En este mismo espacio sostuve, con motivo del Encuentro Intercontinental organizado por el EZLN, que la izquierda debía tomar posición sobre la desaparición de la Unión Soviética para así poder avanzar en el planteamiento de una perspectiva de socialización viable y democrática bajo las nuevas circunstancias (fin de la Guerra fría y del mundo bipolar). Ahora juzgo, con la aparición del Ejército Popular Revolucionario -cuyas pretensiones son las de imponer una dictadura militar bajo el anacrónico eufemismo de ``Democracia popular''-, que es aún más apremiante la necesidad de discutir de nueva cuenta el problema de los regímenes de ``socialismo realmente existente'' o capitalismo totalitario de Estado, como me atrevo a definirlo después de observar de cerca de qué manera desaparecieron la URSS y su bloque de países satélites, y constatando la reconversión de China al contradictorio ``socialismo de mercado''.
En ambos casos el Estado se arrogó un papel omnipotente, omnipresente y omnisapiente. Tanto la URSS en su momento como China hasta la fecha, pueden calificarse de capitalistas porque levantaron un sistema fundado en la explotación extrema de los trabajadores asalariados sin concederles la menor posibilidad de defender sus derechos colectivamente. Después de todo, para los leninistas los sindicatos no son sino simples correas de transmisión. Y se trata de regímenes totalitarios por su pasión para eliminar todas las libertades so pretexto de una eterna amenaza externa que justificaba los extenuantes gastos militares, el terror sistemático y el control de la vida cotidiana de toda la ciudadanía por vía policiaca y militar como condición de la estabilidad interna al servicio de sus respectivas nomenklaturas. Conformadas éstas por los miembros del partido de cierto nivel, los militares, los servicios de inteligencia, los capos del mercado negro, la alta burocracia y la cúspide de los científicos y artistas que aceptaban sin chistar los designios de la ideología del partido y del Estado.
Las órdenes todopoderosas del Comité Central del partido, y del dictador en turno para mayor precisión -Stalin, Mao o cualquiera de sus sucesores-, simplemente eran inapelables. Resultado histórico: prohibido hablar, prohibido viajar, prohibido criticar o pensar por cuenta propia, y no se diga protestar, prohibido organizarse políticamente fuera del partido en el poder, prohibido comer adecuadamente fuera de los círculos restringidos con acceso a todo, prohibido vivir fuera de la fealdad extrema que dejó como herencia deleznable el ``realismo socialista'' o supuesto arte proletario, prohibido leer todo aquello que no haya pasado por la censura de los comités ideológicos del partido, prohibido conocer los avances científicos de otros países so pena de caer bajo sospecha de trabajar para el enemigo externo.
Sin escapatoria posible para los más, se trataba de que casi todos vivieran bajo el terror de mañana descubrir a los agentes de las policías políticas o de los servicios de seguridad en el umbral de la puerta del estrecho departamento o cuarto compartido, por supuesto sin pintar, que conducirían al elegido a cualquiera de la miríada de centros de detención, para después pasar diez o más años en un espeluznante Gulag por delitos contra el Estado soviético, o en un centro de reeducación y trabajos forzados para los chinos.
Esa parece ser la propuesta del EPR, ese parece ser su sueño del futuro para nuestro país y, claro, no nos preguntarán nuestra opinión al respecto ni discutirán con nadie el significado de la barbarie contenida en sus ilusiones de la igualdad sin libertad ni democracia, del asalto al cielo a culatazos. Así son los militarismos de toda especie, de derecha como de supuesta izquierda: no preguntan, imponen a toda la sociedad la razón de su locura, así es el maximalismo, impone la violencia extrema de matar conciudadanos como expresión y origen de su propia proporción autoritaria, la cual obviamente cobrará su forma totalitaria una vez tomado el poder por las armas. Pretender que la guerra civil es liberadora es simplemente desconocer la guerra, en todos sus íntimos dolores para millones de inocentes, en toda su dimensión de destrucción del país que se quiere ``salvar''. Nada justifica que un grupo de 50, 100 o 1000 desaforados, ávidos de poder militar y justicia sumaria, pretendan imponerle a una sociedad de más de 95 millones de mexicanos en plenitud de sus facultades un modelo de sociedad que se cayó a pedazos en la Unión Soviética y sus satélites.