El viernes pasado se publicó la convocatoria para elegir al nuevo consejo directivo de El Colegio Nacional de Ciencias Políticas y Administración Pública por el periodo 1996-98. Creo que el asunto no será noticia, pues hasta donde alcanzo a ver no se producirá ningún escándalo, ni hay tampoco causa digna de alarmar a nadie. Veremos algunos desplegados públicos de apoyo para los candidatos que buscan votos entre los miembros del Colegio, y acaso un par de artículos escritos por quienes han visto la vida de esa institución un poco más de cerca. El resto será cosa de los politólogos y de los administradores públicos de profesión, quienes el 18 de octubre elegirán libre y democráticamente a su próximo consejo directivo.
Tampoco hay grandes novedades en el método que se empleará para las elecciones: votarán los agremiados de todo el país, sobre la base de un conjunto de reglas que se derivan de los estatutos, y que no buscan más que continuar la construcción institucional que comenzó hace poco más de cuatro lustros. De modo que casi no habrá lugar para los episodios teatrales ni razones para que nadie se desgarre las vestiduras en medio de las calles. La presidencia del Consejo quedará en manos de la candidatura que logre el mayor número de votos, mientras que el resto de los cargos se distribuirá de manera proporcional a los sufragios efectivamente obtenidos por las dos planillas más votadas. Así que nadie podrá llamarse a engaño: quienes ya compiten por la nueva dirección del gremio conocen muy bien las reglas a las que tendrán que sujetarse, y supongo que también han evaluado los costos que tendría cualquier intento antidemocrático. Nadie podrá reclamar el triunfo antes de las elecciones, ni condicionar su buen comportamiento a los resultados favorables, pues todos saben a lo que se atienen y saben ya que el próximo Consejo será tan plural y tan abierto como los votos que logre obtener cada planilla. Por lo demás, ninguno de los candidatos que se han arriesgado a competir sobre esas bases pertenece al mundo de los protagonistas en busca de ocasión. De modo que todo indica, hasta ahora, que esa sucesión gremial seguirá rodando sin volverse una noticia propia de nuestros tiempos revueltos: no news, good news.
Con todo, la democracia no consiste solamente en un buen grupo de reglas definidas por consenso, sino que requiere también de un conjunto de voluntades firmemente decididas a hacerlas respetar: la democracia, o es militante o no es democracia. Y es que a pesar de todo nunca faltan los autoritarios. Ni siquiera en una sucesión gremial, donde el presidente en turno también recibe toda clase de consejos para ``orientar'' a los votantes, de susurros que interpretan dobles y hasta triples intenciones en cada una de las cosas que se dicen o se hacen, o de propuestas increíbles para evitar los riesgos espantosos de una votación simplemente democrática. De ahí que, en contra de todas esas desviaciones no quede más que echar mano del recurso militante que se sintetiza en el sapientísimo refrán: ``los buenos siempre ganan... cuando son más que los malos''. Y en este caso, puedo asegurar que en efecto ganarán los buenos.
Alguien ha sugerido que la sucesión en el Colegio tendría que servir como un ejemplo acerca de las virtudes muy tangibles de la democracia puesta en acto, y con mayor razón si se trata de la agrupación nacional de los profesionales de las ciencias políticas y la administración pública. No sé si el asunto tenga tantas posibilidades didácticas, ni mucho menos en medio de una situación tan compleja como la que está viviendo México. Por mi parte, lo único que le pido a ese proceso es que sirva para fortalecer la vida interna de la institución que ha decidido adoptarlo y defenderlo, y que no le ofrezca argumentos a nadie para convertirla en otra noticia de primera plana.