La ríspida comparecencia del regente ante la Asamblea de Representantes ha mostrado una ciudad dividida, fragmentada, atomizada, polarizada. No ha sido fácil construir la endeble estructura política donde se asientan hoy representaciones cada vez más frágiles y desprestigiadas. La lucha social ya no es como debiera esperarse, entre fuerzas políticas antagónicas en los interiores de los recintos legislativos. La verdadera lucha está, como se demostró, afuera en las calles, en la vida diaria, entre los propios ciudadanos. Protestas, irritaciones, exabruptos e intolerancias se han vuelto en efecto, luchas ciudadanas. Dividir para vencer, dicta una vieja estrategia militar. Dividir para gobernar e imponer, parece dictar la moderna estrategia política para la ciudad. Diversas son las políticas urbanas y los programas que han conducido a conformar una ciudadanía dividida.
Permitir sin reglamentar una actividad comercial ha generado la irritación de miles de peatones contra miles de comerciantes ambulantes que invaden calles y obstaculizan el transitar público, también el enfrentamiento violento entre los mismos comerciantes por el control de las calles y entre éstos y los establecidos. Es la lucha del peatón contra el comerciante y además entre comerciantes.
Microbuses y sus miles de choferes y usuarios son condenados por miles de automovilistas que molestos logran pasar con dificultad los mudos viales en las principales avenidas. Es la lucha del automovilista contra el transportista.
Ciudadanos en marchas y plantones, resultado de la incapacidad burocrática para atender problemas, son condenados por automovilistas, usuarios del transporte y comerciantes establecidos. Es la lucha de todos contra todos.
La ausencia de reglamentaciones y algunos abusos en la ocupación del espacio público en algunas colonias ha enfrentado a los vecinos con los propietarios y los cientos de restaurantes. En el mismo caso están los llamados giros negros, que el marco de una generalizada corrupción de la que no son ajenas las funciones gubernamentales, han enfrentado a los vecinos con los empleados.
Las periferias urbanas son igualmente espacios de enfrentamientos ciudadanos. Las ocupaciones ilegales condenadas pero permitidas en las zonas agrícolas y de reserva, enfrentan a los miles de colonos necesitados de un techo para vivir con los ejidatarios y comuneros. Es la lucha de los colonos contra los campesinos.
Otros programas más sofisticados no expresan necesariamente la ausencia del gobierno en sus funciones para atender necesidades del comercio, el transporte y la vivienda, pero han conducido igual a dividir a los ciudadanos. Es el caso por ejemplo, de los parquímetros, el otorgamiento a los vecinos de 16 por ciento de la recaudación ha sido el mecanismo para separar sus intereses con aquellos que laboran o estacionan momentáneamente su auto. Es la lucha del vecino contra el irritado empleado o automovilista que protesta por las injustas multas y el inconstitucional candado. Otro programa es el abono del Metro que ha generado dos tipos de usuarios, los que pagan más y los que pagan menos. La división de usuarios del Metro fue un factor que influyó en el aumento de la tarifa.
La nueva división entre vecinos aparece en el ámbito de los representantes vecinales. La consulta pública sobre los planes delegacionales y de usos del suelo ha sido en efecto, un corto avance para ampliar la participación del ciudadano en la planeación de la ciudad, pero las viejas prácticas del mayoriteo a ultranza han creado un abismo entre vecinos de una misma zona, limitando aún más las endebles representaciones vecinales que debieran servir para unir, no para dividir a la ciudadanía.
Ensanchar abismos entre ciudadanos no debiera ser ya la estrategia para gobernar o imponer programas. Más divisiones en la sociedad sólo conducirán a fortalecer la ingobernabilidad. Un gobierno electo por una ciudadanía dividida será un gobierno inestable. No son tiempos de imposiciones sino de debates, de reflexiones colectivas, de ideas y proyectos para enfrentar la crisis social de la ciudad. Un proyecto político para la ciudad no debiera emanar de la polarización de fuerzas sino de confluencia y la tolerancia de las representaciones políticas; pero para lograrlo se requiere de una ciudadanía fortalecida. No enfrentar, sino unir y sumar los esfuerzos ciudadanos, eso es lo deseable.