Jean Meyer
Estrella en la noche

En su libro De la Alemania (1835), Enrique Heine, el maravilloso poeta parisino alemán, profetizó con una extraña clarividencia el nacionalsocialismo de la segunda Guerra Mundial y los crímenes masivos cometidos en nombre de la raza.

``El cristianismo --tal es su más hermoso mérito-- logró amansar, hasta cierto punto, el brutal ardor belicoso de los germanos; sin embargo no logró destruirlo, y cuando la cruz, ese talismán que lo doma, llegue a romperse, entonces, de nuevo, la ferocidad de los viejos guerreros se dará libre curso, como el absurdo furor de los berserker que los poetas del Norte han cantando y celebrado mil y una veces. Resulta que aquel talismán está apolillado y ya se acerca el día en que se derrumbará de la manera más lamentable. Entonces, las viejas deidades guerreras saldrán de sus tumbas olvidadas, tallando sus ojos para quitarse el polvo milenario, Thor se levantará con su martillo gigantesco y demolerá las catedrales góticas (...)

``Cuando ustedes escuchen un crujido como nunca se oyó crujido en la historia del mundo, sabrán que el trueno alemán habrá tocado su blanco. Al ruido aquél las águilas caerán muertas desde las alturas y los leones, en los desiertos más apartados de Africa, bajarán la cola para esconderse en sus antros reales. Representarán en Alemania un drama, comparado al cual el drama de la Revolución francesa semejará un inocente idilio. Tocará la hora. Los pueblos se agruparán como en las gradas de un anfiteatro, alrededor de Alemania, para ver esos grandes y terribles juegos''.

Rosenberg, el ideólogo del III Reich, en su Mito del siglo XX, proclamó el odio al cristianismo y la restauración nacionalsocialista del antiguo paganismo germánico; Hitler, su amo, manifestó su odio tanto al cristianismo como al judaísmo, especialmente a la figura de Cristo, engendro de David y de la Sinagoga. Basta con hojear sus Pláticas de sobremesa. En cuanto a Himmler, dirigente de los SS y organizador del exterminio, soñaba con ver colgado, revestido de su ropa pontifical, en la plaza de San Pedro de Roma, al papa que había dicho: ``somos espiritualmente semitas''.

En Le Monde del 11 de agosto pasado, una carta en el correo de los lectores contó la historia siguiente. Georges Sée, médico francés, judío, vivía en París en junio de 1942 y, como todos los judíos en Francia, ostentaba en su ropa la estrella de David, como lo exigía el gobierno antisemita de Vichy. Una tarde, hacia las 3, en la avenida Kleber a la salida de una librería, vio a un oficial alemán que, al cruzarlo, lo saludó a la usanza militar. ``Ese acontecimiento me trastornó y durante mucho tiempo me pregunté cuál era su significación''. Cincuenta años después, ese señor escribió para sus nietos una breve autobiografía, sin olvidar ese episodio. Uno de sus jóvenes descendientes le comentó haber leído algo semejante en el Diario parisino de Ernst Jünger, a la entrada del 7 de junio de 1942. ``Encontré tres muchachas con la estrella y sentí la molestia de llevar el uniforme''.

Por conducto del editor de Jünger, Georges Sée, con el peso de sus 91 años, escribió al centenario Jünger, quien le contestó en francés: ``Estimado señor: usted me vio entrar en la librería de la señora Cardot, amiga mía (judía), avenida Kleber. Su servidor. Ernst Jünger. P.S. Siempre saludé a `la Estrella' ''.

Después de la terrible profecía realizada, el exorcismo.