Dadas las peculiaridades y las inercias históricas del sistema político mexicano, las transformaciones en el interior del partido gobernante y su pleno deslinde con respeto a las estructuras del Estado constituyen un factor central e indispensable para la plena democratización del país. Por ello, la 17 asamblea del Revolucionario Institucional generó expectativas para quienes, dentro o fuera de ese instituto político, aspiran a lograr en el país la pronta, pacífica y urgente recomposición democrática de las instituciones, así como al establecimiento de efectivos controles del poder público por parte de la ciudadanía.
Sin embargo, en el encuentro realizado el pasado fin de semana, las exigencias y las protestas, los deseos de renovación y los reclamos de independencia frente a la ``línea'', acabaron en agua de borrajas. Las peticiones para expulsar del partido al ex presidente Salinas, por su parte, pasaron a la Comisión de Honor y Justicia, que no tiene plazos para pronunciarse y que esperará --sin límite de tiempo-- eventuales acusaciones legales del Ministerio Público.
En síntesis, en el encuentro priísta que terminó ayer la vieja disciplina parece haberse impuesto, en lo general, a las voces discordantes, y la institucionalidad verticalista privó por sobre la preocupación de los militantes que ven, con temor, acercarse los próximos comicios en el Distrito Federal y en muchas regiones del país mientras su partido pierde posiciones ante una oposición que agita las banderas de la lucha contra la corrupción y el continuismo.
Más allá de los argumentos políticos, tras el descarte de la mayor parte de las propuestas de medidas de fondo para hacer del tricolor un partido competitivo y realmente independiente de la maquinaria estatal, y tras la neutralización --para todo efecto práctico-- de la demanda de expulsar a Salinas, pueden adivinarse dos factores principales: el temor al cambio en una circunstancia política particularmente compleja, pero también la existencia de una vasta red de solidaridades no confesables y lazos --no siempre ocultos-- con los beneficiarios políticos o económicos del salinismo.
De esta manera, los propios priístas redujeron el impacto positivo que su Asamblea Nacional habría podido tener en la imagen y la campaña electoral de su partido, en crisis y acosado desde diversos frentes. Se perdió, en el Auditorio Nacional, la oportunidad de que el priísmo diese a la ciudadanía y al electorado una señal inequívoca de voluntad de cambio y de búsqueda de vinculación con el ánimo popular, que en el momento presente es de mayoritario descontento.
En un contexto en el que incluso personalidades del PAN se ven afectadas por acusaciones de complicidad con el salinismo, el PRI se lanza a las agitadas aguas preelectorales ceñido al lastre de éste, lo cual resta credibilidad a su oferta.
Mención aparte amerita la mediatización de una de las iniciativas más interesantes de cuantas se presentaron en el Auditorio Nacional en los días pasados: la oposición a la privatización de la petroquímica. El achicamiento de esta propuesta tendrá, sin duda, un costo político considerable en importantes sectores del priísmo.