Las palabras del presidente Ernesto Zedillo pronunciadas el pasado sábado 14 de septiembre, durante el desayuno priísta de Unidad Revolucionaria, exigen una sobria reflexión sobre el significado político de las banderas que izara Madero durante la fundación, en el trienio 1908-1910, del partido que enfrentaría al del gobierno en las elecciones correspondientes al último año mencionado. En dicho discurso, el Presidente aseveró lo siguiente: ``Los priístas volveremos al origen del ideal maderista para convertirnos en la vanguardia del avance democrático de México''; en consecuencia, vale preguntar por las connotaciones del ideal maderista, pues de otra manera sería difícil comprender lo que el titular del poder Ejecutivo trató de sugerir a sus compañeros.
Al lado de los altos valores --justicia, bien del pueblo, lucha contra el despotismo, libertad, entre otros--, Madero buscó el modo de cimentar el proyecto de sus partidarios en el estudio de la historia, según lo reconoce él mismo al redactar La sucesión presidencial en 1910. Precisamente en esta obra llégase a una fundamental conclusión: el gobierno creado por la Constitución de 1857 fue sustituido con la dictadura militar del general Porfirio Díaz; es decir, el Plan de Tuxtepec, antirreeleccionista, sería el pretexto de los seguidores del caudillo oaxaqueño para burlar, incluido el cuatrienio gonzalista, el espíritu y el texto de la Carta Magna sancionada por el célebre constituyente convocado por la revolución de Ayutla. Ahora bien, a juicio de Madero y los suyos, ¿cuál fue el resultado de esa frecuente y sangrienta burla de la Ley Suprema? En dos hechos sintetizaríase este resultado, a saber: el establecimiento de un poder absoluto asentado formalmente en el sistemático fraude electoral que hizo posible la dictadura militar y policial de Díaz, fraude implicante de una purgación del pueblo tanto en lo que hace a su voluntad soberana cuanto en la toma de las decisiones políticas; hechos estos que negaron de manera radical la posibilidad de poner en marcha los ideales republicanos defendidos por la eminente generación reformista.
Reconocidas y subrayadas esas negaciones durante la configuración de la doctrina maderista --así lo acreditan intelectuales tan brillantes como Federico González Garza, Roque Estrada, Luis Cabrera, Félix F. Palavicini, José Vasconcelos y Alfonso Taracena, por ejemplo--, las categorías políticas del movimiento emergieron de inmediato para gestar por igual los principios ideológicos y su praxis, expresados en las propuestas de no reelección y sufragio efectivo, propuestas que darían sentido al partido antirreeleccionista encargado de enfrentar, en el acto comicial, a los científicos del partido oficial. En resumen, los ideales maderistas en aquel amanecer de la centuria son el antirreeleccionismo como bandera democrática y el sufragio efectivo como el instrumento de su realización, a fin de echar abajo el reeleccionismo y el fraude electoral propio del régimen porfirista.
¿Cómo podría en nuestro tiempo reactivarse al ideal maderista, de acuerdo con las sugerencias del Presidente de la República? El reeleccionismo porfirista está bien representado por el presidencialismo autoritario forjado por la vía del dedazo, que ha permitido la continuidad de una élite en el poder por casi medio siglo, cuya política es ajena al pueblo desde el momento en que el voto de éste se ve excluido por la vía de un sistema electoral concebido para facilitar directa o indirectamente el fraude favorecedor de las candidaturas gubernamentales del partido oficial. ¿Cuáles son, entonces, los corolarios derivados de la anterior situación? En primer lugar, que el antirreeleccionismo maderista se transformaría en el golpe definitivo contra el presidencialismo autoritario y sus correspondientes dedazos, y en segundo lugar, que el sufragio efectivo hundiría a la élite gobernante, para colocar al pueblo en el centro del mando estatal y hacer posible que la voluntad democrática sea el contenido de las decisiones políticas.
Ahora la pregunta final, ¿en verdad los priístas estarían dispuestos a asumir las responsabilidades y deberes de los antiguos ideales maderistas? Es más, ¿estos ideales son compatibles con las estructuras hegemónicas que por hoy dan forma a las acciones del poder público?