La gran innovación de la XVII Asamblea del PRI se concentró en los famosos ``candados'' que se impusieron a los futuros candidatos de ese partido a la Presidencia de la República y a las gubernaturas de los estados. Importancia mayúscula si recordamos que los últimos cinco Presidentes no hubieran cumplido con el requisito de una previa experiencia electoral.
¿Y los gobernadores? Si se hiciera una estadística de los últimos sexenios, nos encontraríamos con un número elevado de entre ellos que tampoco cumplirían con ese requisito. No en la proporción contundente de la Presidencia de la República, pero sí significativa.
La cuestión de fondo es que se modificó en alguna medida la ``correlación'' de fuerzas al interior del PRI, de una carrera eminentemente ``administrativa'' para acceder a los altos puestos de elección popular, a una en que se procura privilegiar la militancia en el PRI y en las gestas electorales. De una situación en que lo fundamental era la decisión presidencial --y por consiguiente la cercanía, inclusive cortesana, con el Presidente en turno-- a una nueva en que, además de las ``virtudes'' de la cercanía con el Presidente o con las altas instancias de decisión política, ahora se exigen otras ``calificaciones'', comenzando por una cierta ``carrera'' dentro del partido, incluida la electoral.
Una severa contradicción en los últimos años, un elemento de la crisis devastadora del sistema político ha sido la instrumentalización del PRI y de sus militantes por parte de los ejecutivos provenientes de la administración. Diríamos: no sólo instrumentalización sino también desprecio y hasta exigencia de abyecta subordinación, agencia de colocaciones y motivo de ceremonial externo, recurso de movilización y apoyo oportunista para cualquier política, aun radicalmente opuesta al programa del partido.
El tema de la expulsión de Carlos Salinas de Gortari del PRI debe verse en ese contexto: él encarnó la más extrema soberbia y ofensa en contra de la militancia del PRI (las concertacesiones, entre otras prácticas límite) y de sus tradicionales principios programáticos (el ``neoliberalismo''), además de otros agravios nacionales de los cuales ciertos sectores del PRI se hicieron eco. Se ``diluyó'' el tema en la Asamblea, no así un relativo esfuerzo para expulsar al salinismo del partido. Digo cierto esfuerzo porque el salinismo sin Salinas --la línea económica-- sigue siendo esencialmente la misma en el gobierno con Zedillo, el nuevo líder nato del PRI --aún cuando la línea hubiera sido que no existiera línea--, lo cual confirma el tremendo peso específico que la Presidencia sigue teniendo, y seguramente tendrá todavía durante años, en el corazón de nuestro sistema político.
Un esfuerzo del PRI para poner un límite al sometimiento del Ejecutivo. Sí, a medias, pero sin duda una poda a la omnipotencia presidencial, al menos por lo que hace a la designación del sucesor y del fundamental cuadro de gobernadores.
La paradoja extrema es que, en el corto plazo, los ``candados'' beneficiarán al ala más tradicionalista y más rancia del PRI, al aparato de las ``líneas'' y los fraudes electorales, al sistema de las complicidades y los cacicazgos, a las prácticas menos democráticas dentro del partido.
Digo bien en el corto y tal vez en el mediano plazo. En un horizonte de mayor duración probablemente los más jóvenes encontrarán formas de militancia más genuina, menos subordinada, más apta para la construcción de un verdadero partido político. Pero para eso deberá esperarse. Se confirma que los procesos de cambio en el México del poder se realizan con parsimonia extraordinaria, con una lentitud que no se compadece con los cambios del México real, con las nuevas exigencias de la sociedad mexicana.
Y éste es el problema de fondo: el alejamiento y ruptura entre el México real (el de la extrema pobreza, el de la viciosa concentración de la riqueza, el de la violencia política, el del empleo y el desarrollo, el de la subordinación internacional y otros etcéteras), y el México ``oficial''. Ese problema no fue atacado ni de lejos en la Asamblea del PRI. Tal vez sólo proclamada aquí y allá por voces que se juzgaron ``desordenadoras'' y que fueron todavía autoritariamente silenciadas y confinadas. En conjunto, sale el PRI de su Asamblea como un partido conservador, como el partido de la conservación en México, como un partido que procuró hacer ciertos ajustes de cuenta internos, pero que no juzgó digno ``ensuciarse'' las manos con las angustias, las necesidades y exigencias de la nueva sociedad mexicana.
Un partido que, hacia fin de siglo, más allá de la fuerza aún vigente de sus aparatos electorales, es incapaz de tender puentes con las nuevas urgencias de la Nación.