MAR DE HISTORIAS Cristina Pacheco
El héroe de la ciudad
Si tú no quieres otra chela, yo sí, Pst, pst, güerita. No le hace, aunque no esté fría. A estas alturas del partido, lo que caiga es bueno. ¿Seguro que no te pido una? Pinche Mudo, para mí que andas jurado. Que no te dé pena decírmelo. Total, cada quien su bronca. Yo traigo una cabronsísima con mi jefe. Siembre anduvimos chuecos. Si necesitaba que me hiciera un cariño nomás me veía, como diciendo: ``Sigue con tus mariconadas y te rompo el hocico''.
Yo entonces era un chavalillo. Ni me di cuenta de que se murió mi madre. Tampoco supe de qué. Nadie me lo dijo. Cuando la sacaron de la casa, tapada con una sábana blanca, creí que se iba por un ratito. Me quedé esperándola. Al ver que no regresaba pregunté por ella. Una vecina me dijo: ``Se fue al cielo''. Me espanté de que se hubiera ido tan lejos: ``No te preocupes. Desde allá te cuida y te ve. Haz de cuenta que se asoma por la ventana. Por eso debes portarte bien y no mortificarla poniéndote triste. A ver: mándale una sonrisita''. ``¿Sabes una cosa, Mudo? Creo que esa fue la primera vez que fallé, y bien gacho: se me salieron las lágrimas, con la mala suerte de que en ese momento se soltó un aguacerazo. No se me olvida la voz con que la vecina me reprendió: ``¿Ves? Ahora tu mami también está llorando''. Creo que desde entonces me sequé. Serio: no volví a llorar, ni siquiera cuando mi jefe se me iba encima a las patadas. Y ¡para qué te cuento! El pensaba que era por hacerme el machito y provocarlo. Eran unos desmadres... Pst, pst, güerita.
Después de que murió mi jefa pocas veces vi a mi papá. Con el pretexto de repartir materiales se iba todo el tiempo y sin decirme ni por qué ni adónde. La única vez que habló del asunto fue para justificarse delante de una vecina que le preguntó por qué no me llevaba con él: ``Porque está muy chico y la vida en la carretera es muy dura''. Puede que sea cierto, pero la mía era peor. Imagínate, Mudo, siempre solito en el cuarto, hambreado, nomás con la ilusión de que mi jefa me viera por la ventana. Pst, pst, güerita: ¿y la chela, cuándo?
Mi papá llegaba al cuarto pocas veces. Ni creas que me decía: ``¿Cómo estás? ¿Quién te dio de comer?'' Nada de eso. Puras quejas: ``Mira nomás cómo tienes esto, parece chiquero''. Y sí era verdad, todo estaba muy sucio pero es que yo, solo y escuincle, qué iba a ponerme a pensar en la limpieza.
Una de las últimas veces que llegó fue para avisarme que se iba a vivir con otra señora: ``Ella tiene unas piezas. ¿Te vas conmigo o te quedas aquí?'' Me quedé, pero no le dije por qué: temía que si me iba a otra parte mi madre ya no pudiera mirarme desde el cielo. Oh, Mudo, no te rías. Compréndeme, carnal, estaba yo chavalillo.
Mi vida era bien fea, tanto que empezaron a entrarme las ganas de morirme. Cuando arreciaron decidí dejar el cuarto porque no quería que la jefa leyera mis pensamientos. Agarré y me fui, decidido a encontrar un sitio para morirme. Claro que no lo hallé, ni tampoco la manera de regresar a mi casa. ¿Y sabes qué hice? Me senté en un jardín, ya ni sé cuál. El hambre me llevó a pedir limosna. La gente me decía: ``Niño, ¿cómo es que andas solo? ¿Dónde está tu mamá?'' Les contestaba: ``En el cielo''. ``¿Y tu papá?'' ``Quién sabe.'' Era cierto: él nunca fue para explicarme adónde iba o cuándo volvería.
¿Ya te conté cómo me apañaron los de Protección Civil? Está bien, está bien: no te lo voy a repetir. Lo de la escapada ya para qué te lo digo, si nos pelamos juntos del Margarita. Entonces te caía bien mal, por escuinclillo y por menso. En cambio para mí eras lo máximo, con todo y que siempre me pudrió que no hablaras. Chale, ¡no es reclamación! Yo respeto tus broncas, ¿sabes por qué? Porque tú siempre has respetado las mías. Pst, pst, güerita: no me quede mal con mi chela.
¿Sabes, Mudo? Tengo muchas cosas que
agradecerte. No se me olvida que me echaste la mano cuando los terremotos. ¿Te acuerdas cómo me puse? Bien loco, de lo espantado. Y es que vi clarito cómo se caía el edificio de enfrente a la gasolinera donde nos quedábamos a dormir con el Gandalla y el Sapo. Se me hace que podemos encontrarlos en Tomatlán. Por allá hicimos varios rescates, ¿te acuerdas?
Oye, ¿a quién se le ocurrió que nos metiéramos en la bronca? Fue a ti. Andábamos por la Doctores cuando un tipo salió de entre un montón de escombros gritando: ``Mi niño se quedó atrapado. ¡Ayúdenme!'' Cuando apareciste con el chamaco muerto y le echaron encima una sábana blanca recordé a mi mamá y me aguanté las ganas de llorar, y en eso que me dices: ``Hay otra persona abajo pero yo no quepo. Ve tú''. Ni lo pensé. Ahora, cuando lo recuerdo, siento más miedo que entonces. Abajo estaba muy feo, oscuro. Del miedo o de la prisa ni sentía cómo iban quedándome los brazos, bien lastimados. Oía nada más mi corazón hasta que de pronto la muchacha gritó: ``Aquí estoy, no me dejen''.
No sé ni cómo le hice para dar con ella, pero cuando le agarré la mano empecé a jalarla, a jalarla. Cuando salimos me dio gusto ver que sus papás la abrazaban y todo. Allí fuiste tú el que se soltó llorando. ¿Qué creíste, que me iba a quedar abajo?
Por dónde más anduvimos? En el hotel, en la panadería, en Tlatelolco, en el Juárez, en Perú, en San Antonio, en Ecuador. Allí fue donde me tomaron la foto que salió en el periódico: De chavo banda a héroe. Al verme con el tapabocas, parado en un montón de escombros, no me reconocí. Varias personas me regalaron el periódico pero yo nada más guardé una hoja. ¿Te acuerdas de que siempre la traía envuelta en una bolsa de plástico? Pensaste que era para verme, pero no. ¿Sabes lo que quería? Enseñársela a mi padre cuando volviera a encontrarlo y decirle: Ese de la foto soy yo. ¿Qué sientes de que tu hijo sea un héroe?''
Para llegar a ese momento esperé años y no sirvió de nada. Me siento mal. Güerita, ¿qué pasó con la chela? Hace rato me encontré a mi jefe. Venía saliendo del metro Observato-rio. El también me reconoció, pero se hizo el desentendido. Temblando lo seguí. Tú hubieras hecho lo mismo, no digas que no. De repente se detuvo y dio la vuelta para mirarme bien. Esperé a que le dieran ganas de saludarme. ``Después de tantos años de no verme, mínimo va a decirme qué gusto, cómo has crecido...'' Ni madres. ¿Sabes lo que me dijo? ``Siempre imaginé que ibas a acabar así, como un perdido y un bueno para nada.''
Eso, carnalito, me dolió más que si me hubiera pegado, pero me hice el fuerte. Rápido metí la mano en la camisa para enseñarle el recorte de periódico. No llegué a hacerlo. Mi jefe creyó que iba a sacar una punta, o a lo mejor una pistola para asaltarlo, y se puso a pedir auxilio. Entre más le decía que se callara, más gritaba. Me asusté y me eché a correr, pero alcancé a oir cómo les ordenaba a los tiras: ``Deténgalo, es un ladrón, un hijo de su quién sabe cuántas madres''.
Lo peor de todo es que tiré el periódico pero no pienso ir a conseguirlo. Si un día vuelvo a encontrarme con mi padre ya no tendré pruebas de que alguna vez fui un héroe. Tú también. ¿A poco no sientes bonito de acordarte? Yo sí. Me dan ganas de llorar, pero no puedo. Vamos brindando, ¿no? Pst, pst, Güerita: que sean dos.