Misa y marchas de decenas de organizaciones en recuerdo de las víctimas
Miriam Posada y Alberto Nájar La marcha convocada inicialmente para recordar los sismos de 1985 terminó en una mezcla de protestas contra la militarización y el neoliberalismo, por la libertad a los presos políticos, en contra de la corrupción y en demanda de vivienda digna.
Desde la Plaza de las Tres Culturas hasta el Zócalo los contingentes caminaron en desorden, estrechamente vigilados por policías vestidos de civil y elementos del Estado Mayor Presidencial.
Los problemas se presentaron desde la convocatoria a la movilización, pues mientras algunos grupos recibieron la instrucción de presentarse a Tlatelolco a las 17:00 horas, el grueso del contingente partió a las cuatro de la tarde con 20 minutos.
Ayer se programaron dos marchas, una por el décimo primer aniversario del terremoto y otra en contra de la militarización gubernamental. Los convocantes de cada una se disputaron el privilegio de abandonar primero la Plaza aunque, finalmente, a iniciativa de Superbarrio, las organizaciones del movimiento popular ganaron la calle.
Fue una operación sencilla, pues bastó con que el enmascarado se pusiera a caminar para que los demás lo siguieran, en una acción que sorprendió a los ceceacheros, perredistas, petistas y demás que integraron la marcha contra la presencia militar en algunas zonas del país.
Los primeros recorrieron con prisa el Eje Central, lo cual provocó que los grupos se separaran cada vez más, de tal manera que al llegar a Garibaldi no se sabía quiénes caminaban con quién, cuáles eran las demandas de cada organización o bien si los peseros, repartidores de pan o bicitaxis que aprovecharon los espacios vacíos para seguir su camino participaban también en la protesta. Conforme avanzaba el contingente las consignas se mezclaron y al llegar al Zócalo los manifestantes coreaban lo primero que oían.
Así, las confusiones abundaron. El presidente Ernesto Zedillo y su esposa fueron personificados en medio de los solicitantes de vivienda, y tras él Fidel Velázquez caminó al lado de dos chinas poblanas y los músicos de una banda de pueblo. Las porras a Marcos se escucharon entre los habitantes de los cuartos de azotea de Tlatelolco, y de pronto algunos ceceacheros con pasamontañas se descubrieron cargando una manta por la dignificación de la vivienda.
El mitin inició cuando todavía los contingentes no pisaban la Plaza de la Constitución, lo cual acentuó aún más el desorden. Al llegar al Zócalo la pregunta más escuchada fue ``¿y ahora, dónde nos toca?'', seguida por un gesto de disgusto; en la búsqueda prestaron poca atención a los oradores y éstos, a su vez, les pagaron con la misma moneda.
Cientos de elementos del Estado Mayor Presidencial no perdieron detalle del arribo de la marcha, aunque una vez que todos los contingentes se concentraron en la plancha ejercitaron mejores tareas: algunos consumieron bolsa tras bolsa de palomitas de maíz y otros se dedicaron a platicar.
El desorden prevaleció a lo largo de todo el mitin, y a pesar de que todos compartieron el mismo espacio, por momentos pareció que, efectivamente, se trataba de dos actos distintos.
Alberto Nájar Once años después sigue su búsqueda, con la esperanza cada vez más diluida por el paso del tiempo y las citas incumplidas que puntualmente se suceden. Ayer, hace 11 años, Gloria Juárez de Parga perdió a dos de sus hijos en el derrumbe del edificio Nuevo León, en Tlatelolco, y desde entonces vive ``el peor de los infiernos que le puede ocurrir a una madre'': desconocer si siguen vivos, están sepultados con otro nombre o yacen en alguna fosa común, pues los cuerpos jamás se encontraron.
Esta incertidumbre la mueve a viajar cada 19 de septiembre desde Zacatecas, donde ahora reside, a la ciudad de México, para asistir a la misa que se celebra en la huella del Nuevo León, donde al igual que otros sobreviventes forma parte de la ceremonia misma. Llega precedida de noticias frescas que durante una hora alientan la esperanza de reencontrarse con sus hijos, Sandra Leticia y Sergio Alberto, quienes tendrían 22 y 23 años de edad, respectivamente.
Cada año pregunta por ellos, distribuye fotos y dibujos de cómo serían actualmente, y responde igual a quien pregunta la razón de su esperanza: de la misma forma como ella regresa a lo que fue su casa, sus hijos tendrán que volver algún día.
Ayer el motor de su viaje fue una plática que sostuvo con un médico encargado de uno de los albergues instalados en esa fecha, quien le aseguró haber visto a dos menores muy parecidos a sus hijos. Fue, sin embargo, un encuentro tan breve que pareció espiritual, pues los niños desaparecieron y el galeno jamás supo de ellos.
Por esa razón, al finalizar la ceremonia religiosa y ante la cita nuevamente incumplida, Gloria se derrumbó. ``Cuando como, me pregunto si tendrán pan que llevarse a la boca; si veo a un niño de la calle o una prostituta le pido a Dios que ellos no sean así, que las personas que los tengan no los perviertan o maltraten''.
La voz se vuelve lágrimas cuando confiesa que, a veces, ``los preferiría muertos a tenerlos perdidos''.
Los topos de la bata azul
A unos metros, al lado del altar colocado en la llamada Plaza del Sol, cuatro integrantes de los Topos se acercaron a Esther Badillo Viuda de Ruiz y le preguntaron ``si por casualidad'' ella era la señora que el 19 de septiembre de 1985 se negaba a salir de los escombros tras un rescate de 12 horas, porque estaba en paños menores.
La señora respondió afirmativamente y entonces los cuatro hombres la abrazaron. ``Mira nada más, después de 11 años volvemos a vernos'', comentó alegre Francisco Villanueva, quien aquella ocasión le consiguió una bata azul para cubrirla.
--¿Por qué no quería salir si ya estaba todo listo?-- preguntó
--Tenía tanto miedo que no me acuerdo de lo que hice. Además, pues una es así...
Luego, los cuatro topos confesaron a doña Esther que gracias a ella decidieron trabajar en grupo, pues según Roberto Hernández ``hasta ese momento cada quien rescataba a su gente como podía''. En esa ocasión, recordó, tardaron 12 horas en encontrarla, cavar un túnel y convencerla de que aceptara el rescate, porque la víctima no quería regresar a la superficie sin ponerse primero una ropa decente.
El incidente fue el broche que los unió, pues desde entonces los rescatistas continúan activos y acuden a los desastres donde los requieren. A la fecha, comentó Héctor Méndez, El Chino, han participado en las contingencias ocurridas en Nicaragua, El Salvador, Guadalajara, Colima y otros. Incluso fundaron una academia de auxilio en urgencias médicas que empezará a funcionar en enero próximo.
Once años después, tanto las experiencias de los topos como de doña Esther Badillo o Gloria Juárez se mantienen casi inalterables, pues ya sea para recordar la tragedia o los momentos curiosos, los detalles surgen claros como el primer día.
Ayer, en el ambiente solemne y a veces triste de la misa por el aniversario del sismo, Francisco Villanueva respiró satisfecho. A pesar de todo, dijo, ``fue Dios quien dio la oportunidad para que la gente siguiera con vida''.