Enrique Calderón A.
Un país con miedo

Al analizar las noticias sobre lo que ocurre en nuestro país actualmente, es posible encontrar que el miedo está convirtiéndose en un factor dominante e influyente de los acontecimientos nacionales.

De las pláticas que oímos permanentemente a nuestro alrededor sabemos que la gente tiene miedo. Miedo de ser víctimas de delincuentes, miedo de perder su empleo, su casa, su capacidad económica actual ante una agudización de la crisis, miedo de verse en medio de un conflicto armado, ante la presencia real de guerrilleros y cuerpos de seguridad, militares o similares; miedo de ser confundidos y verse tratados como delincuentes o terroristas, en virtud de casos conocidos; miedo a expresar sus desacuerdos y molestias; miedo a verse convertidos en infractores y delincuentes, sobre todo a partir de la nueva campaña de terror lanzada por las autoridades fiscales. Sí, definitivamente, los hombres y las mujeres de México tienen miedo, y hay razones para ello.

No es el único caso. El gobierno y sus instituciones también tienen miedo. La sensación que en privado expresan muchos funcionarios, es aquella de alguien que habló del país que se le podía deshacer en las manos. Hoy, ante la iniciativa de invitación para que algunos jefes zapatistas vengan a la ciudad de México a participar en un congreso indígena, los voceros del gobierno responden oponiéndose de manera terminante, basándose en elementos legaloides de poca monta, para esconder sus miedos.

¿A qué le teme el gobierno? ¿A que los zapatistas traigan armas a escondidas y armen un borlote? ¿A que ello rompa el Estado de derecho, y el respeto a las leyes que tan celosamente han cuidado? ¿A que se genere un mal ejemplo, que cunda en otros grupos guerrilleros presentes o futuros? o simplemente ¿a que se vuelvan a convertir en tema de primera plana en algunos diarios?

Los partidos políticos también tienen miedo o por lo menos preocupación, algunos de que la sociedad los rebase, o deje de creer en ellos, otros parecieran tener pánico de sus propias bases y dedican sus mejores esfuerzos a autoconvencerse de que allí no pasa nada.

Entre las organizaciones civiles también existen miedos, uno muy claro es a la represión, y razones existen para ello; otro parece ser hacia la prensa y los medios en general, mas no porque se hable mal de ellas, sino a que no se hable nada de ellas, a ser ignoradas. Para combatir esa fobia se han puesto a trabajar casi frenéticamente, organizando todo tipo de movilizaciones y actos, que en su atomización compiten unos con otros, produciendo el efecto contrario al que se busca.

Otros muchos actores parecen estar igualmente dominados por el miedo por diferentes razones. Los banqueros lo tienen ante la inminencia de su fracaso; los empresarios ante el riesgo de ser absorbidos o reventados por la competencia desleal que el TLC les significa en la realidad. Los jóvenes ante la ausencia de futuros ya no digamos promisorios, sino de simple sobrevivencia, y así sucesivamente.

Las opciones para superar la crisis no son muchas: una es sentarnos a esperar que llegue la anunciada recuperación económica y el fin de estas angustias, tal como lo afirma el Presidente, que por lo demás él sí que no parece tener miedo, y qué bueno. La otra es comenzar a pensar que el miedo no es un buen consejero y que nos puede llevar a cometer otros errores. Para ello quizá lo que falta son espacios de diálogo, de un diálogo nacional que permita dirimir o negociar diferencias, buscar soluciones que nos permitan eliminar los miedos comunes y a lo mejor infundados.