El presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Enrique Iglesias, declaró hoy que América Latina pasa por un periodo de estabilidad. El mismo día, sin embargo, terminó en Argentina una huelga general de 36 horas que contó con 90 por ciento de participación y llenó las plazas con cientos de miles de trabajadores y de desocupados. Dicha huelga, además, fue respaldada por las centrales obreras de todos los países del Mercosur, que se movilizaron el jueves frente a los consulados argentinos. Además, en Bolivia una huelga general de solidaridad con los campesinos que marcharon sobre La Paz, y de protesta por la privatización del petróleo y las amenazas de despidos en la enseñanza y la administración públicas, arrancó al gobierno la reconsideración de su política agraria. Son también del dominio público las huelgas masivas en Uruguay, Paraguay, Brasil, y las huelgas recientes en Chile, Costa Rica, Panamá, República Dominicana y Venezuela, por no hablar de la crisis social y política allí y en Colombia o de la inquietud que agita a nuestro país. Los mismos datos macroeconómicos que deberían, según los tecnócratas, demostrar la superación de la fase crítica --balanza comercial deficitaria, sobrevaloración de monedas como el peso argentino que castiga a los exportadores, exportación neta de capitales, disminución del flujo de inversiones, aumento brutal de las desigualdades sociales-- siguen siendo inquietantes. Entonces, ¿de cuál estabilidad se nos habla? ¿El lenguaje de las finanzas es acaso la neolengua de Orwell en 1984 y significa exactamente lo contrario de lo que quieren dar a entender las palabras que utilizan las personas comunes?
Es evidente que el éxito, para los financieros, no puede medirse por la satisfacción social que producen las políticas que ellos preconizan ni por los resultados político-sociales de las mismas, sino por el crecimiento constante de la tasa de ganancia. Como se sabe, no son precisamente Damas de la Caridad y se despreocupan totalmente de los índices de pobreza, analfabetismo, inseguridad, enfermedades que muy poco tienen que ver con la bolsa o con el mercado en general. Por lo tanto, ni los juicios éticos ni los morales sirven para juzgar las políticas que instituciones financieras como el FMI, el Banco Mundial o el BID apoyan y promueven. Pero es igualmente cierto que, puesto que la economía no es un proceso natural y abstracto sino una relación entre personas y depende de la actitud y la conciencia de los productores, es peligroso estirar demasiado la cuerda y, para colmo, afrentar a las víctimas de las políticas decididas fría y arbitrariamente en afelpados escritorios diciéndoles que no sólo su miseria es inevitable, sino que es un bien pues lleva a la estabilidad... del aumento de la tasa de ganancia de un puñado cada vez más reducido de personas e instituciones.
Sería hora de dejar de lado el frío cinismo de los tecnócratas y pensar en la gente de carne y hueso, porque no hay que olvidar que ésta es el sujeto de la política que, recordemos, es economía concentrada