Paulina Fernández
Contradicción del PRI

La XVII Asamblea Nacional del PRI mostró, en un fin de semana, la contradicción en la que vive el priísmo y que en los dos últimos años ha estado concentrada en la persona de Carlos Salinas de Gortari.

Bases y dirigentes, los priístas en su conjunto necesitan rechazar públicamente la imagen que del priísmo se ha proyectado a partir de los excesos familiares y personales del ex presidente, pero al mismo tiempo necesitan que las condiciones que hicieron posibles esos excesos sigan existiendo, para que no desaparezcan ellos en tanto partido.

El ¡fuera Salinas! del primer día de la asamblea era el grito de quienes fueron agraviados como priístas por las decisiones del entonces Presidente de la República; era el grito contra el Salinas que se alió con el enemigo opositor electoral y le cedió puestos de elección popular; contra el Salinas que inició el desmantelamiento de esa fuente inagotable de puestos y recursos públicos que eran las empresas estatales o paraestatales; era el grito de repudio a quien quiso desaparecer a los sectores para cambiar hasta sustituir al PRI sin el consentimiento de los priístas; contra el Salinas que los despojó de la ideología y de los símbolos que en la memoria de los priístas se identifican con los mejores tiempos posrevolucionarios.

El grito de ¡fuera Salinas! encerraba también la condena a quien en última instancia se culpa del descrédito y el desprestigio del PRI, por haber sido este partido el que abanderó a quien se le atribuyen responsabilidades que entrelazan el abuso de poder con la corrupción, el narcotráfico, los asesinatos políticos, las privatizaciones, la crisis económica, la distribución de la pobreza y el aumento de la miseria.

En consecuencia, esos agravios del pasado inmediato, las restricciones que afectan la acción de los priístas en el presente, y el temor de que todas las ventajas que ofrece el poder se pierdan en un futuro próximo, son las razones que explican la rebelión contra el neoliberalismo, las declaraciones en defensa del petróleo y en contra de la privatización de la petroquímica, el rencor a los tecnócratas y los requisitos para ser postulado candidato a gobernador, senador y, en especial, Presidente de la República, la eliminación del liberalismo social y la recuperación del nacionalismo revolucionario en su documentos, y la exigencia de justicia asociada al nombre de Colosio.

Los priístas condenaron y rechazaron al principio de su asamblea nacional todo lo negativo que puede representar Carlos Salinas de Gortari para la imagen de su partido, pero finalmente se resistieron a sancionarlo a él. Se quería expulsar del PRI la mala imagen pero no a los culpables de esa imagen; querían deshacerse del desprestigio ocasionado por quien desde el más alto puesto público abusó del poder y dejó que otros lo usaran para enriquecerse ilícitamente, para desviar recursos físicos, financieros y humanos patrimonio del Estado, para traficar influencias, para obtener ventajas e ingresos extraordinarios. Pero cuando se presentaron todos estos posibles delitos para ser limitados mediante un Código de ética política partidaria, los artículos que los contenían, del 24 al 28, uno por uno fueron eliminados con indignación por los ofendidos delegados priístas. Los militantes del PRI no aceptaron que su partido estableciera el ``deber moral'', el compromiso de no cometer actos de corrupción, nepotismo, influyentismo, fraude y otros ilícitos semejantes.

Si todo el problema pudiera resumirse en la palabra corrupción, se diría que los priístas hubieran querido expulsar a Carlos Salinas por corrupto pero que no quisieron expulsar a la corrupción, por lo tanto había que permitir que Salinas permaneciera dentro del PRI, quedando satisfechos los priístas con lavar su imagen condenando, cambiando o eliminando algunas expresiones asociadas al salinismo.

El priísmo está atrapado en su contradicción. Los priístas saben que al ser del conocimiento público las características del ejercicio del poder tal y como lo utilizó Carlos Salinas de Gortari los hace perder partidarios, pero también saben que sin esos excesos pierden toda su base de apoyo y, por lo tanto, la posibilidad de seguir existiendo como partido del poder. Es en estos episodios de la vida interna del PRI en donde contradicción se convierte en sinónimo de complicidad, y complicidad, en este sistema, equivale a razón de Estado.