades --la de expresión, en primer lugar--, para dar eco a la pluralidad social, para robustecer la cultura ciudadana y participativa, para procurar la democratización plena del país, para mantener vigente su soberanía, para corregir los graves desequilibros sociales, para pugnar por la aplicación de las leyes, para alentar la transparencia, para conservar la paz.
Recordamos en esta fecha a quienes hicieron posible el surgimiento del periódico, y ante la imposibilidad de mencionarlos a todos evocamos la generosidad emblemática de Rufino Tamayo y de Francisco Toledo. Agradecemos también a quienes han hecho posible la continuación y la consolidación de esta aventura periodística: los trabajadores y los lectores del diario, y nos comprometemos a mantener un producto informativo cada vez mejor.