Después del éxito de Lolita, Vladimir Nabokov renunció a sus clases en la Universidad de Cornell y se embarcó rumbo a Europa. Instalado en un lujoso hotel de Montreaux, dedicó su tiempo a supervisar las traducciones al inglés de sus libros rusos, a escribir Ada y a cazar mariposas. En sus últimos años sólo le interesó ver dos películas: El año pasado en Marienbad y la versión que Kubrick hizo de Lolita. Abismado en la relectura de Gogol, Pushkin y Flaubert, Nabokov apenas dedicó un guiño a sus contemporáneos. Borges, Robbe-Grillet y Burgess fueron de los pocos en pasar el examen de admisión a su severísima biblioteca. Enemigo de las gentilezas fáciles y de cualquier espíritu de grupo, Nabokov opinaba con rabiosa y altanera independencia. En su caso, no había mejor fórmula de cortesía que el silencio. Cada vez que un editor le enviaba una novedad, le pedía a su esposa Vera que mandara una tarjeta diciendo que no había tenido tiempo de leerla. Los editores aguardaban el momento excepcional en que el león mostrara la gratitud de las bestias domadas y halagara a algún colega. En los años sesenta, una opinión favorable de Nabokov habría creado un best-seller instantáneo. Y la excepción llegó, pero de modo imprevisto. Un agente literario mandó a Montreaux la nueva Novela-del-Siglo: Trampa 22, de Joseph Heller. En respuesta, Vera escribió la siguiente carta a nombre de su marido: "Mi esposo se ha impuesto la norma de no comentar a sus colegas, pues es un juez bastante rudo. Sin embargo, está dispuesto a hacer una excepción en este caso: `Este libro es un torrente de basura, diarrea dialógica, el resultado automático de una máquina de escribir prolija.' Por favor, no repitan esto al autor ni a sus editores."
De coches y regalías
A la distancia, resulta difícil concebir vicios menores de grandes novelistas. Según copiosos testimonios, Henry James califica a semifinales en cualquier torneo sobre la envidia. Cuando Ford Madox Ford editaba su English Review, James solía visitar la redacción con el fin de viborear a los demás colaboradores. En especial, Meredith le parecía soberbiamente incomprensible. Con puntual sentido de la reciprocidad, Meredith llegaba a la redacción a quejarse de los ilegibles bodrios de James. El único requisito para atestiguar la mala leche del autor de Otra vuelta de tuerca era tener oídos, y algo de paciencia, pues James hablaba en elaboradas digresiones, como si corrigiera un borrador infinito. Según refiere el propio Ford, pocas cosas provocaron tanto la envidia jamesiana como el coche de Rudyard Kipling. James dedicó algunas de sus mejores horas a detestar al colega que tenía suficiente éxito para comprar con sus regalías un coche de mil doscientas guineas. En 1902 había muy pocos escritores motorizados, y Henry James vio la adquisición del auto como un defecto moral. Sólo un nuevo rico de la literatura podía gastar sus sueños en gasolina. Kipling, por el contrario, veía su coche como un triunfo intelectual; según él, se trataba del mejor sitio para pensar. En una ocasión, se ofreció a llevar de paseo a James, pero el auto sufrió un accidente antes de llegar a la casa de su colega. El plan de un viaje relámpago para almorzar y volver a tiempo para tomar el té con Lady Maud Warrender, se vino abajo. Pocas desgracias le dieron tanto gusto a Henry James: "Ahora sí, el señor Kipling tiene algo en qué pensar."
Colaboración literaria
Cuando una señora excesiva le preguntó a James Joyce: "Puedo besar la mano que escribió el Ulises?", el escritor irlandés respondió: "No, porque esta mano también ha hecho otras cosas." Joyce se esforzó en crearse fama de misántropo. Solía decir "sólo quiero a mi familia" en un tono que debía ser interpretado como "ni siquiera quiero a mi familia". Una salvedad en su acorazada percepción del prójimo fue la de Samuel Beckett. Su confianza en la inteligencia del joven Beckett fue tal, que decidió dictarle páginas del Finnegans Wake, el enmarañado prodigio en el que hay una cantidad récord de neologismos y huellas de 65 idiomas. El amanuense Beckett estaba tan concentrado en su tarea que no oyó que llamaban a la puerta. "Adelante", dijo Joyce. Beckett escribió la palabra y siguió tomando el dictado. Cuando revisaron el texto, Joyce dijo: "Y este adelante?" "Tú lo dijiste", respondió Beckett. Después de pensarlo un poco, Joyce decidió dejar esa palabra que se avenía con la técnica del flujo de la conciencia y rendía un extraño homenaje al trabajo de equipo. |
Instantáneas 1) Del álbum de un abuelo Un hombre camina en la calle parloteando. Lleva sombrero de carrete, corbata de pajarita, bastón de mimbre y cuenta algo con amplios ademanes y gestos de actor. Se ríe, está contento y canturrea:
jorobadito, va por las calles de la capital... El niño que lo acompaña se aleja de lado: el hombre alegre del bastón es su padre, sus expansiones lo avergüenzan y no quiere que la gente que va pasando lo asocie con él.
2) Oportunidad
Y fue entonces, tal vez, cuando los ángeles malos intentaron subir a destrozar los cielos.
3) Un apunte de Chejov
De un lado del escenario unos hombres comen, beben y discuten ruidosamente el destino del mundo. Del otro, una campesina lava en silencio los trastes. Por qué esta escena es una falsa instantánea?
4) En una conferencia de prensa
Un grupo de periodistas se agolpa ante una vitrina que exhibe un fragmento de la llamada "roca que crece", extraño objeto o criatura que los investigadores no alcanzan aún a identificar. El vocero del gobierno pidió a la prensa seriedad en la información para acabar con los rumores que alarman al mundo. Otra roca como ésta fue hallada en Siberia. La piedra crece a razón de seis metros por día. Si se la fragmenta, los trozos resultantes crecen a una mayor velocidad. Si se considera completo este pequeño escrito, entonces puede pertenecer a un subgénero menor que podríamos denominar "inicio de novelas de ciencia ficción" y que consistiría en planteamientos puros, sin el trabajo de desarrollos que nunca convencen. Tampoco es instantánea, por qué?
5) En el teatro de vodevil
El niño que vemos aquí es Arturito el Recitador, un prodigio que ha asombrado a los públicos del mundo. Pese a su corta edad, recita largos poemas sin pronunciar una sola palabra inteligible, valiéndose sólo de imitaciones maravillosas de sonidos de la naturaleza animal y meteorológica, y palabras inventadas de rara fonética. La foto lo muestra en el momento en que, en uno de sus números más gustados, dice que sí y que no al mismo tiempo. De ésta, sólo el final es instantánea. Por qué?
La instantánea capta lo que el ojo, fatalmente atado a percibir los procesos que se explayan en el tiempo, no puede captar. La famosa instantánea de Bresson, "Cola de hambre en China", atrapa e inmortaliza lo que, de seguro, fue sólo confusión de jaloneos y aplastamientos desesperados. Por eso se dijo de Bresson que tenía el ojo de halcón y la mano de terciopelo. La razón por la que ni la escena de Chejov (3) ni la de la roca que crece (4) son propiamente instantáneas, es que captan lo que el ojo puede percibir y la regla dice: Sólo podemos considerar instantáneo aquello que es invisible a la mirada del que percibe. De donde se sigue que es equivocado pensar que mirar es percibir series de instantáneas. Percibimos movimientos completos, el instante es creación artificial. De esa peculiaridad proviene la dignidad estética de este tipo de trabajos. Tampoco podemos pensar que la instantánea es cosa de nuestros días y está necesariamente asociada a la fotografía. Muchos cuadros tradicionales son instantáneas pintadas (piensa en La fragua de Vulcano de Velázquez). Y muchos no son, por ejemplo, ningún retrato. El retrato sería, por definición, lo no instantáneo. Sin movimiento, qué caso tiene hablar de instante? No es lo peculiar que la instantánea inmovilice (el retrato está inmóvil), sino que descubra y rescate lo que había oculto en el movimiento. Todo placer estético está ligado al placer de descubrir. La instantánea de los ángeles malos (2) tiene un problema peculiar porque es una instantánea vacía, es decir, cuyo contenido hay que inventar. Si te pregunto, cómo es un lugar "qué acaban de dejar los ángeles"?, qué inventarías? Por qué no una de las plazas de De Chirico, que han sido definidas así: lugares de los que los ángeles parece que acaban de marcharse?
La guerra no ha terminado Vuelven a caer bombas sobre Irak. En esta ocasión, la crisis se debe a un conflicto entre dos facciones kurdas en el norte del país. La Unión Patriótica de Kurdistán, encabezada por Jalil Talabani, recibió apoyo de Irán para combatir a su enemigo, el Partido Democrático de Kurdistán, cuyo líder es Massoud Barzani. Barzani decidió pedir ayuda a Saddam Hussein para defender la ciudad de Erbil. Las tropas iraquíes recuperaron ese bastión kurdo y dieron un pretexto a Clinton, quien en plena campaña electoral quiere demostrar que, aunque no fue a Vietnam, no es ningún cobarde. Los misiles punitivos no cayeron en la zona de las hostilidades sino al sur del país, destruyendo supuestamente radares y baterías antiaéreas. Pero el conflicto no termina ahí, con lo que podemos atrevernos a corregir el pedante título del libro de Jean Baudrillard, La Guerra del Golfo no tuvo lugar, por el más conveniente La Guerra del Golfo no ha terminado.
Infoguerra
La Guerra del Golfo que aún nos ocupa, fue promocionada como la primera guerra informática, un concepto bélico que se ha vuelto desde entonces parte fundamental del credo militar estadunidense. La guerra informática o infoguerra puede definirse como cualquier acción o estrategia destinada a lograr la superioridad informativa en todos o cualquier ámbito de un conflicto. Este es un ataque que se realiza a través de sistemas informáticos con el fin de destruir, incapacitar, confundir o sabotear los sistemas informáticos enemigos. Este tipo de guerra, debido a su carácter y naturaleza (bajo costo, poca infraestructura), no sólo ocurre entre países sino que puede tener lugar entre individuos, corporaciones, cárteles y cualquier combinación de éstos.
Cría cuervos cibernéticos y
Los paradigmas de la infoguerra son básicamente tan viejos como la guerra misma. Controlar la información, interferir las comunicaciones militares del rival, interceptar mensajes secretos y desplegar campañas de propaganda para afectar la psicología de las tropas enemigas y de la población, son objetivos básicos en cualquier combate. Lo que hace la infoguerra es añadir un frente para las hostilidades: el ciberespacio. La paradoja es que los mejores blancos para este tipo de guerra son los países desarrollados, especialmente Estados Unidos, ya que sus redes informativas computarizadas son muy amplias y complejas, y sus instituciones dependen en gran medida de las comunicaciones en el ciberespacio. Prácticamente todas sus áreas vitales requieren el flujo eficiente y rápido de información a través de la red, por lo que son altamente vulnerables por ese frente inmaterial. Además, la principal debilidad logística radica en que las computadoras militares dependen ampliamente de las redes informáticas civiles (se estima que más de 150 mil están conectadas en Internet). De acuerdo con varios expertos, el 95 por ciento de las comunicaciones del ejército estadunidense se desarrollan a través de redes telefónicas públicas. La propaganda ha presentado a la infoguerra como aséptica e higiénica, una guerra que se gana con el mouse y no con balas; sabemos que ése no fue el caso en el Golfo Pérsico. No nos engañemos, ésta es una tecnología que se enfoca en hacer que las máquinas de matar sean más efectivas, además de que tiene como objetivo desquiciar una gran cantidad de blancos civiles: sistemas de transporte, electricidad, agua potable, bancos y mercados bursátiles.
Despilfarro estúpido
Ahora bien, ese gran laboratorio criminal que se denominó la Guerra del Golfo, en donde se experimentó ampliamente con la infoguerra y con armas inteligentes, puso en entredicho la eficiencia e inteligencia del nuevo arsenal estadunidense. El hiperpromocionado avión caza, invisible al radar, F-117A (de a 110 millones de dólares cada uno), y el famoso bombardero B2 (con un costo de 2000 millones de dólares) tuvieron tasas de eficiencia del 40 por ciento (en vez del 80 por ciento que había anunciado la Fuerza Aérea gringa). El misil tomahawk y demás artefactos explosivos inteligentes guiados por láser, también recibieron malas calificaciones, además de que resultó que sólo el ocho por ciento de las bombas usadas eran inteligentes y éstas representan el 84 por ciento del costo total de las municiones usadas en la guerra. El 9 de julio de 1996, apareció en primera plana del New York Times un artículo que desmentía la supuesta infalibilidad de las nuevas y costosas armas, y que aseguraba que tenían un rendimiento semejante, si no es que peor, a las armas convencionales. Los pilotos equipados con sistemas electro-ópticos, visión infrarroja y láser, no podían ver claramente a través de niebla, nubes, humo, lluvia o alta humedad. Tampoco podían determinar si un blanco era un tanque o un camión, o si ya había sido destruido. En 1991, Bush afirmó que de 42 scuds disparados por Irak los patriot habían destruido 41. Cifras más realistas indican que la eficiencia quizás fue del 40 por ciento; aunque el Dr. Theodore A. Postol, del MIT, publicó un estudio en el que afirma que el patriot es un fiasco, y que con suerte logró atinar un solo blanco (resultado que confirma un estudio de la Fuerza Aérea israelí). ¤ Naief Yehya ¤ [email protected]
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