Estamos presenciando ataques terribles a la idea de convivencia organizada, de reglas válidas para todos que da la base para el Estado y para la legalidad internacional. Por ejemplo, el regionalismo de la Liga Norte en Italia, independientemente de su líder payasesco (Mussolini y el fascismo también lo eran) expresa a la vez, como la votación récord obtenida en Tolón (el 34.4 por ciento de los votos) por el Frente Nacional de Le Pen y su llamado a una ``revolución'', el debilitamiento de los Estados nacionales y el recrudecimiento de la lucha entre las clases, del mismo modo que las huelgas en Bélgica, Bolivia o la Argentina y la reaparición en Italia de una huelga general metalúrgica, como dejara de suceder desde fines de los 80.
Esta polarización y radicalización social no es considerada por quienes quieren creer en el fin de la historia y exponen un pensamiento-papilla absolutamente funcional al llamado neoliberalismo, que no es solamente un hecho económico pues la política y la ideología extremistas del capital financiero ejercen también su hegemonía en el campo del pensamiento político.
Por ejemplo, como recuerda James Petras, ¿qué sentido tiene hablar de ``ciudadanos'' si la gran mayoría de los habitantes no lo son pues no están en condiciones materiales ni legales de decidir el curso de la política en sus respectivos países y, además, los únicos ``ciudadanos'' son precisamente los que pertenecen a esos sectores que promueven la política liberal que está destruyendo las bases mismas de la democracia? ¿Y qué sentido oponer la hegeliana ``sociedad civil'' --esa masa informe que integran también las grandes corporaciones y los trusts y los responsables del caos-- al ``Estado'', así, en abstracto, en el momento mismo en que la globalización destruye en éste, o reduce al mínimo, todos los aspectos que resultan de conquistas históricas, como la aplicación de las leyes sociales o el Welfare o el reconocimiento de la igualdad formal de los individuos ante la ley, o la defensa de la identidad nacional y de la soberanía?
Lo mismo vale en otros planos: los vendedores de humo dan por sentado que es irreversible la ``crisis del marxismo'' y la ideología neoliberal no se cansa de hablar del fin de ( las demás) ideologías. Sin embargo, la mundialización económica confirma como nunca las tesis centrales de Marx y la crisis está provocando un renacimiento de la izquierda incluso en países que parecían ``vacunados'' contra el comunismo por la política stalinista del poder, como los de Europa oriental, o de los partidos comunistas, como en Francia o en Italia. La radicalización impulsa masas humanas hacia la extrema derecha o la derecha, pero también renueva la izquierda, cosa que los ``ideólogos'' no ven y entonces declaran desaparecida la lucha de clases en el momento mismo en que reaparece con otras formas y semblantes.
Los mismos fumosos hablan de libre mercado y abominan de la planificación cuando el mundo en realidad está en manos de un grupo cada vez más reducido de monopolios que, además, planifican cuidadosamente su estrategia planetaria con proyecciones de décadas. Y hablan de que no hay que tratar de llegar al poder estatal (sin aclarar que hay formas y modos de construir democráticamente el poder desde abajo para llegar al ``poder'' estatal y que hay Estados y Estados), precisamente cuando sólo una política de alcance nacional, alternativa, y la instauración de un Estado cualitativamente diferente puede frenar los efectos de la mundialización, modificarla en favor de las mayorías, imponer algunas reglas al capital financiero internacional, preservar las conquistas sociales, la identidad nacional, la soberanía popular.
Para los vendedores de humo el ``socialismo'' es sólo el stalinismo, el ``Estado'' es el Estado socialdemócrata o populista, y es ineficiente y autoritario, el ``plan'' es el burocrático y centralizado y el ``mercado'' es una fuerza natural y ciega, no una relación social. Lo único que se puede hacer, según ellos, es lo que hacían las Damas de la Caridad, o sea pequeños proyectos locales que son otras tantas obras de caridad para mitigar los efectos de la globalización. Más que nunca, en cambio, se necesita tener conciencia de que la economía es una relación entre personas: éstas reaccionarán, como siempre, y las clases, aunque modificadas, siguen existiendo al igual que la necesidad de construir otro Estado, mal que les pese a los supuestamente modernos vendedores de humo.