Las tradicionales relaciones de poder se están modificando en el país sin que surja un nuevo sistema político. La agonía del viejo régimen es una enfermedad de todo México en la medida en que el sistema de partido de Estado ya no opera como antes, pero no surge todavía un sustituto.
Ya no es indispensable ser miembro del PRI para ocupar algunos cargos gubernamentales importantes. Esto quiere decir que, sin que haya cambiado el sistema de partido de Estado, es decir, sin que el Estado nacional haya dejado de ser un partido político, existen otros partidos que empiezan a hacerse cargo de asuntos públicos en algunos espacios que ya no son marginales.
En estas circunstancias, muchas fuerzas priístas, las viejas corporaciones y los grupos políticos más conservadores, se niegan a los cambios y se muestran nerviosos. No se sabe bien si el Presidente de la República quiere reformas democráticas o no las quiere, o si queriéndolas no sabe cómo hacerlas, o sencillamente no puede. Zedillo ha dicho que la reforma del Estado debe seguir avanzando, pero cuando se mencionan esas dos palabras en las esferas del poder público, nunca se dice qué libertades deben ampliarse, qué leyes deben ser sustituidas, qué prácticas tienen que suprimirse, qué instituciones deben refundarse o crearse por primera vez.
Cuando el gobierno federal y muchos de los estados tienen que recurrir a la fuerza pública y a los militares para buscar imponer el orden, entonces el poder está abriendo el camino a nuevas formas basadas en la fuerza; se está admitiendo que la política, la economía y la ideología no son suficientes para ordenar al país.
El PRI dice proponerse una reforma de sí mismo. Mas sus contradicciones internas son cada día más grandes y nadie ha propuesto en ese partido una forma consensada de hacer frente a la creciente diversificación de ideas e intereses dentro de sí mismo. ¿Puede el PRI seguir viviendo sin los recursos públicos? ¿Puede ese partido crear un sistema interno para dirimir diferencias a través de mecanismos propios, transparentes, democráticos? Estas son preguntas que posiblemente se hacen los mismos priístas, es decir, los políticos profesionales del oficialismo, pero también muchos de los votantes de ese partido y otros muchos ciudadanos, especialmente los demócratas.
En su reciente Asamblea Nacional, el PRI ha demostrado que carece de propuestas, pues no le dice al país qué cambios son indispensables, necesarios o deseables. Enchufado al carro del poder Ejecutivo Federal --a pesar de la proclamada ``ausencia'' de línea--, el PRI se ve obligado a apoyar toda la política del gobierno, aunque muchos de los priístas critiquen en voz callada el rumbo de la economía y, algunos, la falta de definiciones políticas innovadoras. La cuestión de fondo es que la generalidad de los miembros del partido oficial y muchos de sus dirigentes no pueden discutir a fondo la política del gobierno y mucho menos decidirla, como ocurre en los partidos gobernantes de otros países.
La unidad del PRI ha iniciado su resquebrajamiento pues no hay seguridad de retener el poder nacional en el año 2000. Si no se crea antes de fin de siglo un nuevo sistema, si no se intenta la refundación del orden republicano sobre bases democráticas y con ampliación de las libertades, ese proceso de deterioro del PRI se puede convertir en una tremenda lucha por el poder dentro del poder mismo, que lleve al país por un sendero de mayor violencia y desorden.
Sin embargo, el Presidente reitera que tiene el control, que va a llevar a cabo una reforma del Estado de la que --lo sabemos-- una gran parte de su partido no estaría de acuerdo aunque ésta fuera superficial.
La asamblea priísta estuvo fuertemente dominada por un ambiente de cuestionamiento contra los disidentes, los poco leales, los críticos. Los nuevos requisitos para ser candidato a gobernador, especialmente el de antigüedad, son una manera de cerrar puertas, de exigir larga trayectoria, de demandar que esas candidaturas recaigan en elementos vinculados a las viejas corporaciones o grupos políticos bien conformados.
El nuevo PRI no afloró en la reciente reunión, por lo que la pregunta es si éste existe más allá del discurso, o si lo nuevo --que tendría que ser lo democrático-- puede llegar a existir en las filas de ese partido. Por lo pronto, las viejas corporaciones y los encallecidos grupos políticos salieron airosos, si acaso hubo un intento serio de restarles influencia: la forzada estridencia de Zedillo y los aplausos que le siguieron casi a cada frase no alcanzaron a definir una nueva realidad política.