Para el PRI, desembarazarse del liberalismo social, conservar prácticamente sin alteración las estructuras de mando del partido, padecer o alentar tentativas de linchamiento político del ex presidente Salinas y cambio en las reglas para elegir candidatos, parecen ser los principales saldos de una Asamblea que demostró que cuando se da rienda suelta a las voces, las priístas son afectas a expresarse y aproximar sus eventos a la catarsis. Más allá de los incidentes que haya tenido la Asamblea, hay pronunciamientos cuya importancia debiera estar fuera de toda duda, si se le confiere a actos como la Asamblea alguna importancia.
Volver al nacionalismo revolucionario podría ser una simple operación retórica para rescatar un lenguaje en el que los priístas siempre han estado cómodos; sin embargo, cuando se acompaña de pronunciamientos concretos, por ejemplo, contra la eventual privatización de la petroquímica, se tiene la sospecha de que se trata de un reacomodo de programas y prioridades que posiblemente entrarán en ruta de colisión con el proyecto modernizador de la actual administración, o al menos harán más complejas las negociaciones que el grupo dirigente deberá emprender para lograr la aprobación de su agenda legislativa.
Se podría despreciar el hecho por la vía de que en realidad la Asamblea fue sólo una catarsis para liberar tensiones y voces, y que una vez concluida ésta, todo seguirá igual. Y seguramente no vendrán cambios espectaculares, no habrá nacido un nuevo partido tras la Asamblea, pero, matices aparte, sí parece haber tensiones que atender.
Conservar a los sectores, o mejor dicho, desatender la propuesta de cambio en la estructura de mando del tricolor, supone acaso un recordatorio de las resistencias que habrá de vencer una refundación del PRI.
En cuanto a la tentativa de linchamiento político de Salinas, el PRI parece pagar los costos de una desmesura, de la que se hace cómplice, y que ofrece juicios fáciles que pueden personalizar los desatinos y renunciar así a los exámenes de procesos colectivos. En todo caso, más allá de que se haya renunciado a la aventura de expulsar del PRI a Salinas, los gritos contra el otrora benefactor del PRI dan cuenta del calibre de la herida. Las afrentas del liberalismo encuentran en la figura de Salinas al blanco perfecto.
Por otro parte, el resolutivo según el cual los gobiernos que emanen del tricolor deberán emplear únicamente a militantes de ese partido, no sólo es una señal del desacuerdo que existe por el experimento presidencial de nombrar a un panista en la PGR, sino un pronunciamiento sobre las dificultades que en el futuro conocerán las tentativas de gabinetes plurales. La Asamblea le abrió cauce a las heridas del PRI, y éstas drenaron.
Pero tal vez donde se expresaron de manera más nítida las trabas que existen para darle una traducción práctica a la propuesta zedillista de la sana distancia haya sido en el cambio de requisitos para aspirar a ser candidato presidencial por el PRI. Si no hay modificaciones de aquí al 2000, lo que la Asamblea resolvió cambia radicalmente las reglas que habían operado para resolver el tema de la sucesión presidencial.
La baraja se hace más amplia, o se restringen las cartas presidenciales, como se quiera ver, pero el hecho es que la catártica Asamblea pareció tomarle la palabra al presidente Zedillo en cuanto a la sana distancia, y reservó para los priístas de cepa el privilegio de ser candidatos presidenciales. No es menor el cambio.
Finalmente, la Asamblea fue ocasión para dar cuenta de la vida que aún ánima al partido mayoritario. Por verse está si los cambios aprobados y el espíritu que permeó en la Asamblea son los más adecuados para acompasarse con las transformaciones que desde la sociedad se reclaman. Al tiempo. Por lo pronto, la catarsis y las heridas que dejó ver la Asamblea son datos que habrá que tomar en cuenta.