La Jornada 25 de septiembre de 1996

El sistema educativo superior, aún ajeno a lo que sucede en el país: José Blanco

Con esta entrega, La Jornada inicia una serie de entrevistas con quienes podrían ocupar la rectoría de la UNAM en el próximo periodo

Cristina Pacheco ``En el futuro, el conocimiento será el arma fundamental de la existencia. El hecho de que haya grandes cantidades de jóvenes egresados de las universidades transformará el ámbito político y socioeconómico que actualmente les impide incorporarse a los mercados de trabajo.''

A ese punto de vista, el doctor José Blanco agrega otro que refleja su concepto de lo que debe ser la educación superior: ``El sistema, en ese nivel, ha creado siempre y en todas partes del mundo la élite intelectual y cultural de la sociedad. Cuando el conjunto de las instituciones que integran el sistema de educación superior adquiera conciencia plena de los cambios que están por darse en México, también habrá transformaciones en la Universidad''.

La actividad de quien fue director de la Facultad de Economía (1982-86) de la Universidad Nacional Autónoma de México, ha girado siempre en derredor de tres asuntos fundamentales: Educación, política y economía. Los temas unidos forman el título del más reciente libro de José Blanco, con quien La Jornada conversó en torno a la posibilidad de que su autor aspire a la rectoría de la máxima casa de estudios.

Alternativas contra el deterioro

-En estos momentos ¿la Universidad está respondiendo a las exigencias de la sociedad?

-En algunas disciplinas, donde ya se han tomado medidas frente a la globalización, sí, pero no en el conjunto, y menos aún en todo lo que es el sistema educativo nacional en el cual, a mi juicio, aún no se han dado cuenta de lo que está sucediendo en el país.

-¿Las repercusiones del examen único reflejan esa circunstancia?

-Este año la demanda excedió lo esperado por el sistema de educación media superior y, por lo tanto, hubo presiones terribles. En cuanto al examen único, creo que no debería ser metropolitano, sino nacional, como ocurre en cualquier país civilizado. Hay otras circunstancias indicadoras de que el sistema de educación superior no percibe lo que está sucediendo en México. La primera es que no tenemos un sistema de educación propiamente dicho, no existen instancias de coordinación que tomen decisiones para el conjunto presente en la educación superior. Cada institución es autónoma y, al final, el resultado de las acciones conjuntas no responde a una propuesta previamente diseñada. Necesitamos mayores niveles de coordinación para dar seguimiento a la educación superior y tomar decisiones nacionales basadas en lo que ha sucedido y en lo que está por pasar en el país.

-La Universidad ¿refleja u orienta a la sociedad?

-Es más lo primero. Uno de los retos futuros radica en elevar esa función. No es extraño que esto ocurra. Aquí tuvimos un proyecto nacional ligado a la Revolución Mexicana. El nacionalismo revolucionario nos marcó el camino hasta finales de los 60. El programa comenzó a deteriorarse en los años 70 y en los 80 canceló toda posibilidad de avanzar.

En la década de los 70, el patrón de desarrollo económico y el sistema político empezaron a deteriorarse rápidamente. El Estado se percató de eso. José López Portillo declaró: ``El mío es el último régimen de la Revolución Mexicana''. El entonces presidente fue puntualísimo en su concepto porque desde entonces el país se debate entre el deterioro y la búsqueda de una alternativa nacional.

La vorágine de la masificación

-¿Cómo la vislumbra?

-Ya no será de unanimidades. Ahora tenemos un país muy plural y heterogéneo: el proyecto de desarrollo nacional tiene que ser producto del acuerdo entre los diversos sectores. En ese contexto, la educación tendrá que jugar un papel mucho más activo: la Universidad no podrá esperar a que exista un proyecto nacional para decidir qué hacer: deberá plantearse su propia idea del mundo y buscar la forma de tener un impacto mucho más preciso sobre la sociedad.

-¿La Universidad seguirá siendo de masas?

-El siglo XX tiene una característica notable aquí y en el resto del mundo: la irrupción de grandes masas en las políticas, en la organización y en la movilización social. Hasta antes del siglo XIX el mundo estuvo gobernado por élites a las que se sometía el resto de la sociedad. El siglo XX inaugura una democracia participativa. Antes sólo podían votar quienes supieran leer y escribir, poseyeran un mínimo de fortuna o se mostraran como ciudadanos ``responsables''. Todo esto lo eliminó la presión de la sociedad. Recordemos que en México se le concede a la mujer el derecho de votar en el sexenio de Ruiz Cortines, hace apenas unos cuantos años.

-A esa ruptura con los viejos esquemas no es ajeno el 68.

-No, al contrario. En aquel entonces los hijos instruidos de la sociedad demandaron más participación y, entre las muchas exigencias, pidieron más y mejor educación. En los años 60, además de las prepas populares, se organizaron universidades y normales que fracasaron -solas no podían lograr nada-, y el gobierno de Gustavo

Díaz Ordaz tomó una serie de medidas que continuaron en los 70. Entonces se rompieron muchas de las normas de exigencia académica que existían en las universidades: aparecieron los pases automáticos, los estudiantes reprobados pudieron presentar un infinito número de exámenes extraordinarios. Como se ve, fueron medidas que permitían el ingreso masivo a la Universidad.

En principio, un criterio social y progresista podía festejar esto. En los hechos se dio la masificación. ¿Qué significa? La relación entre el número de alumnos -sean cientos o miles- y los recursos no sólo económicos sino pedagógicos y humanos de que dispone una institución educativa. Si en una escuela hay 200 alumnos y sólo tres profesores para atenderlos, allí se da la masificación... pero cuando empezamos a tener instituciones con cientos de miles de alumnos, hicieron falta cambios cualitativos en la organización de la enseñanza. Esos cambios no se dieron, nos limitamos a satisfacer las necesidades de manera desordenada: más alumnos, más bancas, más profesores, más gises.

En la gran vorágine del conocimiento, las universidades buscaban presupuestos más altos para que hubiera más alumnos y poder pagar a un mayor número de profesores -muchos no tenían la formación para serlo-; de modo que, en el caso concreto de la UNAM, el Consejo Universitario decidió, hace 11 años, detener la matrícula. Hace ocho años que la máxima casa de estudios empezó a esforzarse por mejorar la calidad de la enseñanza.

Del 68 al 96

-El 68 cambió a la sociedad y, por lo tanto, a la Universidad. ¿Tendrán la misma repercusión los acontecimientos de 1994 y 1996?

-No. En primer lugar había un clima internacional que propició el movimiento. No es extraño que en aquella época se hayan oído las voces estudiantiles, y de la sociedad en general, en Alemania, Francia, México. La consigna de los estudiantes parisinos -``Prohibido prohibir''- resume el deseo formidable de participar en los cambios que pudieran repercutir en la vida personal y colectiva.

El 94 se dio en un clima diferente. Los jóvenes que hoy asisten a la Universidad nacieron cuando ya habían ocurrido las transformaciones derivadas del movimiento estudiantil.

Por otro lado, hay un deterioro muy significativo del sistema político mexicano y una búsqueda de reformas que dejan a los estudiantes un poco a la expectativa. Los jóvenes mantienen una actitud lejana, temerosa y desconfiada respecto de la política. En el 68 había alegría de participar, hoy existe incertidumbre por parte de los jóvenes en relación con el futuro: muchos no saben si vale la pena estudiar, otros muestran una actitud pasiva, o bien canalizan sus inquietudes viendo la tele o en los ``reventones'' de fin de semana. Esto es preocupante. Aquí, la Universidad tiene que jugar un papel significativo en términos de un acercamiento a la juventud a partir de una visión clara de los hechos y del conjunto de las atmósferas.

-Los jóvenes se preguntan: ¿vale la pena estudiar? La sociedad se interroga si la Universidad está forjando el tipo de profesionistas que requiere México, si los futuros egresados encontrarán fuentes de trabajo.

-Desde el año 70 hay una gran transformación del conocimiento, avances en la globalización, las fronteras nacionales se aflojan, el mundo se comunica más rápidamente, aparecen nuevas tecnologías. Si nos asomamos a las sociedades ricas,

vemos grandes crisis, frustraciones colectivas inmensas, soledad individual profunda, desempleo; en una palabra, perspectivas poco alentadoras para los egresados de las universidades en países como Bélgica o Francia, por ejemplo.

Estos son hechos reales. Importa verlos a largo plazo, desde la perspectiva de lo que sucederá en 20 o 30 años. En los

países ricos la matrícula para ingresar a la educación superior está creciendo como nunca pese a que todos saben que, ni en este momento, ni en el futuro inmediato, habrá trabajo para los egresados. ¿Cuál es la razón de este aparente contrasentido?

Una investigación de Peter Drucker muestra que los países ricos están invirtiendo más en la educación que en los bienes de capital, porque han visto que la herramienta fundamental para el futuro es el conocimiento... El hecho de que haya grandes cantidades de jóvenes que egresan de las universidades transformará el ámbito político y socioeconómico que hoy les impide incorporarse a los puestos de trabajo.

-¿Es suficiente el conocimiento tecnológico para sacar adelante a una sociedad?

-No. La tecnología, dejada a su libre desarrollo y convertida en un segmento de búsqueda de ganancias, sería una monstruosidad. Si no existe el referente de las humanidades todo lo demás puede convertirse en algo monstruoso. La educación no debe caer ni en el academicismo ni en el tecnicismo. Quien se encargue de orientar las políticas educativas deberá tomarlo en cuenta.

Conocimiento y pluralidad

-También lo tomará en cuenta quien asuma la rectoría de nuestra máxima casa de estudios. ¿Aspira usted a esa función?

-Habrá candidatos cuando, a mediados de octubre, la Junta de Gobierno emita la convocatoria. Lo que estoy haciendo es construir la decisión para, en el momento adecuado, encontrarme en posibilidades de dar un punto de vista sistemático -y espero que profundo- respecto de la educación superior y su función en el futuro... pero también espero tenerlo sobre los cambios que creo deben operarse dentro de la UNAM, porque si permanece como está, correría graves riesgos.

-Quien ocupe el cargo será el último rector del siglo XX. ¿Deberá ser un político?

-Tiene que serlo. El director de una escuelita puede establecer relación directa con 200 alumnos; pero los procedimientos normales de la toma de decisiones frente a 300 mil estudiantes y 25 mil maestros tiene inevitablemente una dimensión política.

Hoy más que nunca un rector debe tener, entre otras características, capacidad de dialogar con todo el espectro pluralísimo del mundo universitario.

Rectorado sin partido

-¿Un rector debe tener militancia política?

-En cuanto ciudadano, tiene derecho a participar políticamente en el partido de su preferencia. En un Estado que fue corporativo, que todo lo abarcaba y lo opacaba, es muy importante que el rector tenga muy claro cuál es su papel frente a su comunidad académica. En ese caso, y hablando específicamente de nuestra Universidad, creo en la conveniencia de que un rector no se involucre con los partidos; lo fundamental es que sea capaz de reconocer y admitir la pluralidad que existe en la Universidad como en ninguna otra parte.