Elba Esther Gordillo
El PRI y la XVII Asamblea

Este fin de semana, más de 4 mil delegados priístas procedentes de toda la geografía del país, reflexionamos, debatimos y acordamos la reforma que definirá el futuro del Partido.

En las mesas de trabajo hubo convergenecias y divergencias; se aportaron razones y, a veces, sinrazones. Algunos puntos de acuerdo lograron unanimidad y otros apenas mayoría. Signo de los nuevos tiempos; ni la unidad ni la disciplina implican acuerdos forzados. Pero, sobre todo, prevaleció la civilidad y el respeto, la madurez y la responsabilidad para dar cauce a las diferencias.

Hay cambios alentadores en la reforma, sobresalen el diagnóstico que reconoce, con franqueza inusual, el reclamo de la sociedad por un futuro cierto, por la seguridad de las personas y la necesidad de recuperar la confianza en las leyes; el planteamiento de una nueva relación con el Ejecutivo que no trae ventaja ilegítima o unilateral alguna, pero que sabe, como lo expresó el presidente Zedillo en la clausura, que lo que fortalece al partido fortalece al presidente.

Se planteó una ``economía para la justicia social'' que privilegie la redistribución del ingreso. El desarrollo social, se argumentó, reclama una economía en crecimiento que genere empleo e ingresos a las familias y el compromiso de mejorar el papel promotor y regulador del Estado en la economía, que corrija fallas del mercado y fomente la justicia social.

El priísmo -fue evidente en las plenarias y en las mesas de trabajo- no es iluso, por el contrario, entiende el entorno, el ánimo colectivo y sus causas. Sabe de los costos que ha tenido que pagar por los severos desarreglos en nuesta convivencia social. De allí la enorme relevancia de haber llevado a la 17 Asamblea, la cuestión de la ética política y partidaria. Etica que entraña sendos compromisos con la verdad y la justicia, el apego a la ley, la congruencia entre el decir y el hacer. Etica que tiene como uno de sus valores, la autocrítica, no para hacer escarnio de nosotros mismos, sino como reconocimiento -maduro, sereno, valiente- de aciertos y errores; de los rezagos, las promesas incumplidas, las desviaciones. Etica que implica el reconocimiento -no la confusión- de los espacios que corresponden al Gobierno y al Partido.

Los priístas, como quedó evidenciado en una consulta que atravesó toda la geografía del país, nos pronunciamos por una práctica sustentada en valores: la democracia, la honestidad, el respeto, la tolerancia, la justicia, el honor. En lo relativo a las garantías y derechos de los militantes, sobresale la libertad de expresión al interior del Partido y para presentar propuestas en relación con los Documentos Básicos. Sin duda, el PRI, como todo partido, requiere de disciplina y lealtad, pero la lealtad se debe a los principios y a las instituciones y la disciplina no debe confundirse con la subcultura del silencio.

La reforma expresa, pues, un PRI que no le teme a la democracia, ni adentro ni afuera. El fortalecimiento de los procesos democráticos en el Partido y el rescate de la ética política, le permitirán asomarse al futuro mejor equipado.

Bien que se haya concretado, por fin la reforma propuesta desde hace dos años, pero hay que advertir que de poco servirá el cambio en los Documentos Básicos si no tenemos la congruencia -componente central de la ética- para llevarlos a la expresión cotidiana. La verdadera prueba viene ahora: está en pasar de las buenas intenciones a los hechos. No será sólo la aprobación de una reforma a los documentos básicos y la inclusión de un Código de Etica Política lo que refleje el cambio. El verdadero cambio tendrá que darse en el ejercicio político.

Reformar no significa negar el origen, los ideales, la esencia. La parte más valiosa del Partido, de su biografía, de sus luchas, está en su compromiso con el pueblo. La reforma a los Documentos Básicos, acordada en esta Asamblea Nacional, expresa la determinación de seguir siendo el partido de las mayorías, instancia privilegiada para la articulación y la atención de las demandas populares, pieza central en la gobernabilidad y la estabilidad política, actor fundamental -ciertamente no único ni exclusivo- del cambio histórico que reclaman los mexicanos: el partido que en el umbral del nuevo siglo nos conduzca a un país más justo, republicano, democrático y soberano.