Horacio Labastida
La asamblea del PRI: ¿y u o?

Como todas las asambleas partidistas, la 17 nacional del PRI fue un escenario reflejante de contradicciones que se dan en la profundidad de la organización, pero con una diferencia muy marcada. Mientras en general las celebraciones dan cuenta de las corrientes ideológicas que privan entre sus miembros, la priísta es eco de los opuestos intereses de facciones gubernamentales, o bien paragubernamentales, que dentro del área del aparato del Estado luchan por el poder.

En 1929 y en el marzo de la oratoria de Luis G. León, vocero de Calles, el nuevo PNR, aceptada la primacía del Jefe Máximo, sirvió para que la familia revolucionaria se disputara las áreas de poder --secretarías de Estado, gubernaturas, etcétera--, no sin ciertos choques aunque bajo un consenso impuesto de orden superior. Desde luego en las sucesivas reuniones penerristas, hasta 1934, tales choques ocurrieron excepcionalmente porque las colisiones entre las fuerzas en pugna resolvíanse, antes, en el secreto de las oficinas callistas. La razón de estos comportamientos es obvia. El PNR, igual que el PRI, no son agrupaciones de mexicanos libres de compromisos oficiales y sí de clientelas manejadas cupularmente por una élite hegemónica, en el poder político, promotora de la popularidad artificial de sus elegidos y de triunfos comiciales en elecciones abiertas o simuladamente fraudulentas.

A través de los años, el creciente presidencialismo angostaríase con rigor al ámbito del Presidente y su más estrecho círculo en la selección de candidaturas oficiales de importancia, dejando a los elegidos las no significativas en cuanto a jerarquía, mas no por esto suficientes para premiar favores o estimular prestigios. Así nació la técnica de un dedazo presidencial apuntalado en la corporativización charrista de las grandes asociaciones laborales y empresariales y de las menudas ligas rurales de aldeas y caseríos, estructura toda cimentada primordialmente en un régimen clientelar de beneficios actuales o virtuales de las familias o individuos participantes.

Tal es, en lo fundamental, la práctica política seguida en el gobierno por casi medio siglo, contado desde 1947, habida cuenta de que su homogeneidad se vio matizada entre las administraciones de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari: entonces se registró una metamorfosis en la fracción dominante, según me lo acreditó Alejandro González al indicar que las no pocas crisis económicas que sufre el país han otorgado mayor importancia a los especialistas en técnicas del desarrollo, consejeros de presidentes y a su vez asesorados por estadunidenses contratados o enviados por la Casa Blanca. Cuando en la posguerra emergieron las instituciones económicas multilaterales --Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial, por ejemplo-- y regionales, se acentuó la dependencia del político respecto del técnico hasta convertirse el último en secretario del despacho y luego en titular del Ejecutivo, factum acunado en el dedazo y en la aumentada influencia del poder económico y de las autoridades norteamericanas.

En este panorama el pueblo mira cómo el antiguo técnico al servicio de autoridades priístas se hizo tecnócrata al allegarse, al lado de la habilidad técnica, el poder político. La eclosión del proceso se ha dado en los últimos ocho años, y como tal proceso extrañó del poder a grupos tradicionales del priísmo y legatarios no especializados, las reacciones en contra se han venido manifestando por la vía de una batalla en favor de la recuperación del poder perdido al interior del PRI, novedad que se advierte en la transformación de los estatutos, donde ahora se exige además de experiencia administrativa, la electoral para que se pueda ser candidato a la Presidencia o a las gubernaturas, quedando --por razones subyacentes-- excluidos de esto los senadores.

No se trata, desde luego, de luchas al interior del PRI; son, en verdad, luchas al interior del gobierno. Ahora bien, ¿son tales luchas importantes al bien nacional? Si se tienen en cuenta los resultados negativos de la política priísta antes y después de 1988, la respuesta es por lo demás evidente.