Por debajo del innegable oropel difusivo con que envolvió a su Asamblea, el PRI mostró, como dicen de Hollywood, su genuino rostro de oropel: uno de partido aferrado al poder y que, para mantenerse en él, decidió perseverar en los mismos senderos y rastrear sus añejas seguridades. Los asambleístas trajeron en las maletas sus múltiples ambiciones, su férrea disciplina vertical, no olvidaron el trampeo retozón e irresponsable ni la ingeniosa como perseverante persecución de sus intereses, y el innegable como amplísimo enchufe que puede dar cabida, cuando menos, a un 20 ó 25 por ciento de los votantes.
Durante toda la semana previa a su reunión, nada ni nadie les disputó los titulares, reflectores y comentarios. Las expectativas levantadas alrededor del partido ``mayoritario'', crucial para la transición democrática y dominante de la escena pública durante el siglo que termina, impusieron su irresistible lógica de atracción. Pero también la sensación de sangre (de Salinas) en la arena pública contribuyó con su mórbido grano de atención aunque, al final del día, el esperado sacrificio se disipara en la acostumbrada niebla de las comisiones (CEN). La plebe y gran parte de los medios de comunicación se fueron tras el señuelo del exorcismo suicida, que sólo llegó a los gritos en la gallera sin tomar nunca la forma debida para desembocar en un examen de esa conciencia priísta, por cierto bien mancillada, que circula a lo largo, lo ancho y sobre todo en la cúpula.
Pero también es digna de mención la inmensa maquinaria de propaganda que todavía circunda al gobierno y su partido para encontrar razones a su despliegue informativo. Un avasallador engranaje que va marcando temas, diseñando señuelos, acentuando logros y magnificando virtudes, induciendo entrevistas ad-hoc para que Santiago Oñate trate de justificar el ``no rasurado que sí existió'', desplegados y boletines insertados hasta llegar al hartazgo o la ignominia.
Sin embargo, la sustancia del encuentro hay que buscarla en algunos puntos centrales. Destaca el hecho de haber peleado porque sus candidatos a senador, Presidente de la República y gobernador requirieran haber ocupado previos cargos partidistas y de elección popular. Ello significó una revuelta interna contra los advenedizos con el propósito, no declarado pero implícito, de asegurar, con un mayor margen de aproximación, que el designio superior se volteara para señalar, de preferencia, a los militantes activos del partido ya muy bocabajeados por la tecnoburocracia de prosapia hacendaria. Nunca tal motín de los asambleístas intentó responder a los reclamos de la sociedad por una vida sana y democrática de la Nación que pasa, necesariamente, por sus partidos, en particular por el PRI. Sí así hubiera sido, el reclamo tendría que haberse enfocado al voto universal y secreto de sus bases o, al menos, de sus delegados, tal y como ya lo hacen el PRD y el PAN. No fue así.
El mapacheo de que fueron víctima los mismos asambleístas por parte de los dirigentes que suprimieron, mediante subterfugios de leguleyos, a los senadores como rango también sujeto a previa elección popular mostró, a descampado y sin pudor alguno, las intenciones de tal maniobra. En un primer término, la decisión de mantener en las cámaras un margen de maniobra suficiente que asegure la continuidad del programa de gobierno sin sobresaltos ni mermas nocivas. La independencia de los poderes tiene así el límite cierto y fatídico de las prioridades ejecutivas y los ``designios superiores''. En una segunda instancia, seguirá permitiéndole al Presidente y su coalición de apoyo, contar con un conducto para inducir, con toda la viabilidad, frescura y facilidad, la formación de un grupo afín a sus modos y talantes o para empollar subsiguientes candidaturas a gobernador y Presidente de la República. Sin embargo, el mensaje enviado a la sociedad y en especial a los demás partidos, es de advertencia. El grupo en el poder está dispuesto a todo para continuar rigiendo los vapuleados destinos de los mexicanos. El escamoteo del mandato de asamblea para no enajenar la petroquímica no hace sino confirmar la terca reincidencia de posturas autoritarias e inflexibles que tantos pesares causan. De aquí en adelante, la lenta asimilación por los electores de los efectos de la concitada asamblea marcará la medida y el grado de sintonía o disonancia con la que el PRI se ha situado en el momento que se vive y la forma y los modos como pretende disputar el poder.