Me imagino no ser el único editorialista a quien preocupa saber si el tema escogido vale o no la pena, si amerita o no el uso del papel y, sobre todo, si acaso sirve de algo. Dentro de los (auto)cuestionamientos obligados subyace también la necesidad de intentar desprenderse de las molestias o quejas ``demasiado personales'' y al escribir, buscar, al menos buscar, evadirse del complejísimo universo de la subjetividad. Aun cuando es evidente que nunca se llega a cumplir íntegramente con el enlistado anterior, al menos la conciencia siempre debe vigilar la pluma de quien escribe en beneficio de la opinión pública. Excluyo, sin que requiera demasiadas explicaciones, la ominosa plaga de la prensa pagada, pues ahí, por fortuna para quien lo hace, no cabe ningún cuestionamiento: se está convencido de lo que se escribe aun antes de empezar. Si este párrafo catártico requiere disculpas, las ofrezco.
La idea, ahora necesidad, de escribir acerca de los guardaespaldas me ha rondado desde hace años. Si antes no lo hice fue porque no encontré suficientes argumentos de peso para hacerlo. Hoy identifico cuatro motivos: su proliferación, la situación del país, los atropellos sufridos por el ciudadano común, y las pesquisas selectivas y sesgadas de la Secretaría de Hacienda contra supuestos evasores. Aun cuando parezca paradójico, los cuatro puntos aludidos se hermanan: la miseria en la que se encuentra sumida la mitad de la población ha obligado, a quienes ostentan el poder económico o político, a protegerse para salvaguardar la vida y la de sus familiares. Las miopías ancestrales y tenaces, logradas sin tacha por la suma de los gobiernos posrevolucionarios, han generado suficientes hambrientos para temer por la vida.
La proliferación de guardaespaldas, al menos en el Distrito Federal es evidente, temible y nauseabunda. Cada día se observan más automóviles escoltados por uno, dos o más carros. Sin poder aseverarlo, imagino que los familiares del interesado tienen también celadores. Igualmente posible es que en algunos casos los turnos sean de 24 horas y que los cuidados se prolonguen 365 días al año. El viejo refrán ``del tamaño del sapo es la pedrada'' es adecuado: la correlación entre número de guardaespaldas y protegido depende, no del valor cultural o moral de quien contrata, sino de su capacidad económica. Debe haber algunas familias que ocupen a 20, 30 ó más celadores cada día.
El segundo de mis razonamientos se refiere a la situación de miseria en la que se encuentran 30 ó 40 millones de connacionales, en contraste con la opulencia de otros. A pesar de que acepto mi infinita ignorancia sobre economía, el sentido común e histórico permiten aseverar que los errores económicos y éticos que han permitido tales diferencias, se acerquen al infinito. Encuentro ofensivo y contra toda lógica que existan tales abismos. El tercer argumento es elemental: quienes circulamos por las calles de nuestra ciudad tenemos que hacerlo con cautela cuando cruzamos con alguna escolta. ¿Quién no ha sido incomodado?, ¿quién no ha sido ofendido?, ¿quién no se ha sentido amenazado? No se trata simplemente de sensibilidades baratas o lloriqueos clasemedieros: son denigrantes las agresiones y abusos de los celadores de aquellos jóvenes de 25 años que poseen un Mercedes Benz o BMW. Todo por circular en la misma calle.
El último punto se refiere al nexo entre la Secretaría de Hacienda y los tenedores de guardaespaldas. Me pregunto, por ejemplo, si en los registros laborales existe el rubro ``guardaespaldas'', si los patrones los tienen asegurados para no incurrir en ilícitos, si sus sueldos son registrados y los impuestos pagados, si está permitido, y por supuesto cuidadosamente registrado, el uso y tipo de armas de las escoltas, si, al igual que se investigará en las agencias de viajes quiénes salen al extranjero, se estudiarán los nombres de las familias que pueden pagar el servicio diario de varios cuidadores. En fin, las ideas y las propuestas son múltiples: es cosa de que ``alguien'' en Hacienda u otra Secretaría se interese por estas elucubraciones.
No sobra aclarar que nada tengo contra los guardaespaldas. Son anónimos contratados por el hambre y la falta de planeación. De algún oficio tienen que comer. Su profesión, proliferación e indispensabilidad es una invención de nuestros sistemas políticos y económicos e inequívoca muestra de que los rumbos han sido erróneos. Los guardaespaldas han sido engendrados en las últimas dos o tres décadas. ¿Cuándo podrán incorporarse a labores útiles y productivas?