Héctor Aguilar Camín
El enigma del dedo

Acaso la única pregunta de consecuencias políticas serias planteada en la XVII asamblea del PRI sea la elección del candidato priísta a la Presidencia de la República. El documento preparatorio de la asamblea proponía, de hecho, el fin de las dos más largas y efectivas tradiciones del priísmo: la tradición del tapado y la tradición del dedazo.

El documento preparatorio acotaba las facultades discrecionales del Presidente para designar a los miembros del club de los tapados --los miembros de su gabinete, a quienes el Presidente nombra y remueve libremente, por facultad constitucional. Según el documento, ahora podría ser candidato presidencial cualquier priísta con militancia de cinco años, que hubiera sido dirigente del partido o hubiera ganado un puesto de elección popular, y alcanzara el apoyo del diez por ciento de los miembros del Consejo Político Nacional del PRI. El documento ponía fin también a la tradición del tapadismo, al plantear que los aspirantes a la candidatura presidencial debían hacer campaña abierta dentro del partido, con un plan de trabajo en la mano.

Igualmente acotado quedaba el dedazo. De los aspirantes registrados, el Consejo Político Nacional escogería, mediante voto universal y secreto, hasta cinco precandidatos. Esos precandidatos irían a buscar la candidatura en una Asamblea Nacional que ungiría al triunfador. Para ejercer el dedazo, el Presidente tendría entonces que lidiar con una multitud de factores difícilmente controlables: 1. Que el candidato de su elección cumpliera los requisitos políticos partidarios. 2. Que el Consejo Político Nacional escogiera a su candidato entre los aspirantes posibles. 3. Que la Asamblea eligiera a ese mismo candidato. Sería un dedazo tan negociado con las fuerzas reales del PRI que al final se parecería mucho a un voto de calidad dentro de un proceso de elección democrática interna.

Los priístas han ido más allá del documento preparatorio en lo que toca a requisitos. Por acuerdo de la XVII asamblea, los aspirantes presidenciales deberán tener en su currículum diez años de militancia, un puesto de dirigencia en el PRI y un puesto de elección ganado para ese partido. De los reportes de prensa de ayer no pueden inferirse las otras cuestiones centrales de la reforma del dedo propuesta, salvo que el Consejo Político Nacional será la instancia electoral primera. El tono de la XVII asamblea permite suponer, sin embargo, que también en esas cuestiones los priístas irán más allá de lo previsto en el documento preparatorio y que reivindicarán para el partido y sus militantes lo que queda del dedo.

El gran enigma de la reforma no es, sin embargo, el de los detalles que la XVII Asamblea pueda añadir a esta ofensiva contra el dedazo y el tapadismo. El enigma de consecuencias para todos los mexicanos es si un partido de nulas tradiciones democráticas como el PRI puede abrirse a la competencia interna de la noche a la mañana, sin padrón partidario ni reglas claras de elección interna, y no desembocar en discordia. El verdadero enigma es si esta democratización de cuarto para las doce del PRI resultará al final en una guerra de facciones que no sólo no resuelva los asuntos internos del PRI sino que envenene y encone el conjunto de la política nacional. No hay democratizaciones súbitas, ni reglas democráticas que funcionen de la noche a la mañana. Mucho menos cuando se trata de la lucha por el botín mítico y práctico que ha devorado la imaginación priísta los últimos 50 años: la lucha por La Grande, La Unica, La Buena, La Presidencia de la República.

Muchos aspectos circunstanciales de la XVII asamblea muestran rasgos partidarios que son riesgos nacionales de la cultura priísta: el oportunismo linchador de quien fue su más reciente y adulado líder, la expulsión a empellones de un correligionario contumaz que los irrita, el desorden sistemático de las galerías, el continuo atropellamiento de las reglas y mociones de orden de las mesas directivas, la negativa a un compromiso de honestidad en el uso de los puestos públicos, la rabiosa defensa de cuotas y privilegios corporativos, y la peregrina idea de que el PRI tiene un supuesto origen al cual regresar para fortalecerse, el origen del nacionalismo revolucionario y las tradiciones de la Revolución Mexicana, como si no fueran precisamente ese ``origen'' y esas ``tradiciones'' el origen de la crisis del PRI y el origen de la revuelta ciudadana que lo asedia y lo sacude.

Un PRI devuelto a su ``origen'', sin liderato presidencial para dirimir pleitos y ambiciones, lanzado a la lucha por el poder sin reglas claras ni árbitros respetados en su competencia interna, puede ser un pródigo surtidor de conflictos que recuerde en efecto su origen, el de las violentas luchas faccionales y los desnudos poderes caciquiles que hicieron decir a Martín Luis Guzmán el aforismo donde se resume aquella época originaria: ``La política mexicana sólo conjuga un verbo: madrugar''.