A principios de este siglo, en el tranquilo estado de Michigan, el doctor John Harvey Kelloogg (Anthony Hopkins), inventor de las hojuelas de maíz, dirige el sanatorio de Battle Creek --más que una clínica de salud, un verdadero templo del bienestar físico. Entre las múltiples recomendaciones del lugar, frecuentado por la mejor sociedad estadunidense, figuran el rechazo de la carne animal --más fétida que el propio estiércol--, del alcohol, el cigarro y el sexo. Las terapias son severas (aplicación de varias lavativas al día, inmersiones en lodo, baños de asiento en tinas hidrotérmicas de alto voltaje) y las dietas incluyen la domesticación total del apetito sexual, pues una erección inoportuna o un orgasmo inaplazado son garantía de un rápido desenlace funesto. Los pacientes cantan al ensayar coreografias calistécnicas al aire libre, y repiten a coro las consignas del lugar: ``Mente pura en intestinos sanos'', ``La vida no es más que una victoria temporal sobre la muerte'', etcétera.
En Cuerpos perfectos (The road to Wallville), el realizador británico Alan Parker (Expreso de mediacnoche, Fama, Pink Floyd The Wall) sugiere la posibilidad de una perfecta sátira del puritanismo anglosajón, de la religión de la abstinencia sexual y de la demonización de cualquier apetito humano. Las ideas son excelentes, el material humorístico parece inagotable, y sin embargo la película no consigue rebasar el nivel de un entretenimiento muy elemental y muy previsible. No aburre, precisamente, pero tampoco entusiasma. Sin algo de la malicia y elaboración artística de Peter Greenaway o del delirio barroco de Ken Russell, la película de Alan Parker se demora demasiado en el recuento banal de los episodios chistosos que pueden suceder en un centro naturista lleno de resonancias victorianas. La ronda de escatologías clínicas, los humores, las flatulencias, las dispepsias gástricas, las evacuaciones y la descripción de olores y consistencias son elementos de un catálogo humorístico bastante pobre, reiterativo y carente de la ironía y destreza que en asuntos similares posee una cinta como Los escándalos del rey Jorge, de Thomas Hytner, por ejemplo. Cuando Alan Parker desea ``sugerir'' una diarrea, su solución estilística es la transición rápida a un fuerte chorro de cerveza.
La visita al sanatorio del joven Will Lightbody (Mattchew Broderick) y su esposa Eleanor (Bridget Fonda) es pretexto para una serie de enredos que incluyen los deseos imperiosos de Will por una enfermera y una paciente casi agonizante, y la infidelidad de Eleanor con un médico alemán, así como las locuras de George, un hijo adoptivo del Dr. Kellogg, harapiento y mugroso, un poco idiota, presa ideal para que un empresario perspicaz (John Cusak) utilice su apellido para producir una marca competidora de cereales. ``Detrás de cada fortuna siempre hay una mentira'', sentencia un personaje.
En este templo de la pureza, el sexo es ``el asesino silencioso de la noche'', y contra a él y contra las tentaciones del hedonismo y el libertinaje se instala el cordón sanitario de las buenas costumbres victorianas. El tema es de gran actualidad en una época en que una derecha beligerante proclama las ventajas de la total abstinencia sobre las propuestas de la sexualidad responsable. El sueño de los detractores del condón: la multiplicación de los cinturones de castidad. El Dr. Kellogg anuncia esa actitud y a la vez remite su propia disciplina a los tiempos de las sagradas penitencias corporales y las autoflagelaciones sin fin.
Cuerpos perfectos intenta ser la sátira de ese culto al cuerpo sano basado en la represión moral y en la tiranía de las dietas. Desafortunadamente, falta vigor en la realización (lo cual se nota además en un buen reparto mal aprovechado) y un propósito crítico que trascienda la acumulación rutinaria de efectos humorísticos. Los momentos eficaces de Cuerpos perfectos son aquellos en que se relatan anécdotas de la infancia del Dr. Kellogg, su formación puritana y sus insólitos gestos de rebeldía. Lo que viene después, en 1907, en el Templo del Bienestar Físico --campo de concentración de lujo, donde bien podría caber la inscripción ``la moderación os hará libres''-- es una fábula divertida e intrascendente, incapaz de explorar cabalmente sus posibilidades subversivas.