Seguramente alguna gente se pregunta si en México conviene invertir en la investigación científica y en el desarrollo tecnológico. Esta duda, en el hombre de la calle, no sería tan grave como si quien se la hiciera fuese un funcionario del gobierno, un economista, un senador, o un diputado, ya que su criterio eventualmente podría influir en qué tanto deberá destinarse, a través de los impuestos, a servicios de salud, educación, seguridad pública, comunicaciones, alumbrado, o en la investigación, que actualmente recibe menos del 1 por ciento del PIB.
Afortunadamente, hace ya 25 años --desde que fue fundado el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) en diciembre de 1970--, que se comenzó a decidir de una manera más racional, aunque no del todo satisfactoria para muchos, qué tanto de esos fondos deberá destinarse en general a la investigación y a la descentralización de la investigación, que ahora no sólo se efectúa en los grandes centros del área metropolitana sino en nuevos, como los de Ensenada, La Paz, Saltillo, Mérida, San Cristóbal de las Casas, Tapachula, León, Cuernavaca y muchos otros que rebasan el número de cien y los cuales pertenecen a la SEP-Conacyt o a varias universidades del país, principalmente la UNAM y el IPN.
En esta ocasión sólo me referiré a algunos ejemplos de investigación orientada, cuyos beneficios redundan en forma directa en el desarrollo ya sea de la entidad, del país o del inversionista.
Tomemos por ejemplo los recursos del mar, como la almeja y el camarón que se estudian en el Centro de Investigaciones Biológicas en La Paz, Baja California Sur (ahora conocido como CIBNOR). Respecto a la ``almeja catarina'', se trata de aumentar su producción y mejorar sus cualidades mediante estudios genéticos que permitan conocer los factores que determinan su crecimiento. En cuanto al camarón ya se obtienen resultados muy satisfactorios para la optimización del cultivo de especies de este crustáceo de importancia comercial, como las variedades blanca, café y azul, y se establecen las bases genéticas para la selección de variedades con características óptimas de crecimiento y de resistencia a enfermedades. También se estudian los requerimientos nutricionales durante el cultivo larvario, que incluyen la búsqueda de insumos no convencionales que pueden obtenerse de la región y que permitan la sustitución de los costosos ingredientes, casi siempre importados o fabricados por trasnacionales y que se emplean actualmente como alimentos balanceados para su cultivo. Además, en el Centro de La Paz se ofrece asesoría técnica y de capacitación a los inversionistas y acuacultores para la elaboración y evaluación de proyectos comerciales en el cultivo de especies endémicas de la región.
Un tercer ejemplo es el caso de la ``broca del café'', que produce graves daños a la cafeticultura del estado de Chiapas, en el Soconusco. El Centro de Investigaciones Ecológicas del Sureste en San Cristóbal de las Casas, con una importante extensión en Tapachula (ahora transformado en el Centro de la Frontera Sur), se ha encargado de resolver este problema y lo ha logrado en gran parte, disminuyendo las pérdidas. En México el café representa inmensas ganancias en materia de exportación.
La plaga consiste en unos pequeños insectos (las hembras únicamente) que atacan la cereza del café cuando todavía está verde y llegan a destruir hasta un 57 por ciento de la cosecha si no se le trata con insecticidas. En Africa esta plaga es endémica y también se manifiesta en Brasil, Colombia y Centroamérica; en México produce graves daños a la cafeticultura del Soconusco, así como en la región que se continua hacia Guatemala. Hasta ahora su control principal ha sido por medio de insecticidas y prácticas de cultivo, con la consecuente aparición de resistencia y un costo excesivo.
Una segunda alternativa se ha aplicado desde hace algunos años en la Unidad de Tapachula, mediante el uso de parasitoides, que son dos especies de avispas que sirven para un control biológico de la broca.
Una tercera consiste en el uso de atrayentes naturales presentes en la misma planta del café, que se conocen como semioquímicos; uno de ellos es precisamente la cafeína del café, que actúa junto con otros tipos de sustancias volátiles aún no conocidas. Experimentos en el campo, por medio de estas dos técnicas --control biológico y atrayentes químicos--, han mostrado ya sus efectos benéficos, redituando grandes ahorros a los cafeticultores; además favorece la consiguiente disminución en el uso de insecticidas que tanto dañan al ambiente y a la salud de las personas.
Estos tres ejemplos son sólo una mínima parte de un gran conjunto de proyectos aplicados que merecerían ser difundidos en temas de biomedicina, agricultura y tecnología. Si se destinan mayores presupuestos por parte del Conacyt a las universidades y Centros de Investigación localizados estratégicamente a lo largo y ancho de nuestro país, estoy seguro de que contribuirán para que la investigación básica y orientada continúe dando frutos para el engrandecimiento de México.