El jueves 5 de septiembre, en una ceremonia realizada en El Generalito de la Antigua Real y Pontificia Universidad de San Ildefonso, durante largo tiempo la Preparatoria 1 donde, by the way, yo estudié, se celebró la fundación oficial de la Sociedad Mexicana de Bibliófilos, AC, con sede en el Centro de Estudios de Historia de México de Condumex que dirige Manuel Ramos Medina. Presidieron la ceremonia Juan Sánchez Navarro, presidente de la Sociedad, junto con Julio Gutiérrez Trujillo, Emilio Carrillo y Elías Trabulse, quien en un sobrio discurso se refirió al sentido de la bibliofilia, tan estrechamente ligada a la libertad de pensamiento y tan perseguida por la censura, los fanáticos, los destructores de la cultura y de los patrimonios nacionales. ¿No destruyó Fray Diego de Landa los códices mayas y no hizo lo mismo el obispo Fray Juan de Zumárraga con los códices mexicas?
El primer libro que editará la Sociedad, en breve tiraje numerado y magníficamente reproducido, será el hermoso manuscrito hológrafo de la Historia Antigua de México, de Francisco Javier Clavijero, una de las dos copias en español que el jesuita novohispano expulsado en Bolonia tuvo la precaución de hacer, copia que obra en poder del historiador jesuita Manuel Ignacio Pérez Alonso, quien generosamente ofreció el libro para su publicación.
Un ejemplo flagrante de bibliófilo es Elías Trabulse y también debo añadir, aseveración casi pleonástica, que en México hay pocos historiadores como él: preocupado, entre otras cosas, por recuperar los testimonios primarios sobre Sor Juana Inés de la Cruz, Trabulse ha paleografiado y comentado la recién descubierta (Carta q(ue) habiendo visto la Atenagórica q(ue) con tanto acierto dio a la estampa Sor Filotea de la Cruz del Convento de la Santísima Trinidad de Puebla de los Angeles, escribía Serafina de Cristo en el Convento de N.P.S. Jerónimo de México. Esta carta descubre un escrito violentamente satírico de Sor Juana, denunciado por Fray Agustín Dorantes, inquisidor del Santo oficio, en un proceso instruido contra Francisco Javier Palavicino, autor de un sermón pronunciado en el convento de San Jerónimo llamado La fineza mayor, cuyo objetivo fue elogiar y exculpar a la monja jerónima por el escándalo suscitado por su Carta Atenagórica, publicada y bautizada en 1690 por el obispo Fernández de Santa Cruz, travestido como Sor Filotea de la Cruz y también publicada en edición facsimilar y comentada por Elías Trabulse (Condumex, 1995), como un estudio previo a la fascimilar que hoy me ocupa.
Dice Dorantes: ``Como se lee al fin de la dedicatoria de su sermón (el de Palavicino), donde da a entender, ser su intención de satisfacer a la impostura que al autor le hicieron de cierto papel injurioso y picante que con el supuesto nombre de El soldado, se divulgó contra otro papel de dicha religiosa (¿la Carta de Sor Serafina?) los días pasados en esta ciudad (proceso encontrado en el Archivo General de la Nación, en el ramo Inquisición, y trabajado por el investigador Ricardo Camarena).
En otro texto de Trabulse, Los años finales de Sor Juana: una interpretación (México, Condumex, 1995), se completa la trama, la de la conspiración. Trabulse afirma que Sor Juana no fue objeto de un proceso inquisitorial, sino de un juicio instituido por el obispo Aguiar y Seijas, amparado por el derecho canónico. El obispo podía imponer sanciones a quienes incurriesen en ``un error religioso''. Los cinco documentos escritos por Sor Juana al final de su vida, vistos como la marca evidente de su conversión voluntaria, son, por el contrario, ``los testimonios de la abjuración y el desagravio'' que la Iglesia le exigió, como resultado de un proceso secreto que provocó un público silencio --la prohibición de publicar sus textos-- y la confiscación y destrucción de su biblioteca. Ese proceso secreto fue más bien, como dice Trabulse, ``un acto de intimidación absoluto en el cual el provisor Aunzibay y Anaya probó ser un hábil fiscal y un severo juez''.